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Voluntarios realizan controles en las calles de Shanghái. Afp
Protestas contra el confinamiento de Shanghái

Protestas contra el confinamiento de Shanghái

Indignación entre sus 25 millones de habitantes por la prolongación del cierre y las «inhumanas medidas» para atajar el peor brote del coronavirus desde Wuhan

Pablo M. Díez

Corresponsal en Pekín

Lunes, 4 de abril 2022, 10:50

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Crece el malestar en Shanghái por su confinamiento por coronavirus que empezó la semana pasada y, en teoría, debería terminar durante la madrugada de este martes. Pero el cierre de esta megalópolis continuará porque los contagios siguen subiendo y las autoridades van a hacerle pruebas PCR a sus 25 millones de habitantes durante los próximos tres días. Mientras el mundo «gripaliza» la pandemia, China sigue atrapada por su política de «covid 0», que ha conseguido mantener a raya al coronavirus desde el control del estallido en Wuhan hace dos años pero está ahora amenazada por la supercontagiosa variante ómicron.

Por segundo día, China notificó el domingo más de 13.000 casos de coronavirus, la cifra más alta desde febrero de 2020, cuando la enfermedad asolaba la ciudad de Wuhan. De ellos, unos 9.000 casos fueron en Shanghái. Aunque, según las autoridades, no ha habido ninguna muerte nueva y la inmensa mayoría de los infectados en todo el país son asintomáticos (11.711), la estrategia de «covid 0» ordenada por el presidente Xi Jinping les obliga a erradicar tanto el brote de Shanghái como el de la provincia nororiental de Jilin, donde sus 24 millones de habitantes también están encerrados en casa.

Para cortar la cadena de transmisión no solo confinan a la población, sino que también aíslan a los positivos y sus contactos, lo que está provocando numerosas quejas y protestas en Shanghái, la ciudad más desarrollada y abierta de China. Al hartazgo de la población por las restricciones y confinamientos de barrios y distritos, que empezaron a principios de marzo tras el estallido del brote, se suman las drásticas medidas para atajarlo, en ocasiones «totalmente inhumanas». Así es cómo los internautas están definiendo en las redes sociales chinas la separación de sus padres de niños pequeños contagiados por el coronavirus.

Menores aislados

A pesar de su corta edad, los menores son trasladados a centros de aislamiento sin su familia si los padres no están infectados. Por las redes sociales circulan vídeos de bebés y niños pequeños en salas de hospitales y atendidos solo por unas pocas enfermeras con trajes especiales de protección, lo que ha desatado la indignación ciudadana. «¿Los padres tienen que cumplir las condiciones para acompañar a sus hijos? ¡Es absurdo! Debería ser su derecho más básico», se queja un internauta en Weibo.

Aún con estas protestas, el Gobierno local ha defendido este lunes dichas separaciones para cortar los contagios. «Si el niño tiene menos de siete años, recibirá tratamiento en un centro público de salud. Para niños mayores o adolescentes, los estamos aislando en centros centralizados de cuarentena», señaló la Comisión Municipal de Salud de Shanghái, según informa la agencia AFP. Si los padres también están contagiados, pueden vivir con los menores en el mismo lugar, pero parece que hay bastantes familias separadas a tenor de las imágenes que circulan por internet.

A dichas quejas se suma el malestar por el largo confinamiento, que está haciendo mella en el ánimo de los shanghaineses porque ya empieza el desabastecimiento de ciertos productos, sobre todo alimentos frescos. Como se han reducido los transportes de mercancías y los repartos a domicilios, muchos confinados las pasan canutas para hacer sus compras diarias. Además de tener que levantarse temprano para hacer sus pedidos antes de las seis de la mañana, los vecinos de las urbanizaciones están formando grupos por WeChat, similar al censurado WhatsApp, para encargar sus compras en grandes cantidades y así tener menos riesgo de que sean canceladas.

Colmenas de viviendas

Para paliar estas carencias, el Gobierno chino está enviando cajas con verduras y huevos a los confinados, que reparten los voluntarios de los comités vecinales controlados por el Partido Comunista. Pero en una ciudad con una mayoritaria clase media como Shanghái, muchos se quejan de su calidad y echan en falta la alimentación a la que están acostumbrados. Mientras ven cómo el resto del mundo pasa página a la pandemia, su frustración se hace mayor cada día que pasan sin ver el fin de su confinamiento en sus pisos de grandes colmenas de viviendas.

Antes podían bajar a los jardines de sus urbanizaciones para pasear sin salir a la calle, pero ahora ya no pueden ni sacar a sus perros para que hagan sus necesidades. Por desgracia para los resignados chinos, no es la primera vez que ocurre porque ya habido quejas de falta de suministros y separación de niños en cuarentenas anteriores, como la de Xi´an en enero.

Hay tanto malestar que, el jueves pasado, el secretario general del Gobierno municipal de Shanghái, Ma Chunlei, se vio obligado a pedir disculpas públicamente por «las inadecuadas garantías para la vida de la gente en las zonas cerradas». Además, muchos enfermos crónicos no pueden recibir sus medicinas o acudir a los hospitales, cuyas urgencias han sido cerradas para centrarse en el coronavirus o por desinfecciones. La muerte de dos pacientes de asma por no poder ser atendidos, entre ellos una enfermera, ha suscitado tantas críticas que las autoridades se han visto obligadas a ordenar la reapertura de los servicios de emergencia.

Efectos económicos

Dos años después de Wuhan, las autoridades chinas siguen empeñadas en los confinamientos y pruebas masivas pese a su fuerte impacto social y económico. Para el primer trimestre se espera una caída del Producto Interior Bruto (PIB) por el cierre de Shanghái, capital económica de China y sede de importantes empresas y del mayor puerto de mercancías del planeta. Si la parálisis continúa, sus efectos se sentirán no solo en la llamada «fábrica del mundo», sino en el resto de sus países por la disrupción de la ya tan tensionada cadena global de suministros. Pero el autoritario régimen de Pekín no está dispuesto a cambiar su política de «covid 0» porque ha hecho bandera de su control del coronavirus frente a la sangría en las democracias occidentales.

Además, la catástrofe que han sufrido otros países superpoblados en vías de desarrollo, como India, Indonesia o Vietnam, le previene de dejar circular la variante Ómicron, cuyo subtipo BA.2 ha disparado recientemente los contagios y la mortalidad en Hong Kong. Para los resignados habitantes de Shanghái, la única opción ahora es esperar con paciencia. Confinada incluso antes del cierre total, una española residente en Shanghái se queja amargamente de que «no nos van a soltar. Esto va a ser un segundo Wuhan», advierte.

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