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Cristian reino
Sábado, 3 de septiembre 2022
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Lluís Rabell era el jefe del grupo parlamentario de Catalunya sí que es Pot (ahora los comunes) durante los hechos de octubre de 2017. Este año se cumplen cinco años de los momentos culminantes del 'procés'. El 6 y 7 de septiembre se aprobaron las leyes de la desconexión: la del referéndum y la de transitoriedad jurídica y fundacional de la república.
-¿Por qué cree que no hay tanto interés por parte del independentismo de conmemorar el 6 y 7 de septiembre?
-Prefieren correr un tupido velo. Porque ahí es donde, más allá del envoltorio sentimental, se puso sobre la mesa un proyecto político de Constitución del Estado independiente que se concebía. Y, claro, la imagen de esa República cuando lees la proposición de ley, lo que diseña es de hecho un estado iliberal, una democracia iliberal, una democracia más cercana al presidencialismo autoritario. Fue el intento de imponer un proyecto de una mitad de un país sobre la otra mitad. Dieron una imagen poco edificante desde el punto de vista democrático. Llevó a una situación catastrófica y de malas consecuencias para el autogobierno, para la economía y para la convivencia.
-Por qué mantiene que el 6 y 7 de septiembre fue el momento culminante del procés, aún más que el 1-O o el 27-O?
-Porque una cosa es alimentar un movimiento o una agitación social y otra cosa es definirse y presentar una Constitución. En la que además no había separación de poderes, porque el poder judicial estaba sometido al Ejecutivo. Y también porque a ese estado independiente querían llegar por métodos no democráticos, saltándose el marco jurídico establecido. Rompieron unilateralmente la baraja y se precipitó, porque tuvimos los primeros indicios de un enfrentamiento civil.
-¿Cree que hubo ese riesgo de enfrentamiento civil?
-Se jugó con fuego. Se les escapó de las manos. ERC contaba, y ahí se equivocó, con que CDC a la hora de la verdad echaría el freno de mano. La radicalización de las bases y la dinámica de los acontecimientos les sobrepasó y al final nadie supo frenar a tiempo. Sabían que iba a acabar mal. Fue una autoinmolación. Una especie de aprendices de brujo, que desatan una dinámica que les acaba sobrepasando. A veces, creemos que lo que nos pasa aquí nos pasa solo a nosotros. Asistimos a unas polarizaciones y radicalizaciones de las fuerzas conservadoras que no acaban de corresponder con su cultura y tradicionales conservadores.
-¿Compara el 'procés' con el 'trumpismo'?
-Sí, corresponde a una misma oleada de fondo. De la crisis de las soberanías nacionales por la globalización y de agitación de unas clases medias que temen su decadencia y que acaban pensando que un cierto repliegue nacional las protegerá mejor.
-¿Está de acuerdo en que el 6 y el 7 de septiembre el Parlament fue prácticamente independiente durante 24 horas porque aprobó todo lo que quiso sin que el Gobierno ni los tribunales actuaran?
-Siempre he evitado emplear el término de golpe de Estado, porque en el imaginario colectivo lo asociamos a asonada militar y a intervención sangrienta. Pero en términos estrictamente jurídicos, lo que ocurrió el 6 y 7 de septiembre fue propiamente un golpe de estado. Una subversión del ordenamiento jurídico vigente por métodos ilegítimos. Se abolió la Constitución y el Estatuto. Si en algún momento había que aplicar el 155, ese era el momento.
-El PP y Ciudadanos aplaudieron el discurso de su compañero Coscubiela. ¿Qué significado cree que tuvo aquel gesto?
-Llevábamos dos días prácticamente de bronca. Hubo una intervención de Marta Rovira que se burló en términos realmente insultantes del Consell de Garanties Estatutaries. Fue indigno respecto a las instituciones del autogobierno. A Coscubiela le salió del alma. En realidad, su discurso fue profundamente de izquierdas: no hay nada más progresista que defender los marcos jurídicos que protegen a los más desamparados.Nos jugábamos el honor de una cierta tradición de izquierdas.
-¿Ya veía que el procés acabaría con un referéndum y con la declaración de independencia?
-Estaba por ver. Pero era evidente que aprobando la ley de referéndum iban a mantener esa convocatoria. Pensábamos que Puigdemont frenaría antes del precipicio. Le imploramos.
-Puigdemont era partidario de ir a elecciones.
-Al final, ha acabado siendo prisionero del personaje. Actualmente es en parte lamentable. Waterloo parece una corte carlina, una cosa fantasmagórica. Apela a un sentimentalismo y a una ensoñación que todavía late en una parte de la sociedad catalana, pero que ya no corresponde en absoluto con la realidad. Es un fantasma del pasado y que tarde o temprano va a ser un problema.
-¿Cómo se soluciona?
-Es complicado. Hay una vía de solución, la reforma del Código Penal, a la cual pudiera acogerse y evitarse la situación más conflictiva, aunque tarde o temprano deberá ponerse a disposición de la justicia española. No es fácil para un Gobierno como el central con una situación parlamentaria tan frágil. En determinadas circunstancias, puede agravarse, puede acabar convirtiéndose en un problema explosivo.
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