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Pedro Sánchez presume de «equipazo» a la hora de poner nota a su Consejo de Ministros. Dentro de este plantel de lujo, según el presidente, hay versos sueltos, tenores desafinados y quien va a lo suyo.
José Luis Escrivá, ministro de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones, cabe en cualquiera de las tres categorías. La aprobación este jueves del proyecto de ley de regulación para el impulso de los planes de pensiones y empleo de los trabajadores fue un embrollo estupendo. Y en medio estaba él. «Suele tener razón, pero se explica mal y negocia peor», apunta un diputado socialista próximo a las esferas laborales de la Seguridad Social.
En esta negociación de los planes de pensiones, por ejemplo, pactó con Bildu un incremento del 15% de las pensiones no contributivas. Un acuerdo que, como están las cosas en el patio político patrio, equivale a salir de una piscina y meter los dedos en un enchufe. Hacienda estaba 'in albis' y medio Gobierno también, mientras la izquierda abertzale sacaba pecho.
Pero ese es Escrivá. En la remodelación ministerial que acometió el presidente el pasado 10 de julio, estaba en el paquete de salida. Sánchez lo mantuvo en su equipo y demostró tener una fe sólida en su controvertido titular de Seguridad Social.
Ello pese a que es difícil encontrar con quién no ha tenido encontronazos públicos. Épicos fueron sus enfrentamientos con Pablo Iglesias cuando ejercía como vicepresidente segundo. «Mentiroso» fue uno de los epítetos que intercambiaron en público, más contenidos que los que se dedicaron en privado. Más modosos, pero no menos intensos, son los intercambios de pareceres con Yolanda Díaz, aunque en este caso hay intrahistoria. Sánchez decidió desgajar la Seguridad Social -una atalaya política de primer orden con decenas de miles de millones de euros de presupuesto- de la cartera de Trabajo. Un reparto de tareas que Díaz nunca ha acabado de digerir.
En contra de lo que podría pensarse, las relaciones del ministro con la patronal no han sido ni son una balsa de aceite. «Parece que está en un laboratorio, muy poco en la realidad», se ha quejado en alguna ocasión el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, tras la enésima discusión ya fuera por los ERTE, el cálculo de las pensiones o el ingreso mínimo.
Hasta aliados gubernamentales fiables, y por norma, discretos, como el PNV se las han tenido tiesas con Escrivá. El último capítulo fue el retraso en el traspaso de la gestión del Ingreso Mínimo Vital al Gobierno vasco a pesar de existir un acuerdo político previo. Los nacionalistas lo tacharon de «ministro obstáculo» y Andoni Ortuzar, presidente del partido nacionalista, advirtió a Sánchez de que si persistían la maniobras dilatorias que atribuían a Escrivá la colaboración se podía ir «al carajo».
El ministro de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones no es, sin embargo, un 'pepito grillo' profesional. Es un experto en su materia convencido de que tiene razón en sus planteamientos, pero que, según muchos de sus interlocutores, carece de cintura política para defenderlos.
También reconoce errores ya sea por instrucciones superiores o por convicción. «Se me ha entendido mal», es uno de sus latiguillos habituales cuando tiene que plegar velas. O acepta decir que «ayer no tuve mi mejor día» para rectificar en asuntos de tanto calado como la ampliación del periodo de cálculo para el cómputo de las pensiones o defender un «cambio cultural» para trabajar hasta los 70 o 75 años en aras de la sostenibilidad del sistema.
Sus problemas por esta forma de ser no son patrimonio del Gobierno de coalición. Antes, cuando entre 2014 y 2020 presidió la Airef (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal), se enfrentó con sus mentores Mariano Rajoy y Cristóbal Montoro y amenazó con la dimisión en media docena de ocasiones. También chocó entonces con el Banco de España por defender que la subida del salario mínimo no tendría impacto sobre el empleo.
Con los socialistas mantiene ahora unas relaciones similares. Dice sentirse parte y comulgar con los principios del Gobierno de Pedro Sánchez, pero no siempre hay sintonía. «Ser premio Nobel de Medicina no garantiza ser un buen ministro de Sanidad», afirman con tono entre crítico y desenfadado en el PSOE. De momento, mantiene la absoluta confianza del presidente.
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