Vivir escribiendo y combatir la decepción
Murió antes de la irrupción de las redes sociales y eso que se perdió -y que perdimos todos- porque, vista su capacidad para escribir, Vázquez Montalbán seguramente sería hoy uno de los más prolíficos autores de tuits. Pero, eso sí, siempre que Twitter tuviera a bien cambiar sus rígidos sistemas y diese paso a textos por encima de los 140 caracteres. Y es que si algo asombra en primera instancia de la obra de Vázquez Montalbán es su dimensión, así como la variedad de géneros que tocó. Hacerlo, encima, con calidad literaria a raudales ya tiene mérito y, de paso, conseguir el apoyo de un público masivo en el caso de las novelas de género ya es para haberse ganado el honoris causa literario.
Para buena parte de ese gran público, Vázquez Montalbán fue el padre de Carvalho, un singular detective privado con un compleja relación con las mujeres, amante de la buena mesa y con tendencia a quemar los libros que leía. Para los no iniciados en Carvalho -tan buen personaje que no ha habido manera de que las adaptaciones al cine y la televisión le hicieran justicia-, el referente más cercano en la literatura actual podemos encontrarlo en el comisario Montalbano de Camilleri (Sicilia, 1925). De hecho, el autor italiano se siente deudor de Vázquez Montalbán, con quien comparte también esa pasión por la buena mesa y por aderezar sus historias con recetas culinarias.
Quizás menos conocida sea la faceta de Vázquez Montalbán como periodista. Y no solo como autor de columnas de opinión y reportajes, sino como historiador del fenómeno de la comunicación. Su Historia de la comunicación social (editado inicialmente en Bruguera, en 1980) era en aquellos años de lectura casi obligatoria si se quería saber cómo había sido el fenómeno de contar algo a los demás casi desde el principio de los tiempos. Un texto de gran valor histórico pero regado siempre con el compromiso ideológico de alguien que no ocultaba su militancia y que abordaba la realidad desde el deseo de que era preciso transformarla y de que el paso del hombre por la tierra obligaba a ser algo más que un mero espectador.
En esos años 80 y los primeros 90, la literatura periodística de Vázquez Montalbán fue en gran medida el espejo del desencanto. No en vano, formó parte de la generación que combatió el franquismo y que creyó que con la Transición las cosas iban a cambiar radicalmente. Luego, no es que asumiera que el general lo dejó todo atado y bien atado, pero Vázquez Montalbán fue uno de los muchos que empezaron a encontrar en la literatura una forma de reflejar la decepción tras los años de lucha, primero clandestina y finalmente desde posiciones nada ocultas. Y respecto al franquismo, su particular ajuste de cuentas llegó de la mano de la muy original novela Autobiografía del general Franco (Planeta, 1992), un texto tan fascinante en su planteamiento como tragicómico en su puesta en página, demostración a la postre de que la subjetividad es la mejor de las armas literarias para contar lo que, en apariencia, debe ser objetivo (vida, obra y milagros nada piadosos del dictador al que siempre odió).
Esa capacidad para poner el genio literario donde el origen es un hecho histórico aparece igualmente en Galíndez (Planeta, 1990), un texto que debería ser de lectura obligatoria en las ikastolas para que más de uno asumiera que en todos los lugares cuecen habas, o traiciones, si lo prefieren. Ahí, como en muchas otras obras, a partir de un acontecimiento y unos personajes históricos, Vázquez Montalbán va construyendo el relato de una época, de una sociedad, de unas clases enfrentadas -siempre el ramalazo del comunista que soñaba con la revolución-, de unos modos y costumbres que mira con cierta añoranza. La huella, en suma, del periodista que es capaz no solo de contar el presente, sino de saltar en el tiempo, ya sea en el ensayo histórico o en la novela, y convertirse en un cronista. Pero no el notario aséptico que pide el lector que se olvida de que el mayor ejercicio de subjetividad es la elección del periódico que uno compra en el kiosco -o consulta en la web-, sino el testigo que se implica, que no renuncia a su manera de ver porque precisamente en ella está el atractivo de su literatura.
Encontrar en el panorama literario o periodístico actual en España alguien equiparable a Vázquez Montalbán es tarea ciertamente complicada. Es más, uno se pregunta qué sería de este hombre en estos tiempos atropellados, en este mar de confusión en que vive la profesión de los comunicadores... y eso por no hablar del buen comensal, pues no sé cómo reaccionaría Vázquez Montalbán ante las exquisiteces de ciertos restauradores que hacen ascos a unos caracoles en salsa y presentan una tortilla de papas en apenas cuatro centímetros cuadrados.