
Cerremos los ojos
Del director ·
La historia está repleta de ejemplos de momentos en los que no había voces curiosas que preguntaban y una sociedad que se creía con derecho a fiscalizarSecciones
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La historia está repleta de ejemplos de momentos en los que no había voces curiosas que preguntaban y una sociedad que se creía con derecho a fiscalizarLos métodos cambian pero la esencia es la misma. Los soportes varían pero la madre de todo continúa siendo la información. La necesidad sigue presente pero, ojo, hay un cambio sustancial: si el público entiende que no es necesario, es ese público quien debe asumir el riesgo de lo que puede ocurrir. Y en eso creo que estamos.
Me refiero al periodismo. Cuando empecé en esto, este periódico ya llevaba unos años caminando. Me perdí, por tanto, sus inicios, que aquí cuentan algunos de los que vivieron aquella etapa.
Lo que encontré es, evidentemente, muy diferente a lo de hoy. Esta página impresa que el lector tiene entre sus manos se diseñaba entonces sobre una hoja de papel, con escuadra y cartabón para tirar la diagonal de las fotos y calcular el tamaño y por dónde cortarla para que se viera esto o aquello, al tiempo que a lápiz se dibujaban los espacios para los titulares (en negro), la imagen (en azul) y el texto (en rojo).
En un cuartucho se amontonaban los teletipos que servían para estar al tanto de lo que sucedía en todo el planeta y al lado una máquina que hoy parecería antediluviana giraba e iba imprimiendo las telefotos. Todo eso, por supuesto, ha cambiado. Este texto se ha escrito sobre un hueco habilitado en un ordenador, donde se puede modificar el tamaño de los componentes sin necesidad de coger un lápiz, mientras que las imágenes llegan al instante por las más modernas redes de comunicación. En versión digital, el cambio ha sido abismal. Es más, solo el hecho de que un tipo en Canarias pueda escribir una información y lo estén leyendo en las antípodas planetarias, con el añadido de que un lector en esas antípodas puede hacer llegar sus comentarios, es todo una revolución.
Pero la esencia sigue siendo la mismo: contar lo que pasa y ayudar a interpretar lo que sucede, en especial, lo que puede pasar mañana, pasado y el otro a partir de eso que acaba de ocurrir. Y también opinar sobre ello. Dejando claro, al lector, dónde acaba la información y dónde nace la opinión.
¿Ha variado esa esencia con la irrupción de internet? Pues menos de lo que pudiera parecer. Antes es verdad que teníamos todo el día para elaborar una información, matizarla, tamizarla (suenan parecido pero son más bien acciones complementarias), calibrarla y finalmente llevarla a la página. Ahora la inmediatez hace que el tiempo entre saber algo y difundirlo sea brevísimo, pero si en papel hay una responsabilidad social que obliga a medir bien las palabras y seleccionar las imágenes, en internet esa exigencia se multiplica, pues el impacto es mayor. El público es el planeta en su conjunto, de manera que un éxito informativo traspasa fronteras, pero un error no solo las traspasa, sino que queda para las generaciones venideras (que se lo pregunten a los que tratan de que uno de los gigantes de la comunicación digital borre algo).
¿Y qué es eso del riesgo que asume la sociedad si entiende que el periodismo deja de ser necesario? Pues no hay que ser un genio para intuirlo. Y tampoco esto va de distopías. No hace falta leer a George Orwell o a Philip K. Dick (o igual sí, pues ambos son recomendables). Solo hay que hacer un simple ejercicio, como quien se deja llevar por una gurú antiestrés: cerremos los ojos y soñemos que somos un alcalde en un municipio en el que, de repente, deja de salir el único periódico impreso que quedaba y donde la comunicación digital queda reducida al intercambio de mensajes a través de telefonía u otros soportes. Ya no habrá, por tanto, un periodista que pregunte cuánto cuesta la verbena del verano, qué subidas fiscales se preparan para el año entrante o por qué las alcantarillas revientan cada vez que llueven cuatro gotas. En el sueño, el alcalde es -sobra decirlo- feliz, inmensamente feliz. El sueño en cuestión no es un imposible. La historia está repleta de ejemplos de momentos en los que no había voces curiosas que preguntaban y una sociedad que se creía con derecho a fiscalizar. Momentos en los que se clausuraban imprentas o se lapidaba al escribano de turno. Y esos polvos no son tan prehistóricos como pensamos; a día de hoy vemos lodos que proceden de aquellos comportamientos.
Para construir futuro sigue haciendo falta el periodismo. Y es lícito que un pueblo decida que ya no hace falta. Pero sospecho que entonces estará haciendo otra cosa: reconstruyendo el peor de sus pasados.
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