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Todo poder geopolítico, sea global o regional, teje una red de aliados que sirven a sus intereses. Los más valiosos son siempre los que forman parte de un bloque rival. En el caso de Rusia, tener de su lado a países pertenecientes a la OTAN y la Unión Europea es clave, sobre todo porque facilita la tarea de provocar divisiones internas que impidan una oposición unida. Ahí reside el gran valor que para Vladímir Putin tienen relaciones como, por ejemplo, la que le une al presidente húngaro Viktor Orbán, uno de los que más notas discordantes introduce en el bloque occidental.
Y no hay nada mejor que extender la división de los dirigentes políticos al seno de la propia sociedad. Es de primero de Desestabilización. Todo ello se puede fomentar aún más tejiendo una red de relaciones clientelares con partidos políticos afines y, sobre todo en el mundo eslavo, con los oligarcas de turno. Añadamos bulos y desinformación y ya tenemos una campaña sólida. Pero, como se ha visto con el intento de asesinato del primer ministro eslovaco, el prorruso Robert Fico, este juego puede desembocar en violencia.
Ahora que la invasión de Ucrania entra en una nueva (y preocupante) fase con la reapertura del frente de Járkiv, que estira al límite los recursos militares del país, nos centramos en las otras invasiones -físicas o no- de Rusia en el continente Europeo.
Estos son los tres temas que tocaremos hoy.
Eslovaquia, Hungría y las injerencias rusas en Occidente.
El otro país ocupado: Georgia.
Transnistria quiere ser Rusia.
Aunque parece que ha sido una de las principales motivaciones de su atacante, es arriesgado trazar una relación entre la invasión rusa de Ucrania y el intento de asesinato del primer ministro eslovaco Robert Fico. Pero que este mantiene una posición cercana a los intereses del Kremlin -y opuesta a la de la presidenta del país, Zuzana Caputová- ha quedado de sobra acreditado. No en vano, en enero afirmó que Volodímir Zelensky debería ceder parte de su territorio a Rusia a cambio de la paz.
«¿Qué se espera, que [los rusos] se marchen de Crimea, del Donbás y de Luhansk? Eso no es realista», declaró en televisión poco después de volver al cargo con un programa electoral en el que prometía poner fin a los envíos de armas a Ucrania, bloquear el acceso de Kiev a la OTAN, y oponerse a las sanciones contra Rusia. «Ucrania no es un país independiente y soberano, porque está controlado por Estados Unidos», sentenció. Hace unos días, Ione Belarra pronunció un discurso en líneas similares, señalando como culpables de la guerra -no invasión- de Ucrania a muchos, pero no a Putin.
"En Podemos estamos firmemente en contra de comprometer apoyo militar indefinido a una guerra suicida que lleva cientos de miles de muertos en Ucrania.
— Podemos (@PODEMOS) May 17, 2024
Hay que comprometerse con una mesa seria de negociación y apostar por la diplomacia".
🎥 @ionebelarra pic.twitter.com/tpN6ZMGiFN
Para entender quién es Fico y cómo funciona el mundo eslavo, nada mejor que ver el documental 'El asesinato de un periodista', de Matt Sarnecki (disponible en Filmin). A partir del brutal asesinato del periodista de investigación Jan Kuciak y de su pareja, el filme va desenrredando la madeja de corrupción tejida mano a mano entre los oligarcas y las Autoridades, a cuyo mando estaba Fico. Precisamente, fue ese crimen el que sacó a Eslovaquia a la calle y el que, finalmente, le obligó a dimitir en 2018.
Ahora Fico vuelve a dirigir el país y abre una grieta prorrusa en la UE con el húngaro Viktor Orbán, otro líder envuelto en diferentes escándalos y considerado el más autoritario de la Unión. La cercanía geográfica y sociocultural, entendida esa última como la adhesión a valores tradicionales y a una oligarquía económica, facilita que Putin se infiltre en los países del este. Su ideología coservadora logra adeptos entre los partidos de derechas, mientras que se gana el favor de los de izquierdas con su discurso contra el imperialismo estadounidense y la errónea idea de que Rusia aún tiene algo de comunista.
Eso explica que Putin sea una figura respetada en partidos ultraderechistas como Vox y que, a su vez, arranque aplausos entre trasnochados militantes de Podemos engalanados con la hoz y el martillo. Pero el presidente ruso tiene más difícil convencer fuera de esos radicalismos en los países más progresistas y con mayor tradición democrática del oeste y del centro del continente. Para ellos prepara campañas de desinformación que se despliegan sobre todo en redes sociales. Y puede que ahora las veamos más claramente de cara a las elecciones europeas del próximo día 9.
Ya en abril, la Comisión Europea abrió una investigación para detectar estas estratagemas, a menudo dirigidas a través de falsos medios de comunicación como Voice of Europe, que las agencias de inteligencia de Polonia y la República Checa consideran un vehículo financiado por Moscú que sirve para apuntalar la narrativa rusa y canalizar fondos hacia políticos afines. «La investigación demuestra que Rusia se ha acercado a miembros del Parlamento Europeo y les ha pagado para promover su agenda en el seno de la institución», afirmó el primer ministro belga Alexander de Croo.
En la diana está también el partido ultraderechista alemán AfD. Concretamente, su diputado Maximilian Krah fue interrogado por la sospecha de que recibió dinero de agentes rusos mientras que su asistente fue arrestado el pasado 23 de abril por espiar supuestamente para China, otro de los países que despliegan una táctica similar en Occidente.
Como de costumbre, las potencias autoritarias se sirven de los derechos y las libertades que ellos niegan a sus ciudadanos para interferir en los asuntos internos de Estados que sí los protegen. Mientras impiden con su férrea censura que una narrativa diferente llegue a sus súbditos, y encarcelan o matan a los más díscolos, se valen de los valores democráticos de sus rivales para debilitarlos extendiendo su propaganda e influencia.
En su justificación de la invasión de Ucrania, Vladímir Putin culpa a la OTAN de haberse acercado demasiado a su territorio, aunque prometió no hacerlo. Según su narrativa, tras la disolución del Pacto de Varsovia, Occidente aseguró que la Alianza Atlántica no se extendería hacia el este. Lo que no se dice es que ese acuerdo verbal se materializó cuando aún existía la Unión Soviética, en 1990, y que en septiembre de ese año se acordó que la OTAN podría establecer tropas más allá del telón de acero. La caída de la URSS cambió por completo el panorama de seguridad y fueron los países independientes resultantes quienes decidieron libremente ir adhiriéndose a la Alianza, precisamente por miedo al imperialismo ruso que ya habían sufrido.
De lo que sí hay un pacto escrito, ya con Rusia como Federación independiente, es del Memorando de Budapest. Y en este acuerdo que Moscú firmó con Kiev, Reino Unido y Estados Unidos, Rusia se comprometía a «respetar la independencia y la soberanía de Ucrania, delimitada con las fronteras existentes» (en 1994, incluyendo Crimea y el Donbás) a cambio de que Ucrania firmase el Tratado de No Proliferación y renunciase al enorme arsenal nuclear heredado de la época soviética. Además, el memorando obligaba a Estados Unidos a intervenir en caso de que se violasen estos términos.
Ese pacto Moscú lo rompió en 2014 cuando anexionó Crimea, y Occidente no actuó. Además, el presidente ruso ya había lanzado una operación similar antes: fue en 2008 y la sufrió Georgia. Aún hoy, el 20% de su territorio está ocupado por fuerzas rusas. Es el de las repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur, cuya independencia Moscú reconoce.
Esa estrategia se ha visto también en Ucrania, con las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Luhansk. Moscú reconoció su independencia el 21 de febrero de 2022, tres días antes de la invasión total de Ucrania, después de haber alentado durante años los movimientos separatistas en su seno. Fue una buena excusa para la 'operación militar especial', que culminó con la anexión de esas dos repúblicas -y otras dos zonas ucranianas- por la Federación Rusa en octubre de ese año.
En resumen: Rusia alimenta movimientos separatistas, los reconoce cuando explotan, y luego anexiona esos territorios. Hasta ahora, ha sucedido en zonas fronterizas con Rusia, pero el Parlamento Europeo incluso pidió que se investigasen los supuestos lazos entre el Kremlin y el movimiento independentista catalán. ¿Habría reconocido Moscú a la república de Carles Puigdemont?
Es lo que ahora quiere conseguir Transnistria, la región moldava que se ha mantenido en un limbo legal desde que decidió separarse de Moldavia, justo tras la caída de la Unión Soviética. Aunque nadie reconoce su soberanía, Rusia mantiene estacionados allí unos 1.500 efectivos. «Proteger los intereses de los trasnistrios, nuestros compatriotas, es una de nuestras prioridades», afirmó el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso. Mientras tanto, Moldavia ha arrancado ya el proceso para entrar en la UE, algo que podría culminar sin Transnistria.
En esta coyuntura, los dirigentes de la región han pedido a Putin que les proteja de la creciente presión que ejerce Moldavia, una presión que Chisináu niega. No solicitan la adhesión a Rusia -aunque fue la opción que apoyó el 98% de la población en un referendum celebrado en 2006-, pero eso es algo que diferentes políticos moldavos esperan que suceda pronto. De momento, Moscú ha simplificado el proceso para que los transnistrios accedan a la nacionalidad rusa. De ahí a integrar la región con la excusa de que en su interior reside una considerable población rusa -ya son 220.000 habitantes- solo va un paso. Pero, oigan, el imperialismo es solo un mal estadounidense.
Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo ahí fuera. Si estás apuntado, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes a tus amigos.
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