El camino hacia la soberanía digital
Uno de los asuntos principales de la agenda europea es cómo dotar a la Unión y a sus Estados miembros de soberanía digital. Estamos solo ... al principio de una revolución tecnológica que cambia la economía, el trabajo, la política, la educación y la manera de relacionarse. Los avances diarios en Inteligencia Artificial aceleran la transformación de nuestras vidas y surgen preguntas éticas y políticas fundamentales. La protección de la dignidad humana y de los derechos fundamentales de la persona no están garantizados en los nuevos escenarios digitales y tampoco los mecanismos de compensación entre ganadores y perdedores.
El problema de Europa es que depende en gran medida de las empresas estadounidenses, líderes mundiales, en una etapa en la que ni el Gobierno de Washington ni estos actores privados quieren establecer reglas del juego suficientes para civilizar la tecnología. Su mentalidad es la contraria, promover la disrupción y la desregulación. Se justifican porque quieren ganar al régimen de Pekín en esta carrera y también monetizar al máximo sus inversiones en tecnología.
Los europeos no deben resignarse a ser 'esclavos digitales' ni de Estados Unidos ni de China. El gigante asiático combina el control político, la censura y la vigilancia de los ciudadanos con tecnología barata y de suficiente calidad, capaz de difundirse rápidamente por todo el mundo. Pero su modelo no es compatible con la aspiración europea de que el progreso tecnológico no debilite la democracia y la libertad del individuo. Los riesgos de la Inteligencia Artificial se pueden agrupar en cuatro ámbitos: en el campo de batalla, donde se multiplican las armas autónomas, en el de la información, en el que desaparecen las fronteras entre lo verdadero y falso por el impacto de la generación no humana de contenidos, en la adicción y pasividad que generan las pantallas, y en la desigualdad creciente en las sociedades desarrolladas, por el impacto asimétrico de estas tecnologías.
La clave para empezar el camino hacia la soberanía digital europea es el entendimiento franco-alemán, como en tantos otros capítulos del proceso de integración. Ni Berlín ni París tienen excusas para no acelerar el paso. Tanto la Unión como sus Estados miembros saben lo que tienen que hacer: mantener a raya a las grandes empresas del sector que abusan de su posición de dominio, aunar esfuerzos para poner en pie una política industrial común, que alumbre proyectos y campeones europeos, y combinar la regulación, como expresión de valores irrenunciables, con la creación de ecosistemas de aprendizaje y oportunidades para que las empresas locales puedan crecer, sin tener que buscar financiación fuera de Europa.
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