Vuelve la mili, parón económico, auge ultra... ¿Qué le pasa a Alemania?
Sin el barato gas ruso, sin innovación digital y con la competencia de China, el canciller Merz se aferra ahora a la deuda para invertir y reflotar el motor de la UE
'Made in Germany'. Ese sello en cualquier producto era garantía de calidad y de fiabilidad. Bueno y duradero, aunque también caro. Alemania era –aún ... lo es– un país rico. 'El Dorado' al que fueron generaciones de emigrantes del sur del Viejo Continente. Ya no tanto. El 'milagro germano' comenzó a apagarse en 2018. El Brexit, la pandemia, la crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania, los recientes aranceles de Donald Trump y la falta de adaptación de su industria al progreso digital han frenado al país que era el gran motor europeo. Y cuando Alemania se para, Europa tiene que echarse a la cuneta.
De las ruinas de la derrota en la Segunda Guerra Mundial surgió una Alemania nueva, pujante, que recuperó su orgullo como nación a lomos de una economía con tracción a las cuatro ruedas. Gracias sobre todo a la gran industria del automóvil, el líder del continente pudo presumir de modelo económico, social y político. Estable y rentable. Alemán. 'Made in Germany'. Pero ahora ese bólido de combustión fabricado en Volkswagen, Mercedes o Porsche sobre el que volaba el bienestar germano se ha detenido.
El conservador Friedrich Merz, que accedió a la cancillería en mayo, se ha sentado al volante. Apenas avanza. Al ralentí. Por una ventanilla ve una instalación del barato gas ruso que alimentaba a su industria. Está cerrada por la guerra en Ucrania, como las centrales nucleares que se clausuraron en plena campaña de concienciación verde de la excanciller Angela Merkel. Por el otro cristal observa cómo le pasa a toda pastilla y casi en silencio un automóvil eléctrico chino. Antes, los productos del gigante asiático eran sólo más accesibles para el bolsillo de la clase baja-media. Ahora, además, son mejores. Con tecnología punta.
Alemania ha superado los 3 millones de desempleados en agosto, un récord desde 2015
Y un escalofrío: cuando Merz fija la mirada en el retrovisor se sobrecoge al descubrir la presencia en el asiento de atrás de un grupo de jóvenes rapados que lucen esvásticas, eco de la gran vergüenza alemana, el holocausto del pueblo judío ejecutado por los nazis. El canciller traga saliva ante el crecimiento del partido AfD de ultraderecha, que ya suma el 20% de los votos. El futuro le ha pasado de largo metido en un coche chino conectado a un satélite diseñado en Silicon Valley y el peor de los pasados le araña el cogote. En su primer verano en el poder ha notado el enorme peso de su misión: arrancar de nuevo el viejo motor de Europa, lastrado por tres millones de parados, y abrirle un hueco en el mercado global entre Washington y Pekín. El modelo de éxito basado en energía barata y exportaciones de alto valor añadido ha colapsado. Y nada fracasa más rápido que el éxito.
«El Estado de bienestar está al límite»
El canciller se ha visto obligado a desempolvar un discurso que parece de posguerra: «El Estado de bienestar está al límite, no se puede financiar con lo que producimos. El proceso de sanación será enorme y amargo». Alemania, que superó desafíos como la unificación con sus vecinos del Este tras la caída del Muro y luego la crisis financiera internacional de los años 2008-09, acaba de cruzar una de sus líneas rojas.
Conservadores, socialdemócrata y verdes han aprobado una reforma constitucional para aumentar el déficit. Con una deuda pública del 60% del PIB tiene mucho más margen fiscal que sus vecinos europeos. El país invertirá un billón de euros en doce años para modernizar su industria, adaptarse a las exigencias climáticas y reforzar sus fuerzas armadas. Adiós a la austeridad, que era un pilar de la economía germana. Necesita ese oxígeno para recobrar aliento.
El país, que antes era de hormigón, ya no pisa suelo firme. Basta como ejemplo el sistema público de pensiones. Lo fundó el canciller Otto von Bismarck en 1889 y ha salido a flote incluso en periodos de guerra. Pero Merz no puede asegurar a los jóvenes que cobrarán una jubilación digna. Por eso, en un mensaje que ha indignado a los sindicatos, ha recomendado a las nuevas generaciones que abran «cuentas de ahorro individuales» para ese momento y que inviertan en la bolsa. Para impulsar esa medida, desde el próximo año los padres podrán solicitar un subsidio de 10 euros al mes para meterlo en un plan de ahorro mensual en acciones para sus hijos. El mensaje es claro: para vivir con soltura tras la vida laboral habrá que tener un fondo de pensión privado.
Alemania presume de su resurrección tras las guerras mundiales. El estancamiento actual conlleva por eso una crisis de identidad. Era el país que sabía cómo generar riqueza, el líder mundial de las exportaciones. Ya no. Hasta su fútbol ha perdido foco. Para colmo, la cercanía de la invasión rusa de Ucrania ha sacado a relucir la debilidad militar germana. El Gobierno de Merz se ha movido al promocionar el servicio militar voluntario y deja entrever que, si la tensión aumenta, será obligatorio.
El mandato de Merkel
'Das Auto ist kaputt'. El coche está averiado. 'Kaputt' significa roto, estropeado, hecho polvo, agotado... Es también el título de un libro escrito por Wolfgang Münchau, economista, antiguo editor del 'Financial Times' y director de 'EuroIntelligence'. Su análisis del declive alemán ha rebotado en los grandes medios europeos. «Al principio, los grandes directivos de la industria automovilística, en su mayoría hombres, consideraban que los coches eléctricos eran juguetes para niñas». En su opinión, Alemania le dio la espalda a la tecnología digital que venía. «El país tiene una de las peores redes de telefonía móvil de Europa. El fax sigue mandando en el ejército y en las consultas médicas. Hay muchos comercios que sólo admiten el pago en metálico», apunta en una entrevista en la BBC.
Sitúa el punto crítico de esta deriva durante el mandato de Merkel. «En la década de 2010 aumentó la dependencia del gas ruso, se invirtió menos en fibra óptica e infraestructura digital y se incrementó la dependencia de las exportaciones», señala. El país se centró en un reducido número de industrias, especialmente la del automóvil. Sobre este sector cayó la tormenta perfecta: subió el precio de la energía y faltó innovación.
«El país tiene una de las peores redes de telefonía móvil de Europa. El fax sigue mandando en el ejército y en las consultas médicas. Hay muchos comercios que sólo admiten el pago en metálico»
Wolfgang Münchau
Director de EuroIntelligence
Ya no está un visionario como Ferdinand Porsche. Cuando al fundador de la firma que lleva su apellido le preguntaron cuál era su modelo de coche preferido, contestó: «El siguiente». Diseñaba el futuro y así lo manejaba a su antojo. Hoy, la estadounidense Tesla, empresa de Elon Musk, y las marcas chinas dominan el mercado del coche eléctrico. Alemania tendrá que pasar de un modelo cimentado en la fabricación a otro basado en los servicios.
«No tiene prácticamente ninguna representación en materia de Inteligencia Artificial. No ha realizado estas inversiones», añade Wolfgang Münchau. Esa carencia es generalizada en la vieja Europa, a rueda de EE UU y China. Depender de un agente exterior tiene sus riesgos. Alemania lo ha comprobado. Durante su larga época de éxito tuvo en China a un gran comprador. Ahora, los ingenieros asiáticos les han superado. Son sus competidores. El 'made in Germany' se ha convertido en el 'made in China'.
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