'Los Miserables', el musical que vence al tiempo
Se abre el telón y aparecen unos presos cantando sus penas. Así arranca Los Miserables, el musical que desde el día 10 y hasta el 2 de febrero llenará el Pérez Galdós de melodía para recordar, una historia para llorar y una puesta en escena espectacular.
N. Solo
Viernes, 10 de enero 2014, 16:39
Repase la cartelera de Londres, ahí está Los Miserables; otee en los teatros de Broadway y puede que no encuentre ahora la obra, pero sólo porque está de gira por varias plazas de Estados Unidos para luego regresar a pleno corazón del mundo del espectáculo en Nueva York; si consulta en las grandes ciudades de los cinco continentes, allí verá aparecer casi con seguridad la imagen de la niña Cosette con mirada lánguida dirigiendo sus ojos desde la cartelería hacia el espectador... y ahora, por si fuera poco, desde el día 10, también lo hará desde el teatro Pérez Galdós, donde recala -procedente de Santa Cruz de Tenerife- la gira del musical producido por Cameron Mackintosh y que lleva la friolera de 26 años sobre los escenarios. ¿Qué tiene Los Miserables para que el paso del tiempo no sea incompatible con el éxito? ¿Y por qué presume tanto de ser un musical mayúsculo, casi una ópera para todos los públicos? Vayamos por partes: Los Miserables es, ante todo, una excelente historia que luego tuvo una muy afortunada traslación a la escena en forma de musical. No siempre de un buen libro sale una buena película, pero en este caso hay que quitarse el sombrero ante el original: Los Miserables es una de las grandes novelas de la literatura de todos los tiempos, una obra mastodóntica de Víctor Hugo que apareció por primera vez en 1862 y combina la tensión propia de los folletines románticos con la calidad literaria y unos personajes de carne y hueso situados en un entorno hostil, un relato de seres que muestran sus dudas, debilidades y fortalezas mientras que el mundo que les rodea asiste a una revolución (de la Francia bonapartista a la Francia de retorno a la monarquía). A partir de ese diamante en bruto literario, tres hombres pusieron música y letra a las casi mil páginas de la novela. De la música se encargó Claude-Michel Schönberg, mientras que las letras fueron obra de Alain Boublil y Jean-Marc Natel, con la posterior adaptación al inglés de Herbert Kretzmer. Como buenos galos, el resultado fue una obra muy francesa, una exaltación casi de los valores patrios, con los colores de la bandera tricolor jugando un papel determinante en la puesta en escena e incluso en las canciones -atentos al rojo de la bandera del pueblo-. Pero la historia de Los Miserables como musical habría sido probablemente otra bien diferente si no se cruza otro personaje en su devenir: el británico -y Sir, nada menos-, Cameron Mackintosh. Para valorar el peso específico de Mackintosh en el mundo del espectáculo y en particular en el de los musicales, sólo hay que poner encima de la mesa tres de sus principales creaciones: El fantasma de la ópera, Cats y Los Miserables. Junto a Jesucristo Superstar son probablemente algo así como los equipos que juegan la Liga de Campeones de un género que es parte de la oferta turística de ciudades como Londres o Nueva York. Una liga a la que en los últimos años se ha sumado Disney con el arrollador éxito de El rey león. Mackintosh es experto en hacerlo todo a lo grande y Los Miserables le venía como anillo al dedo. Pero además de no escatimar en gastos, consigue que los momentos más melodramáticos de sus producciones tengan casi tanto mérito como los adornos del escenario, la cantidad de actores en danza o los efectos especiales. ¿Qué se va a encontrar el espectador que acuda desde el día 10 al teatro Pérez Galdós a ver Los Miserables? De entrada, una advertencia: no se parece en nada a los musicales que se han visto en los últimos años en la Isla. Los Miserables no es una sucesión de canciones; al contrario, lo que cuesta es encontrar pasajes donde la música no suene y los actores no canten. Conviene tenerlo presente para que no le suceda como a muchos espectadores que fueron al cine a ver la versión para la gran pantalla que tanto éxito cosechó este año -en realidad fuera de España, pues aquí las taquillas no fueron ciertamente espectaculares- y acabaron cansándose ante la ausencia de momentos hablados. Y conviene escuchar lo que dicen los actores, pues cuesta seguir algunos detalles de la trama. Por suerte, el elenco que llega al Pérez Galdós puede presumir de dicción y de potencia de voz, pues hay pasajes en los que la partitura les obliga a someter las cuerdas vocales a una dura prueba. Por si todavía queda alguien que no lo sabe, Los Miserables narra las andanzas de dos personajes antagónicos: un Jean Valjean que recupera la libertad tras años de dura condena por robar un trozo de pan y que se plantea si es posible convertirse en buena persona después de lo que ha sufrido, y un inspector Javert que encarna el rigor de la ley, y que a su vez se pregunta si hay espacio para ser buena persona sin transgredir esas normas cuyo cumplimiento garantiza. El segundo persigue al primero durante las dos horas y media que dura el musical (más una pausa para estirar las piernas) y en ese tiempo se suceden otras historias que invitan, sobre todo, a sobrecogerse. Porque Los Miserables es una historia para emocionarse y llorar, con algún guiño cómico de la mano del matrimonio Thenardier. Así que, y ahí va la segunda sugerencia, lleve pañuelo porque se puede escapar alguna lágrima. Conclusión: llega al Pérez Galdós uno de los grandes títulos de un género que va ganando adeptos en España, y llega el título que mejor ha superado el paso del tiempo. Por algo será.
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