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Mali: ¿golpe sorpresa o fruto de un malestar latente?

Mali: ¿golpe sorpresa o fruto de un malestar latente?

La opinión de Alberto Suárez Sutil ·

Es la consecuencia de una serie de eventos acaecidos a lo largo del año que demuestran la fragilidad del Estado. Sus consecuencias pueden afectar a Canarias y a la península

Domingo, 30 de agosto 2020, 09:10

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El 18 de agosto, un golpe de Estado militar derrocó al presidente y al Primer Ministro de Mali (Ibrahim Boubacar Keïta y Bobou Cissé respectivamente). Desde entonces, tanto medios nacionales como extranjeros han analizado las causas y futuros escenarios consecuencia de la asonada.

Pero antes de indagar en por qué ha habido un golpe de Estado en Mali hemos de responder algunas preguntas: ¿dónde se encuentra Mali en el mapa?, ¿por qué un golpe de estado en este país es tan relevante? y ¿cuáles son los motivos detrás de tal asonada?

Mali es un país que se encuentra en el continente africano, más concretamente en el Sahel, un cinturón geográfico que recorre el continente de oeste a este y que es la frontera natural entre el desierto del Sáhara y la selva. Es un país con altos índices de natalidad y pobreza, población multiétnica con varias lenguas y modos de vida distintos y débiles estructuras gubernamentales.

La plaga del terrorismo yihadista ha colocado a este maltrecho país en el punto de mira en la última década. En el año 2012, una rebelión de separatistas tuaregs (los famosos hombres del desierto), fue explotada por grupos yihadistas para intentar ocupar el país. Para complicar aún más las cosas, los militares -insatisfechos con el Gobierno- tomaron el poder por la fuerza. Esto empeoró la situación, dando como resultado que, para finales del 2012, el norte del país estaba bajo control de los yihadistas y separatistas. Cuando a principios del 2013 avanzaron hacia la capital, Bamako, Francia intervino militarmente para parar la hemorragia. Si bien logró recuperar el terreno perdido, no acabó con la amenaza.

Desde entonces (2013) la situación ha empeorado. Si bien el Gobierno no ha perdido terreno, la violencia ha aumentado y ha mutado. Ya no solo es yihadista y separatista, sino también interétnica, pues los eventos de 2012 despertaron rivalidades entre aquellos grupos que -atraídos por los cantos de sirena yihadistas de más justicia social- apoyaron a los terroristas y aquellos que sufrieron represalias. Esta tensión, alimentada por antiguos conflictos sobre modos de vidas distintos y una sensación de opresión, ha sido la que más ha aumentado en los últimos años.

Para complicar aún más las cosas, Mali se ha convertido en el nuevo teatro de operaciones contra el yihadismo. Hay tres misiones para tal fin: la francesa Barkhane, que desde 2013 opera militarmente para luchar contra los terroristas no solo en Mali sino en los países vecinos; la MIMNUSMA de Naciones Unidas, encargada de velar por la seguridad del país, y EUTM Mali, de la Unión Europea que entrena al Ejército maliense. España participa en la última misión. Como resultado, a la violencia antes descrita se le suman los ataques contra tropas de estas tres misiones, donde los malienses son víctimas colaterales, empeorando su sufrimiento.

La clase política maliense, con el presidente IBK a la cabeza, no ha estado a la altura de las expectativas. Si bien se logró en 2015 firmar la paz con los separatistas tuaregs a través de los acuerdos de Argel, su implementación se ha estancado, enquistando un conflicto en el norte de país -el teatro de operaciones de los grupos yihadistas-. La culpa, según expertos locales y extranjeros, la tiene el Gobierno, que priorizó la desconfianza hacia los tuaregs por sus ansias separatistas en vez una oportunidad de acabar con un conflicto y empezar a unir el país.

La corrupción y el nepotismo se han acentuado con IBK, quien colocó a su hijo Karim- aficionado a la buena vida- al mando de la comisión parlamentaria de defensa (pueden deducir que Karim no tenía experiencia previa para el cargo).

Este año se ha reforzado esta sensación de incompetencia de las autoridades. Las elecciones legislativas de marzo fueron calificadas como fraudulentas. Con una participación del 35%, al partido gobernante se le 'dieron' diez asientos, garantizando la continuidad del Gobierno. Tal gesto enfadó a la gente, que vio como su mandato electoral era pisoteado. Por si fuera poco, el líder de la oposición, Soumaïla Cissé, fue secuestrado el 25 de ese mes. Aún no se sabe donde está.

Pero lo que más ha enfadado a los malienses es la incapacidad del Gobierno de parar la violencia que asola el país, tanto de grupos yihadistas, como de milicias étnicas. Según la edición de 'The Economist' del 8 de agosto, 1.800 personas murieron en los primeros seis meses del año. Este número es igual al total del año pasado. Por si fuera poco, informes de Naciones Unidas acusan al Ejército maliense de ser cómplice en las masacres interétnicas, especialmente la de Ogossagou de marzo de 2019, que, con 157 muertos, es una de las peores que ha habido desde que empezó el conflicto.

Estos tres factores- corrupción institucional, fraude electoral e inseguridad- explican el golpe de Estado y las protestas populares que desde el mes de junio demandaban la dimisión del presidente a través de la coalición Movimiento Cinco de Junio-Agrupación de Fuerzas Populares (M5-RFP en francés). La cabeza visible de esta coalición es el imán Mahmoud Dicko, un líder carismático que se opuso en el pasado a reformas gubernamentales encaminadas a emancipar a las mujeres. A pesar del historial de Dicko, el movimiento se ha mantenido unido en su objetivo (conseguido por los militares) de echar a IBK del poder.

¿Por qué debería interesarnos lo que pasa en Mali?

A escala autonómica, la inestabilidad en este país se traduce en más migrantes en nuestras costas, especialmente este año, donde además de la crisis por el coronavirus covid-19, hemos visto un repunte en el número de pateras. Si los eventos que he contado siguen guiando el día a día de Mali, veremos más emigración hacia las islas.

Para España- el flanco sur de Europa- el escenario dantesco de un califato en este país, pondría la amenaza yihadista cerca de nuestras fronteras. Esto, unido al hecho de que Mali es un país emisor y de tránsito de migrantes hacia Europa (con España como puerta de entrada), hace que esas personas puedan ser usadas por los terroristas como lugar de acceso al continente para perpetrar atentados.

En conclusión, el golpe de Estado que ha tenido lugar en Mali es fruto de una serie de factores que han afectado al país desde 2012: 1) un intento de secesión que mutó en ofensiva yihadista dio como resultado un aumento de la violencia en el país, tanto por los yihadistas como por conflictos étnicos, reavivados por los eventos del 2012; 2) la corrupción e incapacidad del Gobierno de paliar la violencia, unidas al fraude electoral de este año, dieron como resultado una serie de protestas populares contra el gobierno; y 3) los militares, hartos de ser carne de cañón de un gobierno inepto y con su reputación manchada por alegaciones de complicidad en masacres interétnicas y abusos de derechos humanos, acabaron alzándose al calor de las protestas populares.

Estos son los factores que explican lo ocurrido en Mali el pasado 18 de agosto.

Alberto Suárez Sutil es Graduado en Política Internacional e Historia Militar (Aberystwyth University) y Máster en Seguridad y Terrorismo.

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