A esa gente que trabaja con bata
Porque el destino lo quiso así, en los últimos años he tenido que visitar en muchas ocasiones varios de los excelentes centros médicos de nuestra isla. Esos grandes hospitales que están ahí, al servicio del ciudadano, y que parece que solo valoramos cuando estamos en una situación de necesidad real y nos salvan la vida o a nuestros seres queridos. En esas interminables visitas al hospital, en muchas ocasiones sentí como muchos enfermos y acompañantes, trataban al personal sanitario como si fuesen sus sirvientes, como si el personal altamente preparado que estaba ahí para atenderles estuviera obligados a recibirles con la mejor de sus sonrisas a pesar de que les trataran al trancazo.
Se puede entender que cuando uno va al hospital es por cuestión de necesidad y eso pone de mal humor y hasta cambia el carácter, vale, lo compro, pero eso no da derecho a ser antipáticos o bruscos con unos profesionales que simplemente cumplen con su trabajo a pesar de que el sistema sanitario tenga carencias y las listas de espera sean en muchas ocasiones dantescas.
La culpa no es del auxiliar, del enfermero o del médico que nos atiende, y disculpen porque los nombro en masculino aunque me refiero a todo el profesional sanitario en general que ahora más que nunca es protagonista. Ellos son un eslabón más –y fundamental– de uno de los sistemas sanitarios más completos y cualificados del planeta. Y no lo digo por una mera cuestión de populismo, sino porque cuando uno sale por el mundo a descubrir otros continentes, es cuando verdaderamente aprecia lo que tenemos en España y que otro países, teóricamente más avanzados, no pueden presumir. O si no, que se lo pregunten aquellos amantes del turismo sanitario...
Esas personas que trabajan con bata son las que ahora son ovacionadas cada día a las siete de la tarde, pero no puede ser un acto que se circunscriba solo a esta crisis, tiene que servir para dar mérito y respeto a un sector sanitario que cada día, con coronavirus y sin él, se parte el alma para que todos estemos sanos. Aquellos por los que esperamos horas en urgencias, sí, pero cuando entramos nos atienden con profesionalidad y se exponen a contagios y se empapan de forma indirecta de nuestros problemas y desgracias. Merecen un aplauso los 365 días del año y ojalá que esta pandemia nos sirva para cambiar el chip y valorar a los profesionales que tenemos, que no nos quejemos tanto y los respetemos. A ellas y ellos, felicidades y mucho ánimo por todo lo que les queda por delante.