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Una dinastía que se reencuentra

Walter Tavares sonríe y pasa el brazo por encima de Sander, su hermano de 14 años. «Aquí es donde comencé con mis primeros partidos al llegar», afirma el de Cabo Verde en las canchas de cemento que se encuentran a la espalda de las instalaciones del club en La Vega de San José. Los hermanos Tavares, patrimonio claretiano.

Viernes, 14 de marzo 2014, 18:03

Walter y Sander, hijos de Tchema y Linet, han vuelto a unirse seis años después. En 2008 Edy, apelativo por el que se conoce a la torre del Herbalife Gran Canaria, llegó a la Isla para una prueba y nunca más regresó al archipiélago africano. Se quedó en las instalaciones de La Vega de San José, donde vivió hasta el pasado lunes. Desde hace tres meses su convivencia con otros jugadores extranjeros de la cantera claretiana tiene un rostro familiar. El de su hermano de 14 años, un niño tímido pese a sus ya impresionantes 190 centímetros. Otro gigante para la dinastía Tavares.

Los dos comparten origen humilde, hijos de marinero, de elevada figura pero de nobleza notable. Ninguno de los dos había tomado un balón de baloncesto en sus manos antes de ser captados por el Gran Canaria. Si Walter ya ha pasado por ese proceso de aprendizaje y ahora se pule como una de las joyas de mayor envergadura de la Liga Endesa, en la cantera del Granca tratan de encontrar otro brillante en Sander. «Entreno mucho. Ahora estoy con tres equipos, aquí en La Vega», cuenta el siempre escueto hermano menor de la saga.

Edy, como no podía ser menos, ha apadrinado la llegada de Sander a la residencia. Allí vivían con otros promesas como Mohamed Barro, quien ya ha ido convocado en un partido de la ACB. Sander llegó hace tres meses, pero ya está integrado en la vida insular. «Está muy contento aquí. Habla castellano, y hace vida además de los entrenamientos», cuenta por él Walter.

Los hermanos Tavares cuenta con un vínculo familiar en Gran Canaria, que hace su adaptación mucho más sencilla. «Aquí viven dos primos nuestros. Nos relacionamos con ellos, pero como están estudiando nos solemos ver los fines de semana», cuenta Edy, recientemente mudado a un barrio de la capital grancanaria.

A pesar de todo, los jóvenes Tavares sienten nostalgia de sus orígenes y de su familia. Algo que esperan subsanar dentro de poco. «Nuestro padre es marinero y está fuera mucho tiempo. Sin embargo mi madre está intentando arreglar la situación para venir dentro de un par de semanas. La idea es que se quede con nosotros, pero no sabremos si será posible», exponen.

«No pude retener las lágrimas al hablar con mi madre, cuando me dijo lo orgullosa que estaba tras el partido ante el Real Madrid en la Copa del Rey. Ella sabe lo mucho que les echo de menos y la gran responsabilidad que tengo aquí para llegar lejos y ofrecerles lo mejor», fue la primera frase del pívot después de su actuación más impactante en el baloncesto profesional hasta la fecha.

Sander, por su lado, vive tranquilo en la residencia de La Vega. Dicen que le encanta dormir y ver la televisión, pero que trabaja al dedo con el plan encomendado por los actuales responsables de la cantera Pablo Melo y Juanmi Morales. El sueño del menor de los Tavares está claro cuál es: «Jugar juntos», aseveran los dos caminando casi de la mano por los pasillos exteriores de la sede de la cantera claretiana.

El futuro espera por Edy. Nadie emite discordancias en un plan de futuro en el que está marcada la NBA, que ya le sigue de cerca. Por Sander todavía habrá que esperar. Un niño con medida de gigante que, como hiciera su hermano en el 2008, está aprendiendo los fundamentos de un deporte con el que apenas tuvo contacto en su país natal. Allí, en la caboverdiense Maio, donde el fútbol es el rey.

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