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Remanso de paz, arena, mar y sol

Lunes, 29 de julio 2013, 13:43

Con la Punta del Perchel como vigía del sol naciente y poniente, la bahía de Santa Águeda, sobre la que se extiende suave la playa de El Pajar, es todo un regalo de la naturaleza. Barranco, plataneras, historia, mar y pesca confluyen en este espacio. «Es un remanso de paz de una belleza especial», afirman los más asiduos visitantes.

Conocido familiarmente como el barrio de El Pajar, el pequeño núcleo costero de Santa Águeda, en el municipio sureño de San Bartolomé de Tirajana, atesora la belleza de lo original. Lo saben los lugareños y la gente de la tierra, pero también todos aquellos visitantes que un día por aventurarse a buscar algo nuevo o por simple curiosidad terminaron descubriendo su playa, el bar El Boya y la generosidad de los vecinos.

El Pajar no tiene hoteles ni grandes villas o complejos de alojamientos turísticos, pero los espacios para aparcar son cada día más escasos, sobre todo los fines de semana. Cientos de personas, familias enteras, eligen este verdadero remanso de paz para disfrutar de un chapuzón en el mar o compartir una comida junto a la suave y fresca brisa marina.

«Esto es el paraíso, nunca mejor dicho», señala con una amplia sonrisa Cecilio Mejías, un teldense que no cambia esta playa por ninguna otra de la isla.

Los lugareños aseguran que el encanto de la estrecha, suave y tranquila playa radica en que es muy cómoda y segura. «Aquí los padres pueden dejar que sus hijos pequeños se bañen sin riesgo porque prácticamente no existe oleaje; la mar siempre está serena», insisten.

Es por eso que ha sido elegida por la colonia de vacaciones Gabiot para desarrollar sus actividades de verano con unos cuarenta menores de los municipios de Mogán y San Bartolomé de Tirajana. «Es muy segura», indica el monitor Oscar González, mientras la chiquillería bulliciosa se entretiene aprendiendo a navegar o saltando desde una improvisada balsa.

De la fábrica de cementos no se oyen quejas. Está a pocos metros, pero aseguran que rara vez se puede encontrar algún resto de algo. «El agua está limpia, impecable», apunta Alexis.

En cuanto a la recogida de residuos, aseguran que salvo cuando se produce una llegada masiva de usuarios los fines de semana, el resto de los días no se detectan inconvenientes.

Pero El Pajar no sólo es playa. También tiene historia. En la margen izquierda se encuentran restos arqueológicos de la antigua aldea de Arganeguín o Areaganigui. Hoy aquella aldea indígena yace enterrada bajo las viviendas que forma el barrio, o bien ha desaparecido bajo las fincas de plataneras, aflorando apenas vestigios de algunas estructuras diseminadas.

Y además de arqueología, su bahía acoge un número muy pequeño de embarcaciones de pesca. Llevan en este lugar toda la vida y no renuncian por nada del mundo a echar sus nasas y vender su pescado.

Entre las reliquias arquitectónicas, el barrio de El Pajar cuenta con la ermita de Santa Águeda, un oratorio situado en una cueva y que los historiadores como Pedro Agustín del Castillo revelan que fue fundada por los misioneros mallorquines que llegaron a la isla en una ímproba labor de evangelización allá por el año 1.340.

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