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Hay días en los que se me cae la cara. De vergüenza, los menos; de envejecimiento, los más. Son las mañanas en las que me miro al espejo y compruebo que necesito apuntalarme la jeta: será el estrés oxidativo, que dice Josie, o será la gravedad, que dice Newton, pero no hay arbotante que sostenga esa papada. Y si yo me veo para el desguace, no quiero ni pensar cómo se verán las mujeres que tienen que aguantar un primerísimo primer plano en una pantalla de diez metros por seis. No me extraña que se infiltren, se dermoabrasen, se pinchen, se enfosquen, se corten y se peguen en tal de que el respetable no las vea desmoronarse a tamaño panorámico.
Demi Moore ha sido la última en pasar por quirófano, pero antes fueron Renée Zellgewer, Melanie Griffith, Meg Ryan y muchas otras. Y con todas nos hemos echado las manos a la cabeza, y con todas hemos soltado un «¡¿pero qué se han hecho?!». Pues ya ves: se han hecho lo que podían para seguir siendo bellas, jóvenes y apetecibles en un sistema en el que pasas de ser el objeto de deseo del protagonista masculino a interpretar a Miss Daisy en cuanto saltas los cuarenta. En ‘Inside Amy Schumer’ hay un sketch memorable donde Amy se encuentra a Julia Louis-Dreyfus, Tina Fey y Patricia Arquette celebrando el último día follable de Julia, ese día donde ya no la considerarán lo suficientemente atractiva en pantalla como para tener sexo con alguien y pasará a ser desecho de tienta para los productores y los medios. Amy, sorprendida, pregunta cuándo es el último día follable para los hombres, y las tres se descogurcian: los hombres no tienen ese día. Que se lo digan a Tom Cruise, cuyas compañeras son siempre veinte años más jóvenes que él. Así nos va.
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