Pelea en la selva
La situación de Sánchez le lleva a uno a recordar el famoso combate de Alí contra George Foreman en Kinsasa
De todos los rincones surgen voces augurando, y sobre todo deseando, el final de Pedro Sánchez. Hay gente enfervorecida que pone velas a los santos, ... levantan los brazos cara al sol o cruzan paganamente los dedos. Pagan misas, invocan a las fuerzas telúricas en su ayuda. Ya saben, el que pueda hacer que haga. Acabar con la plaga del sanchismo, que para muchos ya está en fase terminal. Y verdaderamente, los traspiés del líder socialista parecen dar muestras a veces de estar en un cerco con todas las salidas cortadas. La corrupción y algunos corruptos hasta ayer miembros de su equipo, el divorcio con Junts, la presión social y mediática harían mella en cualquiera que no llevase una armadura a prueba de balas. O que no tuviese un juego de piernas como el de Muhammad Ali, ex Casius Clay.
Y es que la situación de Sánchez le lleva a uno a recordar el famoso combate de Alí contra George Foreman en Kinsasa. Probablemente el combate pugilístico más famoso de la historia. «The Rumble in the Jungle». La pelea en la selva. Durante ocho asaltos, Foreman estuvo acosando a Ali, lo tuvo no se sabe cuántas veces contra las cuerdas. El guapo, el intrépido, el que había desafiado a todas las adversidades parecía finalmente al borde de la derrota. Y he aquí que de pronto Alí resurge, hace una finta, da dos pasos, suelta sus puños y Foreman, y con él todos los que ansiaban el final del soberbio Ali, cae a la lona como un saco de patatas.
Pedro Sánchez da muestras de estar medio noqueado, agarrado como puede a las cuerdas. Suelta sandeces, tal como me contaba Manuel Alcántara que a veces dicen los boxeadores en su rincón, donde los preparadores les preguntan si recuerdan el nombre de su mujer para saber en qué grado de lucidez se encuentran. Y envuelto en esa bruma, Sánchez dice, por ejemplo, que Ábalos era para él un gran desconocido, en el Senado tenía la memoria igualmente nublada, confunde los tiempos y asegura sin parpadear, como los sonados, no haber dicho lo que ayer mismo dijo. Sí. Pero sigue teniendo cintura y encaje, mucho encaje. Y juego de piernas para en un momento dado salir de entre las cuerdas y volver a la pelea. Sobre todo si su rival amaga y la mitad de las veces golpea en el vacío, como si en vez de pelear con un peso pesado estuviese haciendo sombras en el gimnasio. No vale copiar la marrullería de Abascal, unos modos más de matón de barrio que de deportista, ni mandar por delante a unos teloneros que destilan rabia y frustración a medias. El ambiente, verdaderamente, es de jungla pugilística, con sus correspondientes mangantes, chicas de alterne y comisionistas de los bajos fondos.
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