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Los días del Pino

Lunes, 1 de septiembre 2014, 11:07

Llegan, un año más, los primeros días de septiembre y una vez más parece que se me para el reloj; ese reloj pequeño, que marcaba siempre las horas de la vida en pandilla y en familia, en el cantar y en el rezar, en el paseo y en aquellas tiendas de aceite y vinagre en cuyos mostradores de latón tantos apuntes de nuestras vidas quedaron anotados. Ahora parece como si ya no hubiera otro que el de la Basílica de Teror, ese majestuoso y, al tiempo, tan entrañable reloj que con su tic tac ya marca el tiempo y hasta los pasos con que los romeros de El Pino en estos días se encaminan, por todas las sendas del fervor isleño, con las mejores fragancias y perfumes del alma y del corazón, al encuentro con Ella, con la Madre y Señora de Teror que lo es de toda la Gran Canaria. Un reloj que se me detiene con el murmullo lejano, pero siempre presente, de voces y cantos, de sentires y nostalgias de tiempos que también quedaron detenidos para la eternidad, grabados a fuego en las rocas y las laderas del camino, en los entresijos de matorrales, cañaverales y pinares, un cantar de la brisa temprana septembrina en la que resuenan palabras y versos de añoranza en los que «el deseo de volver, Señora, a tus plantas, es irrefrenable, incontenible», como pregonaba el escritor grancanario José Rodríguez Batllori ante los micrófonos de Radio Sevilla, un 7 de septiembre de 1962, en la Fiesta del Pino que allá, en la otra Triana, junto al Guadalquivir, organizaba un primer Hogar Canario, que ese día estaba de alguna forma en el camino de Teror y, con su pregonero, todos parecían proclamar que querían «volver en romería, por los caminos que desde Gáldar, por el corte de Guía hacia Firgas, nos llevan a las sombras alegres, de brisa sosegada, de arroyos claros, de jubilosa inquietud, que la nostalgia no nos permite resistir». Pero también en los aires del camino teroreño revierte el eco de otro siete de septiembre, el de 1781, hace ya 233 años, cuando el memorialista isleño Isidoro Romero y Ceballos, desde la sacristía de la iglesia de Nuestra Señora, y con el templo abarrotado de gente, oía «unas esforzadas y lamentables aspiraciones de Madrita mía del Pino» era un hombre del campo, sencillo, recostado en el regazo de una mujer que una y otra vez volvía articular, entre grandes exclamaciones, su honda plegaría de Madrita mía del Pino, «era un hombre que hacía ocho meses que estaba mudo y, en aquel, punto, volvió a recobrar el habla» y que la «recobró la primera vez delante de una estampa de Nuestra Señora del Pino que llevaba un demandante» y no duda Romero y Ceballos en concluir en que «cosa natural pudo haber sido el caso, pero más me inclino a que fue milagro, porque, a quién se atribuye, tiene el poder dispensado de hacerlos, los ha hecho y hará como hacía». Y que digan si no es milagro el que cada año inunda los caminos de Teror, cuando miles de isleños recuperan el habla y el sentido para cantar y reír, para soñar y rezar incesantemente por veredas, carreteras, callejones, plazas y avenidas, a su Patrona y a ese Niñito «con su carita de rosa». Se para el reloj, pero su latir se mantiene en el sueño del camino a Teror, de ese discurrir por las sendas de la isla y por el alma de los isleños, de pasos serenos, alegres, confiados al son de su compás, del caminar que les lleva a las más sonoras campanadas en las vísperas espléndidas de cada ocho de septiembre. Un reloj al que siempre deseamos dar marcha atrás, retrocederlo a cada siete de septiembre cuando, como señala Pablo Artiles en sus Estampas de los pueblos de Gran Canaria, en un orbe y ambiente de reunión y romería podría decirse «que así como la Fiesta del Pino lo es de la Isla, y acuden a ella de todos los pagos y rincones , en regocijados grupos, atravesando a pié y de noche las cumbres y las carreteras, con la alegría que produce esa fiesta en toda la Gran Canaria, así también el factor Virgen del Pino se encuentra unido y sumado a todos los hechos importantes de nuestra historia, como si el pino santo fuera el árbol do se posan los acontecimientos de la isla, y hubiera recogido en sus verdes gajos toda la gama de la espiritual armonía de los pueblos de Gran Canaria» Con el tiempo suspendido en el reloj de tu basílica toda la Gran Canaria quiere volver a ti cada 7 de septiembre, cuando detenidos los pasos, los recuerdos y hasta los pesares ante tu mirada, es tu camino teroreño milagro del cielo, santuario y canción, santo y seña de tradiciones que llevan a la Patrona, Madre y Señora de una isla que es barco, vela y timón, en el que navega hacia ti. ¡¡¡No me imagino la vida sin los días del Pino en el camino de Teror!!!

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