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MARÍA PICASSÓ I PIQUER
Yoweri Museveni, el último dinosaurio
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Yoweri Museveni, el último dinosaurio

Presidente de Uganda desde hace 36 años, acaba de ganar unas elecciones de dudosa legalidad en las que su rival, un popular rapero, fue previamente arrestado y juzgado, y el líder de la oposición no se presentó

Sábado, 23 de enero 2021, 23:27

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No sólo el lago Ness posee su particular monstruo. Los mares interiores de África, más vastos y profundos, también acogen fantasmas del Cretácico, denominados mokèle-mbembé, seres terroríficos capaces de devorar elefantes, según la creencia popular. Pero hay más. Algunos de estas bestias prehistóricas han abandonado sus escondites, colonizado la tierra y se han hecho con el poder. Las pruebas son irrefutables. El presidente ecuatoguineano Teodoro Obiang lleva 41 años en la poltrona, su colega camerunés Paul Biya, 38 y Yoweri Museveni ha alcanzado los 36 al mando del ejecutivo ugandés. Los dinosaurios del continente negro nacen, crecen, se reproducen y enriquecen, y se perpetúan en el poder. El fracaso o la renuncia no son una opción. Hay demasiados agravios acumulados y deseos de revancha. Antes morir que ceder el mando. Las elecciones celebradas la pasada semana en este último país ejemplifican la inquebrantable voluntad de permanencia.

Los tiranos se hacen. Uganda parece un fértil territorio para el exceso político. Tan sólo cuatro años después de la proclamación de su independencia, el presidente Milton Obote dio un autogolpe de Estado para impedir que el Parlamento investigara su gestión corrupta y represiva que causaba decenas de miles de víctimas. Ahora bien, el horror, en términos absolutos, llegó en 1971, cuando Idi Amin Dada se hizo con el control. A lo largo de una década, este psicópata acabó con medio millón de personas, por pertenecer a las étnia acholi o lango, ejercer como abogados, ser extranjeros, periodistas, artistas, intelectuales o cualquier otra peregrina razón.

El antiguo maestro de escuela Yoweri Museveni participó en la destitución del tirano con su milicia, el Frente de Liberación Nacional, apoyado por Mozambique. El fin del dictador no trajo la democracia, sino la disputa entre los distintos caudillos y, tras otra asonada, Museveni se hizo con el ejecutivo. El dirigente impuso otra manera de hacer, menos brutal y más conciliadora con Occidente.

El antiguo guerrillero se ha convertido en un hombre de gesto bonachón, siempre a resguardo bajo su sombrero blanco de ala ancha. Bajo su mirada, el país ubicado en el corazón de África se ha abierto al mundo y adoptado una política económica liberal que atrae el placet del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Las inversiones en infraestructuras con el apoyo de Estados Unidos y Gran Bretaña, crearon incluso una ilusión de desarrollo. El saqueo de los recursos naturales del vecino Congo también ha contribuido a ese espejismo y al enriquecimiento de una élite.

La estrategia política de Museveni ha sido más sibilina que la de sus predecesores y responde a las nuevas formas políticas del continente. Su control es absoluto, pero, desde el año 2006, existe una democracia multipartidista puramente nominal. Se vota, sí, pero el resultado no puede alterar el orden impuesto. El presidente también desalienta las voces que lo critican. Kizze Besigye, el líder de la oposición, ha sido detenido, torturado y juzgado por un tribunal militar. Renunció a presentarse a los comicios de la pasada semana tras reiteradas derrotas y palizas físicas. Es médico y ha podido comprobar que la iniciativa política atenta gravemente contra la salud.

Museveni ha reformado la Constitución para permitir su reelección. Ha eliminado la limitación de mandatos y la de edad (75 años), hasta ahora impuesta a los aspirantes, ya que acaba de rebasarla él. Además de estas triquiñuelas, nadie duda de que cuenta con numerosos apoyos populares entre una clase media que ha crecido en las últimas décadas y en el campo, donde abunda el clientelismo y el recuerdo de épocas peores. Su pensamiento ultraconservador también le granjea el favor de amplios sectores de la población, tradicional en su fe y creencias. Cristiano integrista, se alió con la secta evangélica La Familia y criminalizó a la minoría homosexual, considerada ajena, según su pensamiento radical, al espíritu africano.

Los dictadores no cambian, pero sí sus pueblos. La irrupción de Bobi Wine en el escenario previo a las elecciones de la semana pasada ha alterado significativamente el status quo. El rival del dirigente, de 38 años, es un cantante de ritmo afrobeat extraordinariamente popular en un país de 44 millones de habitantes, de los que la mitad tienen menos de 15 años, y donde los ídolos del pop son mucho más admirados que los políticos seniles. Nacido en un 'slum' o arrabal de la capital Kampala, el nuevo candidato había insuflado cierta esperanza, sobre todo en las generaciones más jóvenes y urbanas.

Un 34% de los votos

Los métodos habituales no bastaron para disuadir a Wine de presentarse. Por supuesto, fue arrestado y juzgado, entregado a los militares y presionado de todas las maneras posibles. La Comisión de Comunicaciones de Uganda llegó a suspender a 13 emisoras de radio y televisión que informaron de la detención arbitraria del compositor e intérprete. Los mítines de la oposición fueron disueltos por el Ejército, aduciendo que no respetaban la distancia de seguridad en tiempos de pandemia. Todo ha sido en vano, incluso los disparos contra sus enardecidos partidarios que han provocado decenas de muertos.

Al final, con un 52% de participación en unas elecciones con sospechas de amaño, Bobi Wine obtuvo el 34% de los votos por el 58,64 % de Yoweri Museveni. Eso sí, con blindados en las calles y las conexiones a Internet cortadas para impedir la extensión de bulos o movilizaciones contra el gobierno.

Museveni defiende su identidad como 'mokèle-mbembé' y y protege a su hijo Muhoozi Kainerugaba, teniente general y probable delfín. Cualquier otra alternativa se antoja catastrófica para una élite vinculada al régimen, que se ha nutrido del presupuesto público, del contrabando de oro congoleño, el turismo y las inversiones extranjeras en la agricultura comercial y la minería. En Uganda no hay mucho margen para la inclusión de nuevos ritmos. Allí, desde hace treinta años, suena la misma música.

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