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EFE
Lunes, 28 de noviembre 2016, 00:00
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Apenas tenía 4 años en 1943 cuando le llevaron con su familia a un campo de concentración nazi porque eran gitanos, y este lunes Peter Höllenreiner, que sobrevivió a Auschwitz, rememora su historia para reivindicar el olvidado holocausto romaní y reclamar que se repare la dignidad de un pueblo casi exterminado. A sus 78 años, este alemán de Múnich reconoce que "casi no tiene recuerdos" de su paso por cuatro campos de exterminio pero en su memoria pervive cuando, con 6 años, las fuerzas británicas liberaron el campo Bergen-Belsen y los supervivientes besaron las manos a los soldados "llorando, dando las gracias y gritando ¡libertad!". Hoy ha recuperado su historia en Valencia en el sexto Seminario Internacional Rroma, que durante tres días quiere reflexionar y rescatar la memoria histórica del genocidio del pueblo gitano en la Segunda Guerra Mundial, en la que fueron exterminados medio millar de romaníes, entre el 25 y 50 % del total de la población de Europa. Recuerda que ya antes de ser detenido su vida en Alemania era de "maltrato" por ser gitano: en el colegio estaba en el último banco y no le dejaban preguntar -"no tenía derecho"- e incluso sus padres no pudieron ponerle al nacer el nombre de Ianosec (luchador por la libertad) porque no fue autorizado por "inapropiado para un niño". Su padre, Josef, era militar del ejército alemán, como su tío, y ambos fueron expulsados "por motivos racistas", y dentro del campo de concentración, donde hacía labores de limpieza y orden, encabezó la conocida como rebelión gitana que evitó en 1944 que todos fueran exterminados y pudieran salvarse. Una vez en Auschwitz su memoria se diluye pero relata que sus padres y sus hermanos fueron "esterilizados" y que a mujeres embarazadas "les extraían del vientre a los bebés y se los volvían a meter" y que, a las órdenes del doctor Josef Mengele, se hacían trasplantes de órganos y de partes del cuerpo como las orejas. Ante una sala repleta e interesada, evita muchos detalles morbosos pero cuenta que su padre recibió "20 o 30 palos" de los guardias por tratar de conseguir leche para el bebé de una mujer judía, que apreció el detalle y rezó por los Höllenreimer "todos los días", hasta que la vieron ir a la cámara de gas. "Es diferente psicológicamente vivir un trauma que vivir el horror. Eso no se puede describir", asegura este superviviente, que perdió a 36 miembros de su familia en el exterminio gitano y pudo rehacer su vida (se casó con una alemana no gitana y tuvo un negocio de antigüedades). "Me ayudé a mí mismo a sobrevivir". Sentía un "odio tan grande" cuando veía tatuado en su brazo el "Z3591" que lo identificaba en Auschwitz -la z de zigeuner (gitano)- que se lo quitó, pero al saber que en Israel los nietos de los judíos se los grababan como recuerdo, decidió hacer lo mismo, aunque quitó la z y añadió el símbolo judío en recuerdo de su propia abuela. Hace un tiempo volvió a Auschwitz en una visita con el papa Francisco, pero ahora confiesa que "no podría volver a pisar otra vez el campo ni tocar un milímetro de tierra" y que le es difícil explicar sus sentimientos aunque guardara "para siempre" el "cariño" que le demostró el pontífice a él y a otros once supervivientes. Los expertos que participan en el seminario han recordado que hace tan solo 34 años, en 1982, Alemania reconoció a los gitanos como víctimas del holocausto nazi aunque a estas víctimas les "cuesta mucho" acceder a las indemnizaciones. "No se trata solo de reparación económica sino de reconocimiento de las personas que sobrevivieron y los que van a seguir viviendo. Reconocimiento de su dignidad porque somos personas igual que los demás", asegura Höllenreiner, a quien le "duele" sentir aún hoy la presión, especialmente policial, por pertenecer a la etnia gitana.
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