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Shinzo Abe posa en una imagen de archivo con un cachorro de Akita Inu, una raza originaria de Japón reuters
El hombre destinado a cambiar Japón

El hombre destinado a cambiar Japón

Durante sus dos épocas en el poder, entre 2006 y 2007 y 2012 y 2020, este primer ministro conservador intentó reformar la Constitución pacifista e impulsar la economía para hacer frente al auge de China

pablo m. díez

Viernes, 8 de julio 2022, 09:34

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Desde que tomó el poder en 2006, cuando se convirtió en el primer ministro más joven de Japón con 52 años, Shinzo Abe parecía destinado a cambiar la política de su país. Sin signos vitales tras haber sido disparado en un mitin en Nara por un antiguo militar de 41 años ya detenido, llamado Yamagami Tetsuya, Abe puede lograr dicho cambio incluso si fallece. En un país extremadamente seguro como Japón, el atentado que ha sufrido este viernes despierta los peores fantasmas de la violencia política y de la radicalización ideológica.

Hasta su dimisión por problemas a finales de agosto de 2020, Abe era el mandatario que más tiempo llevaba al frente del archipiélago nipón, donde sus dirigentes apenas suelen aguantar un año en el poder. Pero, justo cuando cumplía el récord como primer ministro con más días en el cargo, 2.799, una inoportuna visita al hospital reveló que volvía a sufrir la misma enfermedad intestinal, una colitis ulcerosa, que ya le había obligado a dimitir en 2007. Incapaz de continuar, Abe era sustituido por Yoshihide Suga, quien un año después era revelado por el actual primer ministro, Fumio Kishida, tan conmocionado como el resto del país por este atentado. Y es que Abe despertaba a partes iguales pasiones y odios en el mesurado Japón, donde la contención de las emociones es una de sus señas de identidad nacional.

Nacido en 1954 en Nagato (prefectura de Yamaguchi), Abe se licenció en Políticas por la Universidad de Seiki en 1977 y luego siguió sus estudios en la Universidad del Sur de California, en Estados Unidos. Como su padre, Shintaro Abe, fue titular de Exteriores y su abuelo, Nobusuke Kishi, primer ministro entre 1957 y 1960, acabó en el Partido Liberal Democrático (PLD) tras un breve paso por la empresa privada.

Considerado un halcón de la derecha nipona por su afán por reformar la Constitución pacifista del país, durante su época en el poder mantuvo tensas relaciones con China y Corea del Sur por sus visitas del pasado al controvertido santuario de Yasukuni, donde se honran las almas de los caídos en acto de servicio por Japón, incluidos varios criminales de la II Guerra Mundial. Impulsor de la recuperación económica gracias a su programa de estímulos, bautizado 'Abenomics', pretendía devolverle a Japón la relevancia internacional perdida por el auge de China. Para ello eran fundamentales los Juegos Olímpicos y Paralímpicos que debían celebrarse en Tokio en el verano de 2020, que fueron aplazados hasta 2021 por el coronavirus. Dos eventos mundiales que Abe quería inaugurar pero que, primero la pandemia y luego la salud, se lo impidieron. Rompiendo con la tradicional rigidez nipona, incluso se prestó a disfrazarse de Super Mario para recibir el relevo olímpico durante la clausura de los Juegos de Río de Janeiro en 2016. Una broma que acercó su figura al público de todo el mundo y consolidó su prestigio durante su segunda época al frente de Japón, muy distinta a la primera una década antes.

Tras una larga experiencia en las filas del hegemónico Partido Liberal Democrático (PLD), en 2006 sustituyó como primer ministro a Junichiro Koizumi, quien dejó el Gobierno al expirar la presidencia de dicha formación política un año después de su arrolladora reelección en las urnas. Acosado por numerosos escándalos de corrupción y por la inexplicable pérdida de millones de cotizaciones a la Seguridad Social, Abe apenas duró un año en el cargo y presentó su renuncia en septiembre de 2007 aquejado por fuertes problemas de salud.

A pesar de aquel fracaso, concurrió de nuevo a las elecciones de 2012 y venció al gobierno socialdemócrata que, el año anterior, había sufrido el tsunami y el desastre nuclear de Fukushima. Desde entonces, Abe adelantó las elecciones dos veces para aprovecharse de la debilidad de la oposición y salir reelegido con amplia ventaja. Así lo hizo en 2014 y 2017, cuando, antes de seguir perdiendo popularidad por los casos de corrupción que amenazaban su gestión, revalidó su mandato sin darle tiempo a que su principal rival, la gobernadora de Tokio Yuriko Koike, pudiera plantarle batalla. Abe acababa así con la tradicional brevedad que sufrían los primeros ministros nipones desde Junichiro Koizumi, quien estuvo en el cargo desde 2001 hasta 2006. Curiosamente, el anterior primer ministro que ostentaba este récord de permanencia era un tío suyo: Eisaku Sato.

Gracias a la debilidad de la oposición, Abe sobrevivió políticamente a la renqueante economía nipona, a varios casos de corrupción y amiguismo y a la pandemia del coronavirus. Tras su retirada hace dos años, seguía activo y no se descartaba que volviera a presentarse a las elecciones si se lo permitía la salud. Todo con tal de cumplir su objetivo de cambiar Japón. Una revolución que puede lograr incluso si fallece tras este extraño atentado en un país que, tras la II Guerra Mundial, llevaba a gala su pacifismo.

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