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CORRESPONSAL. NUEVA YORK
Sábado, 5 de noviembre 2022, 19:30
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Uno sabe que los demócratas están en apuros cuando ve a Joe Biden, Hillary Clinton, Bill Clinton y Kamala Harris haciendo campaña por la gobernadora del estado de Nueva York. A dos días de las elecciones, los pesos pesados del partido deberían estar en los territorios bisagra para apoyar a los senadores y congresistas que intenten arrebatar asientos a la oposición, pero este año juegan a la defensiva. Muy a la defensiva.
Nueva York es un estado sólidamente azul que nunca ha estado en disputa en las presidenciales desde que lo ganase Ronald Reagan en 1988. La ciudad de los rascacielos es progresista, con algunas manchas rojas en su expediente, cómo los barrios de judíos ortodoxos de Brooklyn o Staten Island, antigua residencia de verano de la Mafia, favorita de policías y bomberos. Sin embargo, el estado, que se extiende hasta Canadá, llega a parecerse más a Ohio que a la Gran Manzana en sus costuras con Pennsylvania y la frontera del Lago Erie con Michigan. Gracias a ese voto rural y conservador, en 1994 el republicano George Pataky logró arrebatarle el Gobierno a un hombre querido como Mario Cuomo. Lo hizo gracias al fantasma del crimen y la delincuencia, que asolaba la ciudad de Nueva York y atemorizaba a los suburbios, aunque en éstos el peligro era más una cuestión de percepción que de realidad. Ésa es la estrategia que sirvió el año pasado al alcalde, Eric Adams, para vencer a sus rivales demócratas en las primarias en una ciudad en la que los seguidores del partido de Biden superan a los republicanos por 7 a 1.
¿Qué hace entonces Biden este domingo dando un mitin a la afueras de Nueva York? Lo mismo que Bill Clinton el viernes en Brooklyn o su esposa y la vicepresidenta Kamala Harris el jueves en Manhattan. Apuntalan un estado clave para el muro azul, en el que los republicanos han abierto serias grietas en las últimas semanas. «Cuando los demócratas salen a votar, ganamos», dijo el viernes a CNN la gobernadora Kathy Hochul, que hace dos semanas ganaba por dieciséis puntos y en la última encuesta solo por cuatro.
Su rival, Lee Zeldin, ha sabido hacer sangre del crimen, siguiendo el manual que dio la victoria al alcalde Adams, a Pataky y al también exregidor Rudy Giuliani. Los pesos pesados del partido se han apresurado a acudir al rescate de la gobernadora, porque si malo será perder la Cámara Baja y puede que el Senado, la derrota en Nueva York sería humillante.
Allí estaba Adams ayer, rindiendo penitencia en los estudios de Brooklyn, donde el expresidente Clinton arropaba a Hochul. El alcalde ha tenido notas disonantes con la gobernadora en los últimos días y tocaba dejar clara la unidad del partido en un momento en el que todo amenaza con venirse abajo. Su pasado como policía fue una buena carta para alzarse con la victoria que Hochul necesita si los demócratas quieren seguir con el experimento de poder en Nueva York.
Los anuncios escalofriantes con escenas de violencia callejera y crímenes sangrientos, amenizadas con música de la que hace palpitar el corazón, se repiten en las pantallas de televisión en cada intermedio. Entre los republicanos, la delincuencia es la principal preocupación a la hora de votar, seguida de la inflación, que es común para todos los signos políticos. Pero entre los demócratas ha calado el mensaje de que en estas elecciones hay que proteger la democracia. Y ése es el mensaje que les transmiten los barones del partido.
«¿Quién no va a estar de acuerdo con reducir la violencia?», se preguntaba Hillary Clinton en voz alta durante el mitin de 'Mujeres poderosas' que dio en la facultad de Barnard el jueves junto a la vicepresidenta, Kamala Harris, y la gobernadora Hochul. «Pero a los republicanos no les importa vuestra seguridad. Lo que quieren es que sigáis asustados para que votéis en contra de vuestros propios intereses», señaló.
No hay duda de que el Nueva York de la pandemia es más sucio y menos seguro que el que dejó Michael Bloomberg. La presencia de los sintecho durmiendo en las aceras y los murales de graffitis que proliferaron tras las revueltas de Black Lives Matter han aumentado la percepción de inseguridad que dejan los titulares de disparos en Times Square o puñaladas en el metro, pero las estadísticas indican que los homicidios han bajado este año en la ciudad un 14% y los tiroteos un 13%. Lo que ha subido son los delitos con violencia, especialmente los atracos, y sobre todo, las advertencias de la Policía cuando algún ciudadano llama para preguntar qué puede hacer para fortalecer un caso de delitos menores, como el robo de un paquete postal o una bicicleta. «Vote por diferentes representantes», aconsejó sin reparos el detective del noveno precinto policial de Manhattan, Michael Franco, durante una llamada de esta vecina. «Con éstos, entran por una puerta y salen por la otra».
Las llamadas fuerzas del orden abrazaron con entusiasmo la candidatura de Donald Trump en 2016 y su promesa de mano dura. Los agentes se congratulaban unos a otros en las calles de Manhattan la noche de su victoria y se tomaban fotos con los seguidores de las gorras rojas de Make America Great. Le daban la espalda al alcalde Bill de Blasio durante los entierros de algún compañero caído en acto de servicio y ahora hacen proselitismo activo para reemplazar al fiscal demócrata, al que acusan de invalidar su trabajo.
Las protestas masivas que produjo el asesinato policial de George Floyd hace dos años trajeron consigo una pseudo huelga de brazos caídos. «Nadie va a arriesgar su vida para que luego le pongan una demanda y hasta le metan en la cárcel», confió un agente a esta corresponsal en Washington.
Es demasiado tarde para cambiar las percepciones. Las cartas están echadas. Más de 35 millones de personas han votado ya. Solo queda movilizar el voto de los convencidos, asegurarse de que nadie da por hecho lo que tiene y recordarles que votar importa.
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