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Esta semana, poco antes del Día Internacional de los Derechos Humanos —que se celebra cada 10 de diciembre para conmemorar la adopción de su declaración universal—, el World Inequality Lab publicó un informe que incide en la idea de que los problemas en materia de derechos humanos son, ante todo, una cuestión de corte material. El estudio, además de constatar que los multimillonarios han engordado su opulencia incluso en tiempos pandémicos, sugiere que la desigualdad mundial también ha crecido con la crisis sanitaria: así, según sus datos, el 10% de la población del planeta acumula el 76% de la riqueza disponible, mientras que la mitad menos favorecida de los seres humanos sólo dispone de un raquítico 2%. En España los datos no son tan despiadados como sucede a escala global, pero sí resultan lo suficientemente graves como para pararse a darles una vuelta: aquí, el reparto de la riqueza concentra el 58% del total en manos de uno de cada diez españoles, mientras que el 50% más pobre sólo cuenta con una quinta parte de los recursos.
Así las cosas, y siguiendo aquello de que 'el dinero del pobre va al mercado dos veces', no es de extrañar que haya quien, inserto en un contexto económico distinto al del común de los mortales, entre en una app de compraventa de segunda mano y consiga un Murillo para colgar encima del sofá. Marc Giró tenía razón: al igual que los pobres gastan dinero cuando viajan mientras que un rico sólo viaja para ganarlo, los chollos que unos y otros encuentran en la red no son los mismos; y donde algunos sólo ven un horno destartalado que en dos meses dejará de funcionar, otros atisban una pequeña inversión en arte que terminará, antes o después, por multiplicarse.
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