Y yo que no me lo creía
Le recordaba hace unos días a un veterano dirigente socialista tinerfeño un duro enfrentamiento verbal que mantuvimos en un programa de radio, hace 28 años, a cuenta del debate sobre las reivindicaciones de creación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Me sorprendió su sinceridad al rememorar los hechos de aquellas fechas. «Si hay algo de lo que estoy completamente arrepentido en mi vida política es de la cerrazón en ese tema. De la falta de visión de lo que la creación de una Universidad en Gran Canaria suponía para facilitar el acceso a los estudios superiores a gente que no podía plantearse la opción de salir fuera; y al propio impacto positivo en el conjunto de la sociedad grancanaria y canaria. Me equivoqué. Nos equivocamos», sentenció. No soy ajeno a esos posicionamientos. Estudié Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad de La Laguna, becado y gracias al esfuerzo y sacrificio de mi familia, en la segunda mitad de los años setenta del pasado siglo. Llegué a la ciudad de Aguere un año después de la muerte del dictador. Los violentos rescoldos del franquismo se resistían a dar paso a una democracia que tantos anhelábamos. Los incipientes aires de libertad convivían con la represión más brutal. Viví allí los primeros años de la muy convulsa transición, las primeras elecciones, en junio de 1977, la muerte, seis meses después, del estudiante Javier Fernández Quesada tras el injustificable asalto de la Guardia Civil al campus lagunero, el referéndum constitucional de diciembre del 78, las generales y municipales del 79 y el golpe de estado del 23 de febrero de 1981. También el ascenso del nacionalismo canario como fenómeno fundamentalmente urbano. Autodeterminista y de izquierdas. Circunscrito, sobre todo, a las islas capitalinas y con una concepción pancanarista que se alejaba bastante de una realidad marcada por el hecho insular. Al regresar en los ochenta a Gran Canaria me costó entender esa propuesta de crear otra Universidad en el Archipiélago. Defendía, como otros muchos, una Universidad canaria, con centros en las diferentes islas, fundamentalmente en las dos más pobladas. Hasta que me caí del caballo. A finales del 87 me incorporo a CANARIAS7. En los primeros tiempos mi labor como redactor del área educativa se vuelca en las enseñanzas no universitarias. Había mucha materia en ese ámbito. Canarias hacía pocos años, en la primera legislatura autonómica (83-87), que había asumido las competencias en Educación. El Archipiélago partía de una negativa situación, con un enorme retraso respecto al conjunto del Estado, con altas cifras de analfabetismo, bajos niveles de escolarización e insuficientes colegios e institutos. Así como un grave déficit con relación a las plantillas de profesorado.
red de centros. La Comunidad Canaria realizó entonces un gran esfuerzo inversor para contar con una adecuada red de centros, superando los desdobles y las carencias que sufrían muchos municipios y comarcas de las Islas. Y trabajó, asimismo, para disponer de plantillas docentes adecuadas. El 87/88 es el curso del conflicto de la jornada continua, con las sanciones de la Consejería que dirigía Enrique Fernández Caldas, fallecido el pasado mes de diciembre, a una veintena de directores de centros grancanarios. Y que tuvo como respuesta diversas huelgas y movilizaciones con un gran seguimiento por parte del profesorado. Es el período en que se consolida el STEC, sindicato que ganaría de forma clara las primeras elecciones sindicales en la enseñanza. Y en el que muestran su enorme vitalidad los movimientos de renovación pedagógica. Reconozco que me gustaba más el seguimiento de la actividad de colegios e institutos que el de los temas universitarios. Pero poco a poco fui dedicando mucho más tiempo a la entonces Universidad Politécnica de Canarias y a los centros que La Laguna tenía en la capital grancanaria, desde el CULP a Magisterio pasando por Empresariales o Historia. Y fui conociendo su realidad; el centralismo absurdo y, también, el olvido por parte del rectorado lagunero que perdió, por inacción, la posibilidad de que La Laguna fuera la Universidad de toda Canarias.
movimiento social. En pocas ocasiones una sociedad se pone de acuerdo de forma casi unánime para alcanzar un objetivo común. Sucedió entonces en Gran Canaria. Partidos políticos, organizaciones empresariales, sindicatos, Cabildo, ayuntamientos y colectivos de la más diversa índole impulsaron una permanente movilización social que fraguó en masivas manifestaciones en las que la ciudadanía expresó su exigencia de una Universidad completa para la isla. La reacción en Tenerife fue, hablando claro, tan desmedida como impresentable. La actitud de la dirección de ATI, con Manuel Hermoso o Adán Martín al frente, negando el desarrollo universitario grancanario, movilizando al pueblo tinerfeño en las calles contra el despojo a La Laguna y a Tenerife, forma parte de la historia de la insolidaridad interinsular y de una concepción de Canarias mezquina, desequilibrada e injusta. Bueno es que hoy algunos de sus protagonistas asuman, como han hecho, el grave error cometido. Pero, como decía al principio, las resistencias atravesaban casi todos los partidos, no sólo el insularismo de las AIC. En abril del 89 se consiguió la aprobación por el Parlamento canario de la Ley de Reorganización Universitaria de Canarias. Esta adscribía los centros de La Laguna en Gran Canaria y los de la Politécnica a la naciente Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Y hacía lo propio en La Laguna con los que la Politécnica tenía en Tenerife. Pero habría que espera un año, hasta mediados de 1990, para que el Tribunal Constitucional ratificara plenamente la legalidad de esa decisión. Fue realmente emocionante la visita aquella noche a las redacciones de los periódicos de Francisco Rubio Royo, el primer rector de la ULPGC, y su mano derecha, Miguel Suárez de Tangil, para darnos a conocer la resolución del Alto Tribunal. Como he señalado en distintas ocasiones, la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria fue un logro de los ciudadanos y las ciudadanas que ha posibilitado un notable crecimiento en el número de personas que posee titulación universitaria en esta tierra. No todo el mundo podía (ni puede hoy) afrontar los costos de estudiar fuera. Y, además, las circunstancias obligaban a muchos chicos y chicas de Gran Canaria a estudiar carreras sin la menor vocación, solo por el hecho de estar ubicadas aquí, en el marco de una muy limitada oferta. Algo que cambió sustancialmente con el nacimiento de la ULPGC. Con la perspectiva que dan los primeros 25 años de fructífera existencia de la ULPGC, estoy convencido de que fue un acierto aquella decisión de desarrollar dos universidades plenas en la Comunidad Canaria. Y que las heridas de aquella batalla se encuentran más que curadas.
recursos. Contamos en las Islas con dos universidades y de lo que se trata es de disponer en todo momento de una auténtica planificación universitaria en el ámbito de la Comunidad Canaria, desde la coordinación y el aprovechamiento de los recursos (hoy en claro retroceso, como la propia equidad del sistema educativo en todos sus niveles) de nuestros dos centros públicos superiores. Evitando duplicidades innecesarias. Incrementando los niveles de excelencia. Mejorando su vinculación con la sociedad canaria y con la economía de esta tierra. Apostando decididamente por la I + D + i, aspecto en que Canarias se sitúa a la cola del Estado. Garantizando la igualdad de oportunidades en su acceso y permanencia e impidiendo que ningún joven con capacidades se quede sin estudiar por carecer de medios económicos familiares, algo muy relevante en esta Canarias con un 32,5% de la población en paro y una extendida pobreza. Ahora que se cumplen 25 años de aquel esperanzador comienzo, echo una ojeada a las páginas webs de nuestras universidades y encuentro un lema muy significativo: Universidad de La Laguna y Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Juntas somos más que dos. Y yo que no me lo creía.