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Lorenzo Olarte Cullen / Candidato a la Presidencia del Cabildo grancanario por el Centro Canario-CCN
Viernes, 17 de julio 2020, 08:24
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¿Le interesa saber al lector qué impresión me causó el General? Dejemos en paz a los muertos. Especialmente a determinados muertos, no sea que resuciten. Su concepto sobre la democracia, la libertad y la tolerancia era peculiar. Por no decir penoso, que es el más benévolo calificativo que puedo asignar a lo que pensaba quien no se encuentra ya en este perro mundo. Era un hombre de aspecto fornido, muy seguro de si mismo, la mirada dura y fría, quien se reconocía como admirador de Franco hasta la Eternidad, con quien seguramente estará reunido ya. El Dictador me preguntó mucho sobre quien, como él, por ser de su cuerda, había sido otro frío y duro dictador. Obviamente coincidía con él en muchas cosas aunque no lo dijera claramente: en actos, modos y conceptos. Pero sobre todo en su anticomunismo visceral. Me dijo que le gustaría tener un entierro como el de aquel, con toda su parafernalia. Ahora, mientras muchos, muchísimos, lamentan que haya muerto en la impunidad, no tendrá honores de Estado, pero si los honores militares, reglamentados para su ex Comandante en Jefe, por lo que en los edificios militares ha lucido la bandera del país a media asta, cosa que no ha podido impedir la Presidenta actual Michelle Bachelet, ateniéndose rigurosamente a la legalidad establecida aunque, como no podía ser menos, se haya negado a decretar un solo día de luto oficial. Esto habría agradado sobremanera a quienes, como Margaret Tatcher, la justamente llamada Dama de Hierro, han expresado públicamente su dolor por la muerte del ex dictador chileno. ¡Esperpentos de la política!. Envidiaba, por ejemplo, no haber tenido la idea de construir allá, en su Chile natal, una especie de Valle de los Caídos que recordara a la posteridad -aunque no lo explicitara así- una brutal idea, llevada a cabo con un inusitada crueldad poniendo a trabajar forzadamente, con el pico y la pala, a numerosos trabajadores del intelecto, profesores, profesionales y otros seres humanos mas, muchos de ellos enfermos, débiles de solemnidad o debilitados por la fratricida contienda, por el mero hecho de no pensar como el sanguinario general. Detesto desde lo más profundo de mi alma su recuerdo, su cercanía, su presencia junto a mí. Nunca lo olvidaré. Ignoro si lo presumió por mi semblante. Pero por supuesto que no pudo otra impresión de mí. Quiero aprovechar y aprovecho la ocasión para decir que nunca estuve de acuerdo con la decisión del Juez Garzón de meter procesalmente las narices en cuestión, como la chilena, de ajena incumbencia. A mi juicio tan solo competía a los chilenos. Porque los jueces chilenos, hasta el momento mismo de la muerte de Pinochet, han venido conociendo ortodoxamente de sus crueles actos, a mi juicio imprescriptibles. Han venido entendiendo sobre ellos en el ejercicio de su competencia, tanto objetiva como territorial y funcional, lo que a mi juicio no reunía en su "longa mano", por mucho que luciera en el firmamento, el famoso Jueza-estrella que actualmente tiene sin dormir a medio chicharro ático. De igual forma que, hace dos o tres años, por otras razones, hizo que un enrabietado Soria, al salirle el tiro por la culata en aquella noche de la conferencia de Baltasar Garzón en el Auditorio, acaso tardara mas de la cuenta en conciliar el sueño, siendo ésta la hora en que nadie sabe cual fue el coste económico de la charla que impartió y que se tornó en indeseable boomerang contra los propósitos del jefe supremo de la Casa de la calle de Bravo Murillo. Siempre he dicho que la unión en una sola de las dos Españas, tras la muerte del General Franco, fue posible porque ambas partes coincidimos en que había que pasar página, llevando a cabo la Reforma Política para instaurar plenamente la Democracia en el país. Sin mirar hacia atrás, lo que habría dificultado enormemente el futuro que todos ansiábamos. Cierto es que fuimos capaces de hacer aquel milagro por delegación divina, como también suelo decir y que hoy, para reproducirlo, tendría que bajar el mismo Dios a la tierra para encargarse de ello, puesto que con los políticos que actualmente se despachan en botica, cono se suele decir, no podría delegar exitosamente, como ayer, en nadie. La Transición española, por fortuna, no tropezó con las dificultades que se habrían producido, por ejemplo, si un Juez chileno hubiese irrumpido en la piel de toro a lo Garzón, pretendiendo enganchar a algún señalado político a quien se le imputaban gravísimos crímenes. Le habríamos dado con las puertas en las narices. Porque la capacidad de deliberado olvido o de perdón -entiéndanse como se quiera- ejercidos por la ciudadanía estaban muy por encima de la prescripción, del indulto o de las amnistías habidas y por haber, recursos de políticos y leguleyos al fin y al cabo. En mi opinión -y que quiere que le diga....- el juez Garzón ha contribuido poderosamente a que en Chile resurja con virulencia un fuego que parecía apagado bajo las cenizas del olvido y de una cierta reconciliación que pude ver en aquel interesante país durante uno de mis viajes intercontinentales. Aquí, en el nuestro, todos los Garzones del mundo no habrían sido capaces de volver atrás la página de la historia que, cuando la Transición, los españoles quisieron superar y que, por fortuna, está superada por mucho que la muchachada actualmente en el Poder quiera revisar con la exaltación normativa de la llamada memoria histórica". A esa perseverante muchachada, incluso como hijo de un represaliado que soy, quiero decir, precisamente en favor del país cuya unidad se requiere defender a ultranza, que muchas veces es preciso pasar página antes que revitalizar la memoria dormida de la Historia. Pero, claro, estos muchachitos son tan jóvenes.... Volviendo a Augusto Pinochet, con sus horrores, asesinatos, represiones, Plan Cóndor y tantas y tantas cosas, tan solo puedo decir: Pinochet, ya que en vida los humanos nunca lo hicieron, ahora que estas muerto, yo, como creyente que soy, solo puedo decir: ¡que Dios te perdone!.
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