Los más sabios entre los sabios
Son cuatro y los cuatro superan ampliamente los 80 años de edad, pero, sin embargo, cada uno de ellos atesora siglos de sabiduría en sus manos, la que han aprendido de una tradición heredada de sus ancestros. La Fedac prepara un homenaje en septiembre a sus cuatro mayores artesanos con carné en activo.
Natividad de la Caridad Cruz Pérez, palmera residente en Firgas, de 90 años y bordadora. Juan Ramírez Pérez, de 84 años, en Santa Lucía, el último cestero de junco y anea. Eusebio Ojeda González, también cestero, pero de caña, de 85 años y nacido en Azuaje. Y Antonio Yánez Dávila, más conocido por Yeyo, el latonero, de Teror. Estos son los cuatro artesanos con mayor edad entre los 498 con carné en activo que están en la Fedac, el organismo del Cabildo que en Gran Canaria más hace por una actividad que antes fue de primera necesidad y que ahora la sociedad condena a la extinción. A los cuatro les tributará la Fedac un homenaje el 30 de septiembre en Infecar, según informa la consejera del área, Minerva Alonso. Natividad, Juan, Eusebio y Antonio vienen de familias, lugares y experiencias vitales independientes, pero comparten una función, la de haberse convertido, sin saberlo, o sin pretenderlo, en garantes y mantenedores de unos conocimientos técnicos y hasta de la propia dinámica de la naturaleza, que forman parte del patrimonio cultural de los grancanarios. Hoy dan clases para transmitir lo que saben y venden sus productos en ferias y mercados, pero no hace mucho eran proveedores de servicios básicos para una sociedad carente de casi todo y donde la industria era poco menos que una quimera. Las zarandas (cernideras inmensas hechas de junco y anea) o los balayos (recipientes elaborados con fibra vegetal, como por ejemplo, el lino) que sigue elaborando Juan Ramírez eran parte imprescindible de los útiles de trabajo en el campo hace 50 o 60 años. Los faroles de Yeyo iluminaban las casas, pero también lañaba los platos de loza con verguilla en los tiempos en que Rocasa o las tiendas de los chinos eran poco menos que ciencia ficción. Eusebio hacía con caña las cestas con las que se cargaba el estiércol en las fincas de plataneras. Y los manteles, paños y otras telas que borda Natividad conformaban el ajuar de toda familia que se preciase, hasta de las más humildes. Y lo curioso es que con esta tarea no les bastaba para ganarse la vida. A menudo la compatibilizaron con el trabajo que de verdad les traía el pan a casa, lo que hace aún más meritorio el papel que han jugado en la defensa de un acervo que, sin el apoyo de organismos como la Fedac, hoy sería pasto del olvido. El criterio que ha usado la Fedac para tributar este homenaje es el de la edad. Ha seleccionado a los más antiguos para hacerles un reconocimiento, pero la casualidad ha querido que dos de ellos, además, sean los últimos testimonios vivos, al menos con carné en activo en la Fedac, de oficios que están desaparecidos. Es el caso de Juan Ramírez, el último cestero de junco de Gran Canaria. O el de Yeyo, el último latonero. Se les llamaba así porque trabajaban reciclando el latón de latas de aceite y de otros recipientes. Hoy ya usa chapas galvanizadas, pero Yeyo sigue haciéndolo todo a mano.
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