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La muerte de Verónica Forqué demuestra que quien hace reír no siempre ríe de puertas adentroSesenta y seis años. Es la edad que tenía Verónica Forqué, que ayer se despidió de este mundo y que, según todos los indicios, lo hizo de forma voluntaria. Apunto el dato porque ya va siendo hora de quitar el velo que pesa sobre los suicidios: a fuerza de no querer hablar de ellos, se han colocado entre las primeras causas de muerte en España.
Hacía años que daba la sensación de que alguna tuerca se había desajustado en Verónica Forqué. Pero tenía esa forma tan suya de expresarse que parecía parte del personaje que encarnaba. Es más, en muchas ocasiones cayó en el cliché porque guionistas y directores la contrataban para hacer básicamente el mismo tipo de personaje y quién sabe si acabó confundiendo su 'yo' en la pantalla con la persona que en realidad era. Algunas de sus últimas comparecencias televisivas daban ciertamente pena y, vistas ahora, suenan a un aviso de que el tren de su vida se encontraba a punto de descarrilar.
Lo cierto es que, pese a ese encasillamiento, consiguió conectar con los espectadores y ganarse su simpatía. Le pasaba en ese sentido como a otros grandes cómicos, un club en el que están por derecho propio López Vázquez, Alfredo Landa, Florinda Chico, Rafael Aparicio y Gracita Morales, e incluyendo entre sus coetáneos a Antonio Resines y el casi olvidado Óscar Ladoire.
Para la memoria quedan sobre todo interpretaciones en los años 80 como la reprimida directora de un albergue en 'El año de las luces' (1986), bajo la dirección de Fernando Trueba, y en la divertida 'La vida alegre' (1987) de Fernando Colomo. Para el olvido queda, sobre todo -y ahí la culpa no fue suya, sino de quien la eligió y quien la mantuvo- el horroroso doblaje de Shelley Duvall en 'El resplandor', de Stanley Kubrick.
Su muerte se produjo apenas 48 horas después de la entrega de los premios que llevan el apellido de su padre. José María Forqué fue un realizador y guionista que tocó prácticamente todos los géneros en el cine y la televisión y que dejó algún título destacable, de esos que sobresalían en una industria del cine bajo la censura franquista, donde un puñado de artesanos del celuoide destilaba algunas gotas de arte.
Con el fallecimiento de Verónica Forqué vuelve a quedar en evidencia que bajo el oropel y el glamour hay alegrías pero también tristezas. Que la fama y la estabilidad no siempre van de la mano. Que una cosa es triunfar profesionalmente y otra disfrutar de la vida. Y que quien hace reír no siempre ríe de puertas adentro.
Descanse en paz.
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