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Bienvenidos a la república turístico-independiente de mi Canarias

Tribuna libre ·

Para que vuelvan nuestros turistas, claro está se requiere el que generemos confianza como destino seguro en lo que a casi nula presencia y (no) propagación del coronavirus se refiere.

David Morales

Las Palmas de Gran Canaria

Lunes, 21 de septiembre 2020, 10:36

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Ahorraré tiempo a aquellos que pudieran buscar una posible polémica entre pros y contras de un modelo u otro de sistema político de gobernanza, alertándoles de que este artículo no versa sobre república o monarquía, sino de lo verdaderamente importante, nuestra economía.

Rara avis será aquel de ustedes que no quedara enganchado a la matraquilla del «Bienvenido a la República Independiente de mi Casa» lanzada por la firma sueca de muebles, IKEA, a través de una ingeniosa campaña publicitaria cuyo fin no era en realidad el de vender felpudos de puerta con dicho lema; sino que su mensaje –y de ahí su éxito- trascendía al apelar al espíritu libre de cada uno de nosotros para organizar y vestir nuestros hogares como nos viniera en gana acorde al carácter inconformista que todos portamos en nuestro adn.

Suecos, por cierto, y nórdicos, por extensión (y no me refiero a los plumones de cama) cuya escasa presencia turística por nuestras islas también se vislumbra próxima a pocas semanas del inicio de la temporada turística de invierno. Porque, de hecho, en las dos anteriores temporadas invernales, el turismo nórdico en Canarias (principalmente en Gran Canaria) se había ido también reajustando a la baja, con una aminoración de casi 100.000 turistas menos en el conjunto del bienio 2018-2019 frente a los datos del, estadísticamente, año más exitoso del turismo para las islas, 2017.

Porque con esto del coronavirus, qué tiempos aquellos los de 2017, no tan lejanos en lo cronológico pero sí tan distantes en lo emocional, en los que presumíamos con orgullo y justicia del récord de los 16 millones de turistas; de los 15.600 millones de euros que reportaba el Turismo a nuestro Producto Interior Bruto (un 35,2%); de los 330.000 puestos de trabajo (un 40,3%) generados, directa e indirectamente, por el sector; o de los 2.350 millones de euros (35,3%) de recaudación impositiva con los que nuestra locomotora turística sustentaba a nuestra, de por sí, siempre frágil economía.

Para que luego, y más allá de duros obstáculos salvados previamente en forma de thomascooses, airberlineses, monarcheses, brexiteses, calimas carnavaleras y demás familia, viniera un microscópico bichito a dejar a nuestra tierra yerma y seca –en lo económico y en lo social, amén de en lo sanitario-, cuales campos de Castilla descritos por Machado.

Estamos solos. Lo comprobamos con tristeza y crudeza casi a diario. Ya sea, por ejemplo, en materia de inmigración o de turismo. Y apenas alcanzamos a ser en estos duros momentos, «…ese pueblo al que apreciamos y queremos, y por el que sentimos tanta empatía…». Lo dicho, visto lo oído, estamos solos (ante el abismo). Y dado que, desgraciadamente, el aprecio, el querer y la empatía por sí sólo ni nos devuelven a nuestros turistas ni nos hacen retornar a nuestros puestos de trabajo, la hora de actuar ya por iniciativa propia se antoja urgentísima.

No el 28 de septiembre, fecha en la que nos dicen se supone se reunirán los Ministros de Turismo de la Unión Europea para (tratar de) aprobar un documento consensuado que recoja la necesidad de que a los viajeros se les haga un test PCR en origen antes de desplazarse, en este caso, a Canarias. Cuando paradójicamente sucede que la propia Comisión Europea –que trata de coordinar la acción de los países miembros a través de, ojo, recomendaciones- ya ha recomendado dichos tests antiCovid19 en su propuesta del reciente ¡4 de septiembre! en aras, entre otros, tanto a coordinar la circulación de viajeros por el viejo continente en el actual escenario pandémico, como a establecer un marco común de las medidas a aplicar a viajeros procedentes de zonas de riesgo de contagio, señalando así que '…persons travelling from an area classified as 'red' or 'grey' to either undergo quarantine OR undergo a COVID-19 test after arrival – COVID-19 testing being the preferred option' (sic). En cristiano, cortito y al pie, pues que mejor que cuarentenas, hacer tests a los viajeros.

Tampoco el 31 de octubre, cuando la Ministra española de Turismo, Reyes Maroto, se ha comprometido a tener listo un plan específico para Canarias para el impulso de nuestro turismo. Que bien está y se agradece, a futuro, cualquier aportación que suponga –al menos teóricamente- modernizar el sector, las infraestructuras, el I+d+i, los transportes y las fosfinas de Venus. Pero que está más ligada esa su loable declaración de intenciones al desarrollo y presentación del aún esperado plan específico de mismo nombre anunciado por Moncloa para toda España allá por el 18 de junio pasado festividad de San Marcelino, «pan y vino», que realmente vinculada a lo que nos urge a los canarios para poder seguir comiendo en esta tierra: el simple hecho material de que lleguen los turistas.

Por cierto que también esperada para finales de octubre (Halloween habemus pues) la concreción y materialización del Plan para la Reactivación Social y Económica de Canarias, auspiciado por el propio Gobierno regional al inicio de la pandemia, y que, en clave turística, confiemos incluya importantes partidas para la renovación de un buen número de espacios e infraestructuras turísticas obsoletas que sonrojan al más pintado. Porque ello también generaría empleo. Y porque «fortaleza» turística debemos serlo de puertas para fuera, pero también para dentro.

Y para que vuelvan nuestros turistas, claro está se requiere el que generemos confianza como destino seguro en lo que a casi nula presencia y (no) propagación del coronavirus se refiere. Confianza la cual en estos momentos Canarias no puede ofrecer en una doble vertiente. En clave interna, porque los criterios epidemiológicos de contagios que utiliza cada uno de nuestros mercados turísticos emisores entran en colisión con nuestros actuales elevados datos semanales de nuevos contagios positivos por cada 100.000 habitantes (no deben ser más de 50 según criterio de Alemania, 20 en el caso del Reino Unido). Y de ahí que, aquí dentro de casa, resulte estratégico tanto el que todos utilicemos la mascarilla, como que las autoridades sean contundentes en las medidas sancionadoras a los irresponsables que no cumplen.

En clave externa, porque como región insular, alejada y ultraperiférica de la U.E. opino no hemos querido dar un golpe sobre la mesa para establecer, desde que se reabrieron las fronteras, exhaustivos controles sanitarios en las puertas de nuestros ocho aeropuertos, ya fuera verificando que efectivamente las medidas implantadas por Sanidad y Fomento a través de Aena fueran rigurosas y eficaces, como exigiendo además a los viajeros la realización de un test PCR (negativo en Covid, claro) al menos 72 horas antes de viajar a las islas o, en su defecto, realizárselo nosotros mismos a su llegada a nuestras islas. Tal y como sí hizo y sigue haciendo Madeira, estableciendo su obligatoriedad, asumiendo su gobierno regional el coste de los mismos, y articulando para ello tanto medios materiales, sanitarios como tecnológicos para su adecuado control. Y ahí los tienen, a los madeirenses, con poco más de 50 casos positivos, sin ser considerada región de riesgo, y con su actividad turística funcionando al menos al 50% de sus ratios habituales, que ya es un gran logro para la que está cayendo en Europa en términos de temores sanitarios y económicos.

Se esgrime que no podemos compararnos con Madeira –pero son RUP como nosotros-, que si Madrid no nos deja, que si Bruselas no nos deja, que si debe haber una coordinación entre los estados miembros, … .La misma Bruselas, de Bélgica, claro, que sin esperar al 28S, acaba de establecer unilateralmente la obligatoriedad de tests PCR a los viajeros que, procedentes de las zonas de riesgo (entre ellas, España) lleguen al aeropuerto de la capital europea. Por cierto que a un precio actual el test –obligatorio, insisto- de 46,81 euros.

Parece como si no existiera, y está a punto de cumplir 2 años de vida. Contamos en el cajón con nuestro potente nuevo Estatuto de Autonomía de Canarias, el cual, en su articulado vino a reforzar aún más si cabe las especificidades sociales y económicas de nuestra tierra como R.U.P., reconocida tanto por la Constitución Española como por el Tratado Fundacional de la U.E., y que en un compendio de sus artículos 3 y 101 vendría a establecer que «….dada la lejanía, insularidad y condición ultraperiférica de Canarias….los poderes públicos tendrán en cuenta estas circunstancias cuando sea preciso adaptar sus políticas y actuaciones…cuando dichas circunstancias incidan de manera determinante en las competencias que corresponden a Canarias, especialmente en materia de transportes,…, puertos, aeropuertos, mercado interior,…debiendo la normativa que dicte el Estado en el ejercicio de sus compentencias….tener en cuenta las singularidades derivadas del carácter ultraperiférico reconocidas por la Unión Europea».

Pues eso, toca «adaptar» nuestras políticas y actuaciones. En pro de nuestra inmediata supervivencia social y económica. O eso, acción inmediata y futuro estable. O inacción continuista y futuro abismal. Ha llegado el momento de mostrar nuestros felpudos con el lema de «Bienvenidos a la república turístico-independiente de mi Canarias» a la entrada de todas y cada una de nuestras fronteras isleñas, no sólo físicas, sino también institucionales.

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