Cifuentes ya no es la esperanza
La mancha de la corrupción (presunta) no deja de extenderse y, en paralelo, de sorprendernos. Si hasta hace apenas una semana Cristina Cifuentes era poco menos que la gran esperanza del Partido Popular y la mujer a la que no le tembló el pulso a la hora de tirar de la alfombra en la Comunidad de Madrid, a sabiendas de que saldrían unos cuantos nombres de su partido y de que Esperanza Aguirre se vería obligada a dimitir por aquello de la responsabilidad política, ayer quedó retratada como sospechosa de prevaricación y cohecho. Casi nada. Y no porque lo digan unos populistas exaltados de Podemos o un diputado socialista en un momento de exaltación, sino porque lo pone en negro sobre la blanco la UCO, el cuerpo de élite de la Guardia Civil a la hora de sacar a relucir las vergüenzas de unos y otros en la gestión pública.
La UCO no ha ido más allá porque Cifuentes está aforada. Dependerá ahora de lo que diga el juez, pero una vez levantado el secreto del sumario, y una vez conocido lo que apuntan, de manera indiciaria, los investigadores, a ver qué juez se niega a trasladar la causa al Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que es el que debería revisar el papel desempeñado por Cifuentes. De la misma manera que cabe hacerse la consabida pregunta: ¿debe dimitir ya? ¿Solo cuando esté formalmente investigada -o sea, lo que antes era una imputación? Si entendemos que no es preciso que deje el cargo, entonces surge otro interrogante: ¿y qué garantía hay de que no destruirá pruebas desde sus dos altares, el público por su condición de presidenta de Madrid, y el orgánico como nueva líder del PP en esa autonomía?
Como verán, la papeleta que tiene Cifuentes no es fácil de resolver. Pero más complicada es la del PP. Y por extensión la del PSOE, que fue quien hizo posible con su abstención parcial una nueva investidura de Mariano Rajoy. Visto lo ocurrido ayer, con Cifuentes bajo la sospecha de dos delitos gravísimos, y visto que en el caso Lezo la lista de imputaciones se eleva en medio centenar de personas, el argumentario de Pedro Sánchez se ve reforzado, mientras que Susana Díaz aparece, a los ojos de sus opositores, como la persona que dio el «volantazo» en el PSOE para que Rajoy repitiese mandato. Combinar ambos elementos no es caprichoso ni es mezclar churras con merinas: los tiempos son los que son y la coincidencia juega a favor de uno y en contra otros muchos.
Y de la confianza del ciudadano, menor ni hablamos. Contra ese sí que juegan los hechos y las presunciones.