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Pablo M. Díez
Enviado especial. Taipéi (Taiwán)
Lunes, 20 de mayo 2024, 20:07
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Bajo el fantasma de la guerra de Ucrania, azuzado por la reciente visita de Putin a China, el nuevo presidente de Taiwán, William Lai, ha tomado posesión de su cargo este lunes. Tras ganar las elecciones celebradas en enero, su mandato de cuatro años será de tensión constante con el autoritario régimen de Pekín, que reclama la soberanía de esta isla democrática e independiente 'de facto'.
En realidad, nada nuevo bajo el sol porque Lai, quien fue vicepresidente durante los ocho años anteriores a las órdenes de Tsai Ing-wen, ya está acostumbrado. De 64 años y perteneciente al Partido Democrático Progresista (PDP), que enarbola un discurso soberanista frente al acercamiento a China que propugna la oposición del Kuomintang (KMT), ha sido tildado por el régimen del Partido Comunista de «peligroso separatista».
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Con tales precedentes, todo apunta a que Pekín redoblará su acoso sobre la isla, enviando casi a diario decenas de aviones y barcos para cruzar la línea media del estrecho de 180 kilómetros que separa a Taiwán de China continental. Durante los últimos cuatro meses, más de 500 aviones chinos han traspasado dicha frontera no oficial o sobrevolado la Zona Aérea de Identificación Defensiva (ADIZ) establecida por Taiwán. Ninguna de esas líneas es reconocida por Pekín, que considera a la isla parte de su territorio y amenaza con recurrir a la fuerza militar si declara formalmente una independencia que, de hecho, ya tiene.
Con el presidente chino, Xi Jinping, prometiendo la «reunificación» durante la «nueva era», como la propaganda denomina a su mandato, numerosos analistas y expertos en inteligencia sospechan que Pekín estará plenamente capacitado para lanzar una invasión a gran escala a partir de 2025. Cierto o no, el temor a una guerra con China está cada vez más presente en Taiwán, sobre todo tras ver la invasión rusa de Ucrania y el creciente enfrentamiento de Xi con Estados Unidos y el resto de Occidente por su apoyo a Putin.
Siguiendo el ejemplo de Ucrania y su heroica respuesta, muchos taiwaneses ya se están preparando para defenderse en caso de una invasión china. Fundada por el diputado soberanista Puma Shen en el centro de Taipéi, a medio camino entre el palacio presidencial y la estación principal de trenes, la Academia Kuma imparte a los civiles cursos para resistir un ataque del Ejército Popular de Liberación.
Por 1.000 dólares de Taiwán (casi 30 euros), una clase de un día dura desde las nueve y cuarto de la mañana hasta las cinco de la tarde y forma a los alumnos en ciencia militar, guerra de desinformación, primeros auxilios como hacer torniquetes y planes de evacuación. Pero, al contrario que los campos de tiro que están proliferando por la isla, no enseña a disparar armas de fuego ni tácticas de combate para enfrentarse al enemigo.
El día que este diario asiste a este cursillo, veinte de sus treinta estudiantes son mujeres. Tan abundante presencia femenina se explica porque solo los hombres están llamados a hacer el servicio militar obligatorio en la isla, que además ha sido ampliado de cuatro meses a un año. Para preservar la identidad de los alumnos y garantizar así su seguridad, solo podemos tomar imágenes desde la parte trasera del aula con el fin de que no se vean sus caras. Es una muestra más de la creciente psicosis que hay en Taiwán ante una guerra con China que muchos ven inevitable en el futuro.
«Se habla mucho de la fecha de 2027 para una posible invasión. Pero la realidad de este horizonte es solo una teoría. Para China, lo importante si quiere iniciar una guerra es que Taiwán sea débil, ya que su objetivo es que la invasión sea lo más rápida posible y terminar pronto. Mientras Taiwán siga mejorando sus fuerzas de defensa nacional, la situación mantendrá un equilibrio dinámico. Por lo tanto, debemos centrarnos en prepararnos para la guerra», nos explica al acabar su clase Jack Chen, analista del Instituto para la Investigación de la Defensa y Seguridad Nacional (INDSR, en sus siglas en inglés).
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Aunque cree que «la posibilidad de que estalle una guerra con China en los próximos años es baja porque no se observan grandes movimientos en el lado chino», alerta de que «puede haber escaramuzas entre patrullas navales» e insiste en que «lo más importante es la preparación militar para disuadir a Pekín de una invasión». Para ello, cree que Taiwán «debe mejorar el adiestramiento militar, sus infraestructuras defensivas y mantener su ventaja en el mar no con más barcos que China, sino con misiles y submarinos», como el primero de construcción nacional que fue presentado el año pasado y está en fase de pruebas.
Tal y como explica Jack Chen a los alumnos, «una invasión china de Taiwán, que necesitaría unos 600.000 soldados, no es tan fácil porque solo hay dos o tres meses al año en los que es posible: en marzo y abril y en septiembre y octubre, pero en este último momento con riesgo de tifones». Durante el resto del año, el estrecho de Formosa tiene sus aguas muy revueltas, con un 48% del tiempo con olas de dos metros y un 11% con ondas de hasta cuatro metros.
A su juicio, Taiwán solo presenta 14 lugares propicios para desembarcar y es relativamente fácil de defender por la cordillera que divide el oeste y este de la isla, donde sus montañas se alzan desde la misma costa. «Con esta ventaja en el mar y el aire de momento, el ejército taiwanés puede destruir las infraestructuras, como las autopistas elevadas que conectan con el aeropuerto de Taoyuan o los túneles de las montañas, para frenar el avance de las tropas chinas», razona Chen.
También ve complicado un bloqueo, como el que Pekín ha ensayado en sus últimas maniobras cercando la isla, porque «afectaría también al tráfico marítimo por el estrecho de Formosa con Japón y Corea del Sur, que podrían intentar romperlo con la ayuda de EE UU por la costa este. Para dominar también ese flanco, China está acelerando la construcción de su tercer y cuarto portaaviones y desarrollando su flota de aguas azules. Para hacer frente a EE UU en caso de conflicto, sus prioridades son disponer de más portaaviones, cazas invisibles al radar y misiles de largo alcance».
Además de en el campo de batalla, otro frente sería el de la información, donde Chen y otro profesor, que se hace llamar solo Albert, creen que Taiwán puede aprender mucho de Ucrania. Como monitor de la lección sobre desinformación, Albert enseña a detectar los mensajes que puedan revelar una inminente invasión y, sobre todo, las noticias falsas y rumores tendenciosos que la propaganda china difunde en las redes sociales.
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«La mayor amenaza es para nuestro sistema democrático: si la gente es engañada o recibe información solo de una parte, incluso en una sociedad democrática, va a tomar decisiones equivocadas. Necesitamos transparencia y filtros para comprobar las numerosas fuentes de información que recibimos en una sociedad democrática», propone Albert, quien se cubre el rostro con una mascarilla por seguridad.
Terciando en el inevitable debate de las redes sociales, ve «difícil prohibir TikTok como quiere hacer EE UU porque en las democracias tenemos libertad de información, pero se podría vetar en la administración pública para evitar riesgos». Más allá de la censura, señala que «lo realmente necesario es que haya transparencia en las redes sociales para que el público sepa cómo se filtran los mensajes que recibe».
En su clase, Albert proyecta numerosos ejemplos de desinformación de la propaganda china, entre ellos un mensaje de la portavoz de Exteriores, Hua Chunying, acusando a «EE UU de no tener democracia, sino liberalismo totalitario».
Bajo la amenaza permanente de China, que se infiltra en su sociedad con 'influencers' y troles pagados por el régimen, los taiwaneses aprenden del ejemplo de la defensa civil de Ucrania. «La mejor manera de defendernos en Taiwán es depender de nuestra propia capacidad de resistencia. Pero dicha resistencia no funcionará si no hemos preparado las armas y las medidas oportunas. Si no nos preparamos bien, al enemigo le resultará muy fácil enviar tropas al instante. A veces, hay un sistema legal y democrático, pero acaba resultando inútil porque, cuando llegan las armas, todo se acaba», sentencia Zhang Guowei, el único alumno que no tiene miedo a mostrar su rostro a cámara.
Más precavida se muestra Amanda, una abogada de 40 años que acude al cursillo para aprender «adiestramiento militar y asistencia médica». Partidaria de que las mujeres hagan también la mili, cree que «la sociedad debe prepararse para los riesgos del futuro, como una posible guerra con China». Para ella, el motivo está bien claro: «Temo que, si hay unificación con China, perderemos la democracia y no me gusta cómo el comunismo trata a la gente».
La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha despertado una ola de solidaridad en Taiwán, que se ve reflejada en dicha guerra por la reclamación de China sobre la isla. Para ayudar a los ucranianos, las autoridades de Taipéi envían ayuda humanitaria y equipos médicos que atienden a los heridos en el frente. Además, el Gobierno ha estrechado sus lazos con los países que más sufrieron bajo la dominación soviética, como las repúblicas bálticas y Chequia. El magnate Robert Tsao, fundador del gigante de los microchips UMC, ha donado 1.000 millones de dólares de Taiwán (28,5 millones de euros) para adiestrar militarmente a 3,3 millones de 'guerreros civiles' en campos de tiro y escuelas como la Academia Kuma.
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