Borrar

Son comunistas

Sábado, 21 de mayo 2016, 01:00

El miedo es libre, pero utilizarlo como espantajo para descalificar al contrario o como recurso electoralista es profundamente antidemocrático. Y conste que su utilización en España es bastante recurrente, lo que dice bien poco de la calidad de la democracia que aquí gozamos, donde lo usual no es pregonar méritos y capacidades sino deméritos del contrario. Así difícilmente se podrá hacer un país que, inevitablemente, pasa por los pactos. Es evidente que queda mucho por aprender, que muy poco se ha aprendido tras el fiasco de esta brevísima decimoprimera legislatura que ha obligado a volver a las urnas en pocos meses.

La alianza suscrita entre Podemos e IU ha vuelto a desatar los demonios y nada ha tardado el PP en alertar que es una entente entre la vieja izquierda, los extremistas, los comunistas de siempre. «No son indignados, son comunistas», se ha dicho.

Pues no lo son, al menos la mayoría, y si lo fueran tampoco tendría porqué importar. ¿O acaso no fueron los comunistas, con Santiago Carrillo al frente, uno de los principales hacedores de la Transición democrática que tanto enorgullece a este país? La recuperación del discurso del glorioso alzamiento, de la posguerra, del marcartismo, de la guerra fría, del frentismo, no invita a ser optimista ante lo que viene.

Una y otra vez repitiendo hasta la saciedad que hay que retomar el espíritu de la Transición y su apuesta por el consenso y a las primeras de cambio se reactivan la confrontación y las mañas de antaño. Pronto olvidan la palabra transversalidad, tan en boca de todos en los últimos tiempos. Será porque la política no es otra cosa que cabalgar contradicciones, como ha llegado a reconocer Pablo Iglesias.

De lo que se trata es de consolidar la democracia y, a la vista está, no nos están dando ejemplo. O mejor, a lo que nos abocan, como ha dicho Raúl del Pozo, es al dilema de votar entre la peste y el cólera, entre la corrupción y el derecho a decidir.

En esta semana que se celebra el quinto aniversario de aquella explosión de indignación que dio lugar al 15M y que dicen que provocó la reivindicación de una nueva política, convendría recordar que lo que se demandaba no era nada nuevo, sino recuperar la que se había olvidado, la que dejaron de hacer, la que torticeramente vulneraron; en suma, retomar la que tenía el bien común como eje central de la acción, la del fomento de la participación, la de la alegría por un mundo mejor, la honorable. Y a ella no se llega por la exclusión, por el amedrentamiento.

Y en estas, aunque un juez ha corregido en última instancia la decisión, prohibieron las esteladas en la final de la Copa del Rey de fútbol agarrándose a un artículo de la Ley del Deporte que impide la exhibición de símbolos terroristas, inciten a la violencia o al desprecio del contrario. La estelada es la enseña del movimiento independentista catalán, no de una organización terrorista ni violenta, y mientras esta aspiración se circunscriba, como es el caso, a la política es legítima y soberana. No olvidemos que aquí ya tuvimos un precedente cuando alguien pretendió prohibir las banderas con siete estrellas en el estadio de Gran Canaria.

Demasiadas anomalías, demasiados tics antidemocráticos.

@VicenteLlorca

Sigues a Vicente Llorca Llinares. Gestiona tus autores en Mis intereses.

Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

canarias7 Son comunistas