Portillo, fogonazos de levedad
Si la historia les suena, no es que hayan sido atrapados por un onírico déjà vu; es todo mucho más tangible, más real. Sucedió ante el Córdoba y ocurrió frente al Elche. Rodríguez, reducido en la profundidad de su plantilla por la ausencia de Javi Guerrero, volvió a interpretar que Portillo era más válido para oponerse al rival que Quiroga. Y otra vez deshizo su plan al descanso, cuando, como pasó contra Jémez, el delantero no regresó a la cancha tras el asueto.
Hasta el momento, la levedad define el valor de Portillo en la producción de la Unión Deportiva. El de Aranjuez hace años que no responde a su pedigrí en el fútbol profesional, y, salvo el gol de Vigo, todavía se espera que esté a la altura de las credenciales que otorga a su caché formarse en las faldas de Zidane o Figo. Aunque eso no haya sido correspondido ni en Pamplona, ni en Tarragona, ni en Alicante... «Nada, nada». Ensimismado y lacónico, el ariete expuso así qué le había dicho, qué mensaje le transmitió el entrenador al concluir, en el intermedio del partido, que no regresaría a la hierba para competir. Su aportación al partido fue tan pobre como lo fue el propio evento en sí mismo. En una primera parte cultivada como un elogio al bostezo. Portillo no intervino, presumiblemente aislado por un propósito futbolístico timorato. Poco apropiado para una plantilla construida sobre orfebrería de lujo en su ataque. Cuando llegó a Las Palmas, Portillo suscitó una expectación mediática que se fundía con la desconfianza de los aficionados, influidos por sus últimos años de competición. Por el momento, el atacante no responde a lo que de él se podría esperar. Pero hace poco repetía un mensaje: «Soy un fichaje para tres temporadas, al final se verá mi mejor nivel». Seguiremos esperando.