La crisis de los partidos
Primera plana ·
Ya no hay debate ni intercambio de pareceres con reuniones periódicas donde la militancia diga lo que considere oportunoLas ideas son revolucionarias: determinan el campo de juego político, son siempre el comienzo de algo, incluso de los ocasos partidistas y de liderazgos. «Prefiero un minuto de televisión que cien mil militantes», sentenciaba Alfonso Guerra. El que fuera número dos del PSOE, hoy repudiado por el 'sanchismo', cuajó una maquinaria electoral que brindó a Felipe González cómodas mayorías parlamentarias. Un aparato en el que entonces había una cadena de mando. Guerra puede presumir de una presencia mediática que sus sucesores no han igualado. Porque seguimos hablando de Guerra, aunque sea por su criticada intervención reciente en una entrevista en TVE, pero apenas se recuerda a los que, desde el XXXV Congreso Federal que renovó la larga sombra del 'felipismo', le sucedieron como secretario de Organización: José Blanco, Leire Pajín, Marcelino Iglesias, Óscar López o César Luena.
A Podemos le sienta mal demoscópicamente estar en las instituciones. Sin embargo, el PSOE se ha 'podemizado' por activa o por pasiva. El PSOE ha perdido fuelle, se ha descapitalizado, ha derrochado cuadros. Al calor de la crisis de la socialdemocracia europea, se quedó sin discurso, no impulsó el suyo sin necesidad de terceros. Y, al final, han comprado (aun sin quererlo, aun sin asimilarlo) el de Podemos. Porque la formación de izquierdas tiene todas las semanas a un vicepresidente, Pablo Iglesias, realizando entrevistas a personas relevantes de la sociedad que cuelga en YouTube o a Juan Carlos Monedero haciendo lo propio y lanzando mensajes en su programa que se visualiza también a través del diario digital 'Público'. Toda una fábrica de ideas sin parar que unas siglas más que centenarias como el PSOE es incapaz de equiparar y mantener la competición. Si mañana Pedro Sánchez rompiese con Iglesias, Ferraz seguiría (aun sin digerirlo) la estrategia de Podemos o, de lo contrario, de entenderse con el PP o Ciudadanos, retornaría a sus peores cursos tras el 15M donde la izquierda sociológica no se sentía representada por el PSOE. El nivel de lealtad de los votantes se diluye, máxime entre los jóvenes. Y los más desamparados por la crisis económica no están para comuniones ideológicas de antaño. Habría otro movimiento similar al 15M que desnortaría a Sánchez. Y pendiente está calibrar la repulsa ciudadana que puede asomar frente a los escándalos de Juan Carlos I y la Casa Real cuando la vacuna acabe con la pandemia y regrese la aparente vida normal y las manifestaciones en las calles.
Los partidos tradicionales pierden el pulso popular. Ya no hay debate ni intercambio de pareceres con reuniones periódicas donde la militancia diga lo que considere oportuno. Las diferentes siglas como meras agencias de colocación que provocan que el aparato de turno caiga en la obsolescencia y se vea claramente superado por los cambios sociales y el principio de realidad. A los partidos ya hasta le incomoda la figura del militante clásico, al que solo llaman unos meses antes de las elecciones para pegar carteles y cubrir como interventor o apoderado la jornada electoral. Y listo, hasta dentro de cuatro años. Por eso es evidente la crisis de la democracia representativa. Un peligro fruto de diversos factores entre los que destaca, de largo, el menoscabo de las organizaciones políticas que han tornado en otra cosa. Hasta la ilusión que desprendían las fotografías de los primeros mítines en la Transición se antojan, por desgracia, como recónditas piezas de museo.