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Ortiz formaba parte de una expedición de tres canarios que acudían a la ciudad para un congreso sobre paz y seguridad apadrinado por el estado palestino. La razón que le llevó a estar allí es que es el vicepresidente del Forum Canario Saharaui.
Sus vivencias en la ciudad, en la que estuvo de martes a sábado, han afianzado sus convicciones. «Uno ve documentales y lee libros sobre el tema, pero palpar el ambiente es totalmente diferente. De repente te ves envuelto en una especie de torbellino de emociones. En Belén el muro parte calles, literalmente. Hay un hotel al que le han puesto el muro a dos metros de la puerta. Es una mezcla de elementos –el muro, los checkpoint, los asentamientos–opresiva. El muro es como un inseparable compañero de fatigas de hormigón que te va acompañando durante todo el viaje. Acaba por atraparte y dejarte tocado. No sabía que ese ambiente podía ser tan violento. No te lo puedes imaginar hasta que estás allí», rememora.
De los muchos momentos que Ortiz podría escoger para explicar las emociones en la ciudad recuerda el momento de acudir al aeropuerto para regresar a las islas. «La situación se notaba complicada. Ya notábamos la tensión. En los controles de seguridad. Entrar al país fue relativamente sencillo, pero en el control de salida la situación no era normal. Era la víspera del aniversario de la creación del estado de Israel, que coincidía con el disparate de la embajada. Sufrimos un interrogatorio brutal. Tremendo. Llegamos los tres juntos, que si llegamos a saberlo hubiéramos acudido por separado. La chica del control nos empezó a freír a preguntas; aquello era un ejército de chicas muy jóvenes. Perfectamente adiestradas, con una sangre fía y una capacidad de interrogar brutal. Cuando llegamos nos advirtieron que era mejor decir que veníamos de turismo, porque si no nos iban a dejar entrar de ninguna manera. Alrededor de 40 invitados no pudieron entrar al país. Muchos de ellos eran palestinos expatriados, con su pasaporte europeo, pero los devolvieron a casa», dijo.
Son muchas las imágenes que el viaje le deja impresas. «Fuimos a la ciudad vieja, donde también se notaba la tensión. Una presencia policial tremenda y el contraste de las religiones. El recorrido de los ultraortodoxos por los tejados para evitar encontrarse con los palestinos. Y luego estuvimos en Ramala. A la que se llega después de pasar horas en un autobús para recorrer 15 o 20 kilómetros, obligados a tomar carreteras alternativas siempre acompañado por el muro. Era opresivo», insiste.
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