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El primer ministro británico delante del número 10 de Downing Street . efe
Los conservadores devoran a sus líderes por afán de victoria

Los conservadores devoran a sus líderes por afán de victoria

El instinto de supervivencia política desde Margaret Thatcher a Boris Johnson

lourdes gómez

Londres

Viernes, 8 de julio 2022, 11:46

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En Westminster, dijo Boris Johnson al aceptar la derrota en el pulso con su partido, el «instinto de rebaño es potente y cuando el rebaño se mueve, se mueve». El primer ministro británico expresaba así su frustración e ira por el colapso prematuro de su proyecto político en la enconada revuelta del grupo parlamentario conservador contra su aparente falta de integridad y dotes de mando, que culminó el 7 de julio.

Johnson se vio forzado a renunciar al liderazgo del partido tory y del Gobierno del Reino Unido, en pleno meridiano de su primera legislatura, tras perder la confianza de la mayoría de los 358 diputados con los que comparte bancadas en la Cámara de los Comunes del Parlamento de Westminster. Es uno más en la cadena de mandatarios conservadores que pierden el timón bajo el «sistema darwiniano» de renovación de «líderes igualmente comprometidos con llevar las riendas de este país en tiempos difícil«, según expuso en el mensaje de renuncia y despedida, que pronunció frente a la residencia oficial de Downing Street

Otros lo describen simplemente como instinto de supervivencia de los conservadores, que se activa en cuanto los diputados detectan que sus escaños están en peligro. Bajo el liderazgo de Johnson, el partido sufrió en fechas recientes derrotas electorales de excepcional magnitud, incluso para contextos celebrados en mitad de la legislatura. Se desató el «instinto de rebaño» mencionado por el saliente mandatario, que ya había causado estragos en sus antecesores:

Theresa May cayó, en junio de 2019, en la penúltima embestida de los carneros euroescépticos. Johnson lideró entonces el redil de los rebeldes desde su posición inicial como ministro de Exteriores y, más tarde, desde la retaguardia en las bancadas conservadoras de Westminster. Tras dimitir del Ejecutivo en julio del año siguiente, el ahora decapitado dirigente dio oxígeno a la facción dura del partido, contraria a la Unión Europea, que boicoteó el primer acuerdo del Brexit y posteriores compromisos hasta causar el fin del liderazgo de May. Johnson le reemplazó respaldado ppr el mismo bloque de euroescépticos.

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David Cameron tampoco terminó el mandato electoral que ganó por mayoría absoluta, en 2015, en contra de casi todos los pronósticos. En esta instancia, su dimisión como líder y jefe del gobierno fue un acto voluntario, aunque la deriva hacia el ocaso se debió fundamentalmente a la tendencia ultra anti comunitaria de la derecha británica. Cameron quiso acabar con las fugas de afiliados y electores conservadores hacia la formación ultra euroescéptica y nacionalista de Nigel Farage, el UKIP, accediendo a convocar un referéndum de la UE, que dada por ganado. Se equivocó y se despidió del público silbando, mientras regresaba al 10 de Downing Street a espaldas de las cámaras de televisión, después de aceptar la derrota del no a la UE de 2016.

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John Major perdió las legislativas de 1997 ante la avalancha del nuevo laborismo de Tony Blair. Su derrota fue probablemente inevitable después de casi veinte años de dominio conservador. Pero los «bastardos» euroescépticos – según describió el primer ministro a los contrarios a las concesiones que extrajo de la UE durante las negociaciones del acuerdo de Maastricht - arruinaron su carrera política y dejaron en la estancada al partido durante la siguiente década.

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Margaret Thatcher brindó tres victorias electorales a los conservadores, en 1979, 1983 y 1987, pero el gabinete no dudó en actuar contra la jefa y primera ministra cuando sus miembros se sintieron en peligro de la derrota electoral. Los ministros le persuadieron de dimitir en una estrategia similar a la vivida en Downing Street esta semana. Esta vez, Johnson ha optado por una muerte política con efecto retardado – aspira a retener el poder hasta el otoño- para evitar quizá derramar las lágrimas que la Dama de Hierro dejó escapar al desalojar Downing Street, el 29 de noviembre de 1990.

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