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Sociedad ‘trumpada’

Domingo, 5 de febrero 2017, 00:00

No paramos de sorprendernos con el presidente del imperio, el líder político-institucional de la más potente fuerza militar y económica de la historia. Máxima difusora, también, de propuestas, modas y valores ideológico-culturales. Trump, Donald, es un auténtico vendaval. Hoy apuesta por potenciar los programas armamentísticos nucleares. Mañana reniega del calentamiento global del Planeta. Y pasado construye muros, expulsa inmigrantes, loa la práctica de la tortura y saca todo su arsenal racista-xenófobo-misógino-homófobo. Lo vemos como una rareza, como una excepción que, saltándose las reglas establecidas, acabando con lo políticamente correcto, impactó en los votantes estadounidenses que, frente a la candidata que ofrecía más de lo mismo, lo llevaron en volandas hacia la Casa Blanca. Pese a sus exabruptos, sus fanfarronadas, sus ataques a la prensa, su pésima educación, su impresentable y vomitivo machismo, sus coqueteos con Putin y su desprecio a los latinos. Como dice el escritor Leonardo Padura en El País, «las semillas de su alarmante pensamiento político han sido lanzadas al viento y muchas de ellas van a caer en tierra fértil donde brotarán, diría que inevitablemente, los retoños del odio, la xenofobia, la megalomanía». Repasando los diferentes medios de comunicación, los variados articulistas y los foros de opinión, los editoriales y las proclamas radiofónicas, se percibe, al menos inicialmente, un mayoritario rechazo a Trump y sus propuestas; unos lo califican de antisistema, otros directamente de fascista iletrado e irreverente. Casi todos coinciden en que su mandato supone un elevado riesgo para el conjunto de la humanidad y que es preciso una permanente movilización global para evitar que lleve a la práctica su malévolo programa.

apocalipsis trump. Hasta los científicos que, simbólicamente, predicen de forma periódica cuánto queda para el fin del mundo, se han visto obligados a adelantar el reloj y acercar la fecha del temido apocalipsis ante las posiciones del presidente estadounidense sobre el incremento de los arsenales nucleares o con su tozudo rechazo (¿escucharía, en su momento, al primo de Rajoy?) a las posibilidades de calentamiento global del Planeta y sus consecuencias medioambientales, económicas y sociales. A Trump le salen clones o, al menos, dirigentes políticos que se han visto reforzados por su victoria y que aspiran a éxitos similares en distintos estados europeos. Las formaciones populistas de extrema derecha han celebrado su llegada a la Presidencia USA y comparten sus propuestas anti migratorias, además de mostrarse encantados por el impulso a sus posiciones anti europeístas. Por su parte, los brexistas se muestran extasiados y se sienten, a punto de soltar amarras de la UE, más apoyados que nunca por su antigua colonia. Todo eso sucede en un contexto europeo en el que la derecha tradicional endurece su discurso para no verse desplazada por el populismo. Mientras que la izquierda socialdemócrata, otrora vertebradora de los estados de bienestar, se encuentra desnortada, sin ideas ni proyectos alternativos, con muchas opciones, si se confirman los pronósticos electorales, de inmediata condena a la marginalidad política. Pero no es verdad que Donald Trump y el resto de los populistas constituyan un fenómeno aislado. No han caído del cielo como un meteorito dispuesto a arrasarlo todo, a producir una destrucción sin límites y una nueva etapa glacial. Muchas de sus ideas, de sus planteamientos más insolidarios y egoístas, gozan de un gran predicamento entre amplias capas sociales. Están muy presentes entre dirigentes políticos y líderes de opinión mediáticos. No son exclusivas de Trump. Ni de la francesa Marine Le Pen, el italiano Matteo Salvini, el británico Nigel Farage o el holandés Geert Wilders. Sus propuestas son hermanas de las que hace el exalcalde popular de Badalona, Xavier García Albiol, actual presidente de su grupo en el Parlament. De las que en su momento hacía Jesús Gil, Gil, Gil y Gil, como solía decir Manuel Vázquez Montalbán, en Marbella y en el Manzanares. De las que algún cura chiflado plantea en esta tierra. De las que sermonean diariamente muchos de los comunicadores-predicadores más conservadores de los diarios, radios y televisiones españolas. ¿Atención sanitaria para los inmigrantes en situación irregular? «Claro que no, no se lo han ganado, primero están los de aquí». Da igual que, más allá del respeto a los derechos humanos, paguen sus impuestos (el IVA o, en el caso canario, el IGIC, al comprar la alimentación, los productos de limpieza y aseo personal o ir al cine o a un festival de música), que es con lo que se sufraga la sanidad, no con cotizaciones, como algunos erróneamente aún creen. ¿Solidaridad con otros países, aplicación de aquel olvidado 0,7% del presupuesto para coadyuvar al desarrollo de países empobrecidos? «Nada de eso. Nuestras instituciones deben estar al servicio exclusivo de los autóctonos». Olvidando con extrema facilidad cuando, no hace tanto, su propio pueblo fue emigrante; y dejando también de lado el hecho de que solo si hay desarrollo es posible que la gente se aferre a sus territorios y no se planteen masivos procesos migratorios.

Refugiados. ¿Apoyo y acogimiento a las personas refugiadas que, jugándose la vida, huyen de conflictos bélicos en el Mediterráneo u otras zonas del mundo? «Que se queden donde están, que aquí ya hay bastantes problemas y no necesitamos en modo alguno añadir uno más; lo que nos faltaba». Aunque su impacto sea mínimo con un reparto adecuado entre los distintos estados europeos. Todo esto, en la barra de un bar, en las redes sociales, en los foros de los periódicos digitales o, lo que es mucho más grave, en un televisivo debate o en una radiofónica tertulia, en boca de periodistas o políticos, confirma que nos encontramos en una sociedad profundamente trumpada, mezquina, capaz de sacar lo peor de cada cual y de mirar al prójimo, sobre todo si es extranjero y pobre, desde el mayor de los desprecios.

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