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Un llano de sosiego y silencio

Martes, 30 de julio 2013, 12:20

En La Pasadilla se respira tranquilidad. Treinta casas, una iglesia y dos restaurantes conforman este pequeño pago de Ingenio, que pasa la semana aletargado para recobrar vida fines de semana y festivos. Pero, si algo llama la atención camino del pueblo son las magníficas vistas panorámicas que tiene de la costa atlántica, sin obstáculo de montañas. Silencio y sosiego. Eso siente el visitante cuando recala en La Pasadilla. La tranquilidad que se respira en este pago del municipio de Ingenio no tiene precio, más aún si se le suma las magníficas vistas panorámicas que esta zona de paso a la Cumbre ofrece de la costa atlántica desde Las Palmas de Gran Canaria, Telde, Aeropuerto de Gran Canaria, Ingenio y Carrizal, Agüimes, Arinaga y parte del litoral de Santa Lucía y sin obstáculos de montañas.

No existen disculpas para visitar La Pasadilla. Se encuentra apenas a una hora de la capital y la carretera de acceso está en perfectas condiciones. Nada más llegar, en la entrada al pago, nos recibe el Aula Rural, la iglesia, dedicada a su patrón, San Antonio de Padua, y el restaurante La Pasadilla (también está El Cazador), conocido por sus especialidad de carne de cabra. En este punto, el pueblo se reparte en sus tres únicas calles principales que hacen honor a su vocación agrícola y ganadera: Beletén, Tabefe y Quesera, entre las que se distribuyen sus apenas 30 casas.

Entre semana apenas se aprecia movimiento de vecinos y, en caso de que se encuentre alguno tendrá una media de setenta años. Los jóvenes emigraron al Sur y Sureste cuando la ganadería y la agricultura principalmente el cultivo de tomate empezó a decaer, asegura Tomás López, propietario de la única tienda de aceite y vinagre del pueblo. Sin embargo, los fines de semana y festivos se llena de turistas y de los propios grancanarios que se trasladan a disfrutar de la naturaleza y de sus exquisiteces gastronómicas y productos de la tierra que se pueden degustar en cualquiera de los dos restaurantes del pueblo.

Los más viejos del lugar, como el matrimonio formado por Antonia Martel Caballero, de 81 años, y Feliciano López Martel, de 83, recuerdan como antaño el pueblo, levantado en un llano al abrigo de la montaña que lleva el mismo nombre, era centro de reunión de los habitantes de los barrios de la Cumbre cuando las autopistas circulaban por las medianías y los altos de la Isla, Luego vino la expansión del turismo y llegó la decadencia del pueblo, que hoy se ha convertido en zona de descanso y de residencia para los mayores del lugar y en un remanso de tranquilidad para el foráneo.

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