Camino del colegio
Muchos quieren que vivamos con miedo, y vivir con miedo es siempre un fracaso. No podemos controlar ni siquiera el siguiente segundo, pero nos educan creyendo que la existencia es una página en blanco que escribimos solo nosotros. Hay mucho más, energías que fluyen a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta, mucho tiempo antes de que apareciéramos, y todo está bien si asumimos esa corriente que nos lleva y aprendemos a movernos de una manera sabia tanto en las alturas como cuando nos sumergen un rato y parece que todo se hunde para siempre. Los que ahora se empeñan en que tengamos miedo a los virus, a las crisis económicas inmediatas o a salir a la calle llevan toda la vida tratando de que no vivamos con la intensidad y el riesgo que requiere siempre la existencia.
Desde hace unas semanas hay un centro de inmigrantes en mi barrio. Los veo caminar por las calles y casi me dan ganas de pararme para aplaudirles y agradecerles el ejemplo de su valentía y de su insistencia en ser felices y en buscar mundos nuevos. Casi todas son mujeres, y muchas de ellas caminan con sus hijos pequeños al lado como enseñándoles el futuro que no tenían hace unos pocos meses cuando atravesaron selvas, desiertos y cuando descubrieron la maldad y la violencia de muchos humanos, o cuando se adentraron en un océano sin más confianza que la suerte y esa creencia en que la vida suele premiar a los que se arriesgan.
Hace unos días, una de esas madres, de poco más de veinte años, iba sonriente, feliz y triunfante por estar cumpliendo un sueño. Llevaba a su hija al colegio. La niña lloraba desconsolada con su uniforme y con ese miedo de no saber qué iba a encontrar en un lugar en el que no hablaban su idioma, ni se reconocía la memoria de sus ancestros. Su madre había atravesado un continente entero solo para eso, y si alguien hubiera observado sus gestos se daría cuenta de cuáles son realmente las victorias importantes, las que no salen en ninguna parte, pero sí cambian los destinos y las mentes. Cuando voy con mi hija de la mano y nos encontramos con esas madres y esas niñas, le explico siempre que ellas son las verdaderas heroínas de este extraño mundo que vivimos, las que se reirían a mandíbula batiente de esos miedos a virus que paralizan países enteros y desestabilizan las economías. Hace tiempo que aprendí a intentar vivir sin miedo, y esas miradas que me cruzo ahora en mi barrio me sirven para saber dónde estoy y qué es lo realmente importante. La educación y la cultura que recibirá esa niña que va al colegio es lo que le podrá regalar un futuro y una vida de libertad e independencia. Con educación y cultura nadie temería a los manipuladores, a los mentirosos y a los perversos. No busquemos otras salidas. Volvamos a la cordura y a la sapiencia que ansiaban nuestros padres para nosotros cuando nos llevaban al colegio.