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Las elecciones europeas alimentan héroes y monstruos. La aparente lejanía del Parlamento de Estrasburgo y la escasa participación alimentan proyectos que no obtendrían buenos resultados en el escenario nacional, allí donde los partidos tradicionales se bregan a fondo. Su pelaje varía. Pueden ser propuestas ideológicamente radicales, antisistema o reunir a grupos de oposición gubernamental y minorías regionales en alianzas variopintas. Péter Magyar es uno de esos beneficiarios de la excepción. Hace tres meses, era un completo desconocido en Hungría y, sin embargo, este hombre de apellido patriótico ha obtenido casi el 30% de los votos locales en los últimos comicios continentales.
El feudo de Viktor Orbán parece resquebrajarse, o no, aún es difícil saberlo. La mayor amenaza para el poder del primer ministro ha llegado desde sus propias filas. En realidad, todos los intentos de la izquierda para arrebatarle el Ejecutivo han fracasado y, hoy, esa franja aparece débil y dividida. Los rivales no han sabido responder a una opinión pública que reclamaba opciones menos convencionales. En cambio, a lo largo de los últimos catorce años, el partido gubernamental Fidesz y su líder han sabido adaptarse a las pujantes corrientes de opinión que favorecen a los proyectos populistas y con tendencias autoritarias.
A diferencia de otras formaciones conservadoras, que han sufrido escisiones a su derecha, la entidad mayoritaria se ha escorado estratégicamente hacia posiciones ultras, muy rentables electoralmente. La Unión Europea ha reprobado, y retirado apoyos económicos, por la adopción de medidas que atentan contra la división de poderes y la libertad de prensa.
La irrupción de Magyar ha supuesto todo un cataclismo interno porque se ha producido en el seno del partido, el mayor peligro hasta ahora evitado, y sin que su vaga propuesta se aleje demasiado de las tesis oficiales. El nuevo dirigente, abogado y diplomático en Bruselas durante una década, supo escenificar muy bien su ruptura. Un escándalo judicial le sirvió de plataforma para darse a conocer. El indulto otorgado al cómplice de un pedófilo, por parte de la presidenta Katalin Novak, provocó un escándalo mayúsculo que supuso, incluso, la dimisión de la ministra de Justicia, Judith Varga, ex esposa de nuestro protagonista.
En este ámbito de descontento, el hombre de moda concedió el pasado mes de febrero una entrevista en Partizán, popular canal informativo local en YouTube, en el que se despachó contra el gobierno al que calificó de corrupto, acusación que goza de mayor credibilidad cuando viene desde alguien que ha permanecido cerca de las elites políticas. Esa comparecencia obtuvo millones de visitas, primera prueba de su capacidad de convocatoria. Poco después, anunció su candidatura dentro del Partido Tisza (Respeto y Libertad) de cara a la cita europea.
No hay un programa específico en la agenda de Magyar, pero sí que se acompaña de una revolución en el plano formal. El aspirante presenta una imagen renovada y moderna, cierta estudiada pulcritud que parece acorde con ese afán de regeneración ética, su principal seña de identidad hasta la fecha. Su atractivo y juventud se ponen de manifiesto en el uso de camisas blancas, pantalones vaqueros y zapatillas.
El régimen ha querido romper ese aura y desacreditarlo con argucias como la comparecencia televisiva de su ex mujer en un programa de máxima audiencia en la que denunció episodios de violencia conyugal. Ese intento no tuvo el éxito esperado y Tisza consiguió reunir a 100.000 asistentes en el mitin que celebró en la capital Budapest.
El postulado político del abogado, especializado en la defensa de víctimas de abusos policiales, se sitúa en el espacio de centro derecha. Su propuesta pretende recuperar el espíritu del Fidesz, organización creada por jóvenes liberales y anticomunistas en los albores de la democracia. El pragmatismo arruinó sus loables deseos iniciales. Los reveses electorales provocaron el giro hacia posiciones conservadoras y nacionalistas que Orbán ha recrudecido hasta generar tensiones con Bruselas.
Magyar denuncia que su país presenta los peores índices de corrupción de la Unión y que está considerado el segundo más retrasado en el plano económico, a pesar de que gozó del mayor nivel de vida cuando se hallaba al otro lado del Telón de Acero. También aboga por una mayor redistribución de la riqueza en un país con un creciente abismo entre la población urbana y la rural, sobre todo aquella que vive en las deprimidas regiones mineras.
Los europarlamentarios de Tisza se han unido al Partido Popular Europeo, aunque sus posiciones no son plenamente coincidentes. Como ocurre con Orbán, su nuevo rival se opone a la concesión de soldados y armas a Ucrania. En todo caso, su futuro depende de su resistencia a las campañas de descrédito que el régimen pondrá en funcionamiento y a su facultad para atraer a las masas durante los próximos dos años. En 2026 Hungría renovará su Parlamento. Habrá que ver si, entonces, ese magnífico edificio, joya del estilo neogótico vienés y símbolo de su bella capital, podrá acoger a una representación popular acorde con un Estado de Derecho homologable.
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