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«No ha sido una decisión fácil. Nadie quiere tener que matar caballos salvajes», reconoció la responsable del departamento del Ambiente de Nueva Gales del Sur, Penny Sharpe. Justo antes se había hecho pública la decisión de abatir la mayor parte de la población de cimarrones que campan a sus anchas desde 1800 por las laderas del Parque Natural de Kosciuszko. Son considerados una alimaña. Una plaga. Según las autoridades políticas y científicas, y también algunos grupos ecologistas, el impacto de esta cabaña silvestre sobre el medio ambiente es devastador y ha puesto en peligro a varias especies endémicas, animales y vegetales. El plan hasta 2027, redactado a tiros desde helicópteros, es reducir a 3.000 los 18.000 corceles que ahora trotan por este espacio protegido y de ambiente alpino. Y ahí, en la obligación de acometer ese sacrificio, interviene el sentimiento. El caballo, símbolo de fuerza y lealtad, forma parte del alma australiana.
Tienen hasta su propio nombre: 'Brumbies'. Así se llama también un famoso equipo de rugby, el deporte nacional. Y varias unidades militares. Y aparecen en billetes de banco. Y estuvieron presentes durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. Pertenecen al patrimonio cultural del continente. «Merecen algo mejor que morir acribillados a balazos», declaró Jill Pickering, presidenta de la Alianza Brumby australiana. Aun así, el gobierno local acaba de aprobar el sacrificio de miles de ejemplares desde el aire.
En Australia, los ingenieros han tenido que cambiar el trazado proyectado de algunas autopistas para respetar los caminos invisibles de los indígenas, las rutas que sólo los aborígenes pueden ver. Son herederos de esa mirada milenaria y, también, de los colonos que llegaron hace poco más de dos siglos. Con ellos, en 1800 desembarcaron los 200 primeros caballos que iban a pisar el continente. Eran ponis británicos, ejemplares de tiro, algún purasangre... Las cuatro patas de aquellos pioneros araron las granjas y controlaron los rebaños. Los caballos fueron las alas de los primeros pobladores llegados de Europa. Enseguida surgieron las carreras y los hipódromos. En 1850 había ya 160.000 equinos.
Luego llegaron las máquinas para trabajar en el campo y los vehículos para el transporte. Los caballos perdieron su sitio. Muchos fueron abandonados a su suerte y se hicieron salvajes, cimarrones. En un paisaje donde la presencia del hombre es mínima, proliferaron. Hoy hay cerca de 400.000. Se han convertido, como los canguros, en una atracción turística, y algunos son vendidos en el mercado europeo de carne. La mayoría viven, simplemente, sin riendas. A su aire. Y son tantos que se han convertido en una problema para el medio ambiente.
Estudios realizados en ecosistemas como el parque de Kosciuszko reflejan su efecto: comen la corteza de los eucaliptus, lo que debilita a los árboles. Con la pisada de sus pezuñas compactan la tierra, que luego no absorbe la lluvia tan necesaria en este hábitat reseco. Esparcen en sus melenas y sus heces algunas semillas de especies vegetales invasoras. Afectan a la calidad del agua de los arroyos... En Kosciuszko, además, pisotean la vulnerable flora alpina que crece en sus casi 7.000 kilómetros cuadrados. Situado a 350 kilómetros al suroeste de Sydney, es un espacio protegido, con 21 especies de plantas únicas en el mundo.
Este parque es un oasis en el que, según el gobierno local, sobran buena parte de los cimarrones. No es la primera vez que se aprueban batidas de equinos salvajes en Australia. También se ha recurrido a controles de fertilidad, pero pierden efecto pasado un tiempo. Capturarlos y trasladarlos a otro lugar es caro y genera sufrimiento a los animales. El disparo desde un helicóptero es la medida elegida ahora para blindar uno de los tesoros ecológicos de la antípodas. A finales de octubre, científicos de la Academia Australiana de Ciencias enviaron una carta a Ministerio de Energía y Medio Ambiente de Nueva Gales del Sur para pedir la reducción de la población de 'brumbies' y así proteger a otras especies. Su propuesta ha recibido el apoyo político, pero «no ha sido una decisión fácil». Cuesta dispararle a un símbolo.
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