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Tristán y su lugar en el mundo

Martes, 20 de diciembre 2016, 19:23

Tristán es autista. Un día, al ver en televisión un documental en el que un guardafaunas argentino interacciona con unas orcas en La Patagonia argentina, se levanta, sale de su propio mundo y comienza a acariciar la pequeña pantalla. Esta reacción supone todo un fogonazo de luz en la oscuridad exterior que rodea a este niño, por lo que su madre, Lola, atisba un halo de esperanza para que el pequeño supere sus limitaciones.

Este es el punto de partida de El faro de las orcas, la nueva película Gerardo Olivares. El cineasta andaluz deja a un lado los caminos por los que transitó con su dos primeros y laureados filmes, La gran final (2006) y 14 kilómetros (2006), para presentar al espectador una historia de amor familiar que se desarrolla en un paraje tan salvaje como evocador.

Atrás quedan sus apuestas iniciales por un cine más vanguardista y autoral, entre otras cosas porque la historia que cuenta El faro de las orcas pide otro registro, como él mismo ha declarado a este periódico durante la promoción de este filme que en parte se rodó en Fuerteventura. Esta versatilidad, digna de todo elogio, ya le llevó a emprender un camino similar con Entrelobos (2010), el largometraje con mejores registros en taquilla de su interesante filmografía.

Apostar por un cine más comercial y para todos los públicos en el caso de un cineasta como Olivares puede resultar una temeridad. Si se le va la mano, puede sepultar de un plumazo los logros alcanzados con sus prometedores inicios. Pero El faro de las orcas no le cierra puertas. Al contrario, se trata de un melodrama familiar correcto, que se saborea con facilidad, aunque después no deje un poso de gran hondura en la memoria del espectador. Entre otras cosas, porque no da la impresión de que sea su objetivo.

El filme ni pretende explicarnos cómo es la vida de los autistas, ni cómo afecta a la vida familiar, ni tampoco es un tratado sobre el salvaje paisaje de La Patagonia y las orcas. Son todos ingredientes importantes dentro de un menú en el que lo principal es una doble historia de amor entre una madre y un hijo y entre la primera y el guardafaunas al que ha ido a visitar en La Patagonia. Tiene temple y mano Gerardo Olivares para evitar lo más habitual en estos casos, que consiste en que el barco vaya proa al marisco, fruto de un exceso de almíbar y tópicos en busca de la lágrima fácil. Para eso ya está el maestro Juan Antonio Bayona y su monstruito.

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