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Vladimir Putin. EFE
El odio sin fronteras

El odio sin fronteras

¿Qué coño habrá hecho la especie humana para cultivarlo y empeorarlo por mucho que se extienda la democracia, avancen las tecnologías y la experiencia histórica nos atormente con su gravedad?

Diego Carcedo

Martes, 12 de marzo 2024, 23:21

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Por mucho que avance la inteligencia artificial, el odio continúa siendo el mal que no cesa. ¿Qué coño habrá hecho la especie humana para cultivarlo y empeorarlo por mucho que se extienda la democracia, avancen las tecnologías y la experiencia histórica nos atormente con su gravedad? En estos últimos tiempos muchos intelectuales coinciden que lejos de disminuir, el odio en el mundo no para de aumentar España no es una excepción.

Empezando por el fratricidio de Caín la Biblia nos recuerda muchos casos de odio racial, político, familiar y religioso. Desde que la Inquisición perdió el poder y protestantes y ortodoxos mantienen relaciones cordiales con el Vaticano, el Cristianismo parece que esta dando tregua de rechazo al odio. En cambio los musulmanes continúan a la greña entre suníes y chiitas odiándose como el primer día en que tuvieron que repartir el legado de fe de Mahoma. Y es que las herencias suelen ser frecuente fuente de odio familiar.

La doctora Virginia Martín, de la Universidad de Valladolid, publicó recientemente un trabajo ilustrativo y oportuno sobre el odio en la política. El tema no es nuevo, por supuesto, lo malo es que está recuperando su tradición. Ella lo describe como «un odio colectivo, ideológico… fabricado». Y es que el odio es el protagonista más cruel y constante en la Historia, el que más víctimas se ha cobrado. Basta recordar el odio racial de los nazis en la última contienda mundial que costó la vida a más cuarenta millones de personas, seis en el Holocausto, la mayor muestra del ensañamiento en el odio que se conoce.

Actualmente sobreviven algunos recuerdos viejos del odio racial contra los negros en Estados Unidos o más actuales contra los Roinga en Birmania. Nada comparable con la crueldad de muchos ejemplos pasados, como el de los turcos contra los armenios y más recientemente -- antes de ser arriada la bandera del «aparheid» -- los de Sudáfrica y Ruanda en aquel intento de exterminio de los tutsi desde el odio de sus vecinos los hutus, con el triste récord de un millón de muertos en cien días. Son hechos históricos ya del odio en extremos sanguinarios. Por suerte, mala suerte también, el odio que estamos viendo prosperar es más sibilino y propiciado por dos objetivos: el poder y el dinero.

El principal protagonista es Vladimir Putin, el ambicioso presidente ruso que quiere extender sus dominios y liquidar a sus adversarios lo que le ha convertido en el personaje contemporáneo más odiado. Claro que no es el único. La actividad política que debería ser el pararrayos contra el odio que rechazan los principios democráticos, es paradójicamente una de las actividades que más odios genera. En España mismo, donde el odio causó una guerra que después de ochenta años todavía mantiene secuelas, la convivencia vuelve a estar amenazada por destellos de odio motivados creados por la actitud hostil de algunos separatistas contra la polémica estrategia de un Gobierno que no ejemplifica la concordia.

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