Cifuentes, sin dar la cara
Cristina Cifuentes no aprendió del error, inmenso error, de Mariano Rajoy de comparecer a través de una pantalla de plasma y, por supuesto, sin posibilidad de preguntas. Por lo que se da la gran paradoja de que el llamado a dar explicaciones está en una habitación (puede incluso que en otra planta) y los periodistas en sala diferente. No es que sea virtual, es directamente una burla. Lo normal sería que los enviados a cubrir la supuesta rueda de prensa se levanten todos en señal de solidaridad mutua y se fueran. Pero esas cosas aún no ocurren. Al menos, lo que es evidente es que el que más pierde es la propia Cifuentes. Para empezar, porque su versión resulta ahora menos creíble: las formas son tan importantes como la motivación del fondo. Y porque hay algo de verdad (si no mucha) en que aquel que da la cara y responde de sus acciones es porque tiene la conciencia tranquila y no teme reproches. El que se esconde o cobija es porque sabe que ha hecho algo mal. Y es que tras la osadía del delito o falta, tanto en la vida política como personal, se halla luego la vergüenza en la rutina. O, como reza el refranero, y justo ahora que estamos en Semana Santa, en el pecado va la penitencia.
Si esto acaba mal para Cifuentes, el PP pierde uno de sus activos. Porque más allá de su larga vinculación (su militancia viene de la época de AP) su protagonismo político es reciente. Y ha conservado una buena imagen más allá de que se estuviera de acuerdo o no con sus postulados. Lo suyo sería que, en caso de comprobarse que su máster fue trapicheado, dimitiese. Que ya sabemos que en Alemania un ministro lo hace a cuenta de su tesis doctoral. Y no hace falta apelar a la conciencia protestante para ser rectos en la moral pública.
A buen seguro, el episodio del máster de Cifuentes seguirá. Porque, de momento, las dudas perviven. Y, no olvidemos, de no aclararse lo peor a la larga sería para la Universidad Rey Juan Carlos. A ver con qué ánimo va luego a reclutar alumnos si su prestigio está por los suelos. Porque, de confirmase todo, ese chalaneo y tráfico de favores degrada por completo el espíritu universitario. Y cuando falla repercute en el resto de la sociedad. Y si no consigues tener máster o el título que se tercie, no lo tengas. Desinfla tu ego. Así podrás ir por la calle con la cabeza erguida. Y no fuerces lo que no se puede. Lo que natura no da, Salamanca no presta