La claridad
Psicografías ·
No es fácil escribir un cuento, y Marcelo Luján acaba de escribir uno de los mejores que yo he podido leer últimamenteTodo está en el cuento. Venimos del cuento. Pessoa ya decía que solo éramos cuentos contando cuentos. Desde que comenzamos a entender la ficción. Desde que tratamos de entender la vida. Desde que descubrimos que existía el olvido. Desde que vimos desaparecer a quienes amábamos. Necesitábamos contarnos o que nos contaran. La poesía es lo sagrado, lo que queda, lo que habita en todos los textos literarios; pero el cuento puede que sea la piedra de toque porque está desde el principio de los tiempos y siempre nos sorprende con un giro nuevo, con un argumento que nos despabila y nos remueve por dentro.
No es fácil escribir un cuento. Cortázar nos los explicó hace muchos años. No valía el tanteo, ni la digresión, ni tratar de ganar a los puntos. Había que golpear siempre duro y certero, y hay que intentar ganar por knock-out cuanto antes. Marcelo Luján acaba de escribir uno de los mejores libros de cuentos que yo he podido leer últimamente. Lo edita Páginas de Espuma y ha sido premiado con el V Premio Internacional Ribera del Duero. El escritor argentino golpea duro en cada frase, con cada adjetivo, con la elipsis, con la ironía, y también con el silencio que queda cuando pasas de un cuento a otro. Se acerca a la violencia como quien trata de acariciar a un animal salvaje, no para amansarlo sino para entenderlo, para que nos emocionemos con cada uno de sus pasos, para que no huyamos del dolor ni de la muerte. No es fácil lo que ha conseguido. Emociona todo el rato, te acerca al alma y a las tripas de los personajes, te ayuda a entender, a ponerte en el lugar del otro; pero sin moralinas y sin anestesias, sin edulcorar lo que duele en la realidad y en la ficción, con esa contención tan difícil de alcanzar cuando se escribe, dejando siempre un resquicio, una pequeña grieta para que alcancemos a atisbar la claridad de cada uno de los personajes, sus azares, su buena o mala suerte, sin juzgar, sin maniqueísmos interesados, y siempre situándonos en el mismo escenario, con objetos, paisajes y vehículos idénticos; pero con historias muy distintas, tan distintas como las historias de cada uno de nosotros habitando el mismo lugar y el mismo tiempo.
Comencé a leer el libro en una playa, un domingo de cielo azul y mar serena, y entre baño y baño iba habitando dos realidades, deteniéndome en una frase, en el golpe certero de una metáfora, en todos esos espacios que va dejando Marcelo Luján para que nos adentremos y, casi sin darnos cuenta, acabemos travistiéndonos y confundiéndonos con los soliloquios de los personajes, porque casi todos ellos se cuentan desde su conciencia al mismo tiempo que alguien los narra, para que los entendamos, para que sepamos por qué pasa lo que pasa muchas veces, desde cuándo viene transitando ese destino y hacia dónde conducen todos los pasos. Esos cuentos tienen muchísimo trabajo detrás. No sobra ni falta nada, como si el escritor hubiera estado durante mucho tiempo tratando de buscar el peso perfecto y preciso en esa balanza en la que quedan las palabras cuando se confunden en frases y párrafos, cuando crean vidas y logran que la vida se pueda contar, no para que la entendamos, porque nunca se entiende; pero sí para que nos emocionemos con ella, para que vibremos aun con lo que nos hiere o con lo que más podemos temer para nosotros y para quienes queremos. Marcelo Luján viene transitando los lejanos pasos de Chéjov, de Carver, de Cheever, de Malamud, de Rulfo, de Onetti, de Cortázar, los cuentos de quienes nos fueron creando a nosotros mismos a medida que pasábamos las páginas. Quien lea La claridad buscará más cuentos inevitablemente, y buscará también todo lo que ha escrito el escritor rioplatense.