El verano, y más aún agosto, es tiempo festivo por excelencia y bien haríamos en evitar que nada nos lo empañe, por más que la clase política española siga irresponsablemente atascada, sin que parezca importarle las miserias que acogotan a demasiados y dando muestras manifiestas de su incapacidad para dar salida a una crisis institucional que puede abocarnos a unas terceras elecciones, por mas que todos cínicamente digan que ninguno las quiere, mientras se prodigan en el tacticismo en pro de los intereses partidarios y alimentan el hastío entre el ya bastante descreído electorado.
Es tiempo de reencuentros y ocio, en el que se deben prodigar las sonrisas, la alegría, a pesar de que la situación mundial se empecina en borrárnoslas y el miedo, amigo de los enemigos, empieza a encanallar a muchos.
Llega agosto y las fiestas se suceden, pero que nadie crea, sobre todo los que nos han llevado a esta parálisis, los cómplices de este estado de cosas, los que han secuestrado y sepultado la ilusión popular, que el ánimo festivo es enajenación; muy al contrario, es reafirmación en la vida, en la colectividad, en una sociedad que tiene todo el derecho a ser y estar alegre, no solo este mes, siempre, pero como quiera que estamos en la estación más luminosa toca empeñarse en que brille más aún el buen ánimo, que nadie se atreva a robárnoslo.
Y con ese ánimo, el bueno, toca volver, como cada agosto, a La Rama, a Agaete, a deleitarse con una iconografía única, con una danza interminable, entre sones bullangueros y aromas envolventes, a la sombra de los imponentes y majestuosos riscos, a los pies de la Tamadaba vigilante, de donde vienen las ramas, mientras el viento arrastra las malas historias, trae encuentros y recuerdos de los ausentes.
En medio del mar de ramas que avanza hacia el mar o, simplemente, contemplando, viendo pasar, esa inagotable y ondulante alfombra danzarina, La Rama cautiva a multitudes que, cada agosto, escenifican una coreografía de la que es imposible sustraerse.
Toca volver a La Rama, como cada 4 de agosto, a disfrutar de esa fiesta única, entre brezos, poleos, eucaliptus, papahuevos, bucios, la madelón, banderas, brazos arriba, implorando a los cielos agüita, porque, como decía la vieja y reivindicativa canción, tiene que llover, tiene que llover a cántaros.
Y es que, así suene el volador, hay mucho por limpiar, a ver si así desterramos este mal despertar que nos persigue, enterramos los miedos, tan poco idóneos para la democracia, y recuperamos las buenas artes en la cosa pública, que no son otras que el compromiso ético, la asunción de responsabilidades, la honestidad, la predisposición a pactar con generosidad, pensando en el interés general y no en el del partido de cada uno, la transparencia, la decencia, en suma, que permita, de una vez por todas, la regeneración institucional, tan necesitada desde hace tiempo.
Lo dicho, toca volver a La Rama a permitirnos el recreo visual de su contemplación, a reír, a bailar, a abrazar, a reencontrarnos y a pedir que llueva, que llueva a cántaros.
@VicenteLlorca