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La música de los cafés de Viena

EFE

Jueves, 1 de enero 1970

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En nuestros días, si pensamos en un café lo hacemos en una taza de la conocida infusión; hace cien o doscientos años, nuestros predecesores lo harían en un local: el café, lugar donde pasar el tiempo, tener una tertulia literaria, artística o política... y hasta donde comer o cenar. Pensar en los viejos cafés, a los que hirieron de muerte las cafeterías y sus barras, nos lleva, sobre todo en esta fecha, a hacerlo en Viena, una de las ciudades europeas con más encanto, y sus famosos cafés. Pero es que, además, el primer día del año se nos cuela en nuestras casas la música de los cafés vieneses del XIX: la música de la familia Strauss. Viena es, sin duda, la capital europea de la música. Piensen que allí vivieron, compusieron y murieron compositores de la altura de Mozart, Beethoven o Schubert, entre otros. Y los vieneses supieron combinar esas dos aficiones: la afición a los cafés y la afición a la música. No había café que no contratase a su propia orquesta. Y los Strauss fueron los directores y empresarios de muchas de estas orquestas, que debían actuar cada tarde-noche no en uno, sino en varios cafés. Había que ganarse la vida. Y eso se hacía en los cafés. El público exigía novedades, y así el segundo de los Strauss fue una máquina de componer valses, polkas y marchas, piezas bailables en los jardines de aquellos cafés de la capital del imperio. Es cierto que compuso una quincena de operetas, de las que la más conocida es "El Murciélago" (Die Fledermaus); pero su obra realmente popular, interpretada una y otra vez, era una música para consumo rápido. Que de esa música escrita bajo presión hayan salido piezas como "El bello Danubio azul" o tantos valses que hoy están en el repertorio clásico es, ya, otra cuestión. O sea, que de alguna manera podríamos aplicar la palabra del año, según la Fundeu, para definir la más conocida música de los Strauss, porque es, si bien se mira, una música populista: los Strauss daban al público de los cafés danzantes vieneses lo que ese público quería escuchar. Pero la ventaja es que se lo dieron en música, no en palabras. Al público de entonces... y al de ahora. Son muchos los millones de personas que empiezan el año con el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, que, como no creo que haya nadie que ignore, se cierra con las piezas más conocidas de Strauss hijo y Strauss padre: el ya citado "Danubio azul" y la versión para palmas y orquesta de la marcha Radetzky. El mariscal Radetzky fue un militar al servicio del Imperio, antes de que éste se llamase Austrohúngaro: fue mariscal del Imperio Austriaco. Nació en Trebnice, localidad de Bohemia, hoy en la República Checa; y su nombre completo fue Johann Joseph Wenzel Graf Radetzky von Radetz, que se queda en Joseph Radetzky. Participó en las guerras napoleónicas y en las campañas italianas de Austria; Strauss la dedicó la famosa marcha en 1848. Ciertamente, si hoy le suena a alguien el nombre de Radetzky es por esa marcha y, sobre todo, por el concierto del primer día de cada año. Tiene un mérito gastronómico: se cree que el mejor botín de sus campañas italianas fue la adaptación a Viena de la tradicional milanesa, o cotoletta alla milanesa, de la capital lombarda, que en las orillas del Danubio se convirtió, con ligeras variantes, en el Wienerschnitzel o filete vienés, que, por supuesto, puede pedirse en los cafés de Viena. Sucede que un día como hoy se suele tener el cuerpo más para merendar que para hacer una comida más o menos formal. Y contemporánea de los Strauss, y del propio Radetzky, es la más famosa de las tartas vienesas: la tarta Sacher, creada en 1832 por Franz Sacher: dos gruesos discos de bizcocho de chocolate, separados por una fina capa de mermelada de albaricoque y cubiertos de chocolate glaseado. Otro clásico de la eterna Viena, que suele acompañarse con crema chantilly. Como ven, Viena cultiva, aparte de por la vista, es decir, por su belleza, tanto por el oído como por el paladar. Es, sin la menor duda, el carácter vienés, realmente gemütlich (acogedor), que hace que nadie que haya estado en su capital pueda olvidarla. Y no deja de ser curioso que, musicalmente hablando, la época navideña esté tan ligada a Austria: como cierre, la música de los Strauss el día de Año Nuevo, tradición que data de 1939, aunque la costumbre de "regalar" el Danubio Azul y la Marcha Radetzky empezase veinte años después. Y, como apertura, el villancico más conocido del mundo: "Noche de Paz" (Stille Nacht), que se interpretó por primera vez en 1818 en la capilla de San Nicolás de la localidad austriaca de Obendorf. En Navidad, justo es reconocerlo, la música la pone Austria.

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