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La Luz y La Naval, fiesta principal de la ciudad

Lunes, 17 de septiembre 2012, 01:00

Con septiembre concluye, a grandes rasgos, ese largo ciclo festero que arranca en la isla cada año casi con el comienzo del verano. Fiestas de uno u otro signo, de mayor o menor intensidad o trascendencia, pero todas marcadas por tradiciones y costumbres, por un ser y un sentir que, en su conjunto, contribuyen a modelar una buena parte de la idiosincrasia insular. Sin embargo, en un último instante, ya dentro de los días del otoño, aparecen las que culminan y coronan brillantemente todo este ciclo, las Fiestas de la Naval, fiestas principales y antiguas en las que el ser festero y romero de la Gran Canaria tiene hoy su referente más antiguo. Quizá ya en aquella mañana del 24 de junio de 1478, cuando en los arenales isleteros, en la claridad radiante de la Bahía portuaria, se puso una primera piedra para la fundación de esta ciudad, cuando «dijo en la playa la primera misa el deán llamada de la Luz», como señala el cronista Tomás Arias, para la que se buscaron palmas y ramas con los que hacer una gran tienda y engalanar un altar, lo que era una verdadera y primigenia enramada, se pueda también encontrar ya un elocuente y premonitorio mensaje de lo que poco después significaría para la ciudad y para toda la isla la Virgen de la Luz. El peregrinar festivo y alegre que cada año llevó hasta ella, siglo tras siglo, a una y otra generación de grancanarios, les ayudó a ser conscientes de los episodios señeros y trascedentes que, en su entorno, se fueron dando. Como aquel ataque en 1595 de los corsarios británicos capitaneados por Francis Drake en el que, tras un combate que les impidió siquiera poner el pie en la orilla de la playa, las fuerzas isleñas, con un papel principalísimo de la artillería y el amparo de su Virgen de La Luz, obtuvieron una sonada victoria que, al paso de los siglos se ha conocido siempre como La Naval. Tiempos remotos de hace casi cinco siglos en los que no sólo la primitiva ermita, sino las incipientes construcciones de su entorno marcaban ya el carácter que tendría aquel entorno, muy especialmente cuando se peregrinaba para festejar y ganar el favor de la Virgen que con su luz enseñoreaba aquellos parajes marítimo terrestres y el corazón de sus romeros isleños. Se percibe ya en manifestaciones del antiguo Concejo o Cabildo, en una sesión celebrada en mayo de 1547, en la que sus regidores hablaban de la existencia de la Capellanía de Nuestra Señora de La Luz, o en la de abril de 1552 que refería la existencia de la primitiva capilla, a la que seguiría otra cuyos planos se fecharon siete años después, en un antiguo documento Real, fechado en Granada el 19 de octubre de 1519, en el que se habla del bodegón del Puerto. E incluso que se pudieran abrir otros a la vez que se repartieran solares para que se establecieran allí nuevos vecinos. O en el recuerdo del terrible oleaje que en 1755 sufrió este litoral y afectó a la propia ermita y al castillo, que tuvo su origen en el famoso terremoto de Lisboa. Ya entonces se reconocía el papel estratégico en la defensa, las comunicaciones y el comercio que tenía aquella rada portuaria para el conjunto de la isla, como la arraigada devoción que señalaba a la Virgen de la Luz, entonces venerada en una imagen diferente a la actual realizada por José Luján Pérez en 1802 por encargo del capitán José Jacinto de Arboníes y Muñíz, que recogió para ello una amplia y generosa colecta vecinal. Las Palmas de Gran Canaria no puede reconocerse en su historia, como no lo puede hacer en su presente, sin resaltar la existencia y la presencia que tuvieron la romería a la Virgen de La Luz y las Fiestas de La Naval cada mes de octubre. No es por ello de extrañar que, tras ser nombrada en 1984 la Virgen como Alcaldesa Mayor Perpetua de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad Real de Las Palmas de Gran Canaria, en octubre de 1985 la Corporación Municipal, tal como lo expone el entonces alcalde Juan Rodríguez Doreste en una carta al presidente de la Comisión de Fiestas, tomara la decisión de «reivindicar la brillantez y el prestigio de las tradicionales Fiestas de La Naval, declarándolas fiestas de la ciudad», motivo por el que, con este fin, en adelante debería consignarse una partida anual en los presupuestos de la capital. A pocas semanas del comienzo de estas Fiestas antiguas e históricas, señeras y principales de la ciudad, todos, vecinos y autoridades, grancanarios y foráneos vinculados a las mismas, debemos prepararnos ya a recibir y disfrutar de estas Fiestas de La Luz y La Naval desde el convencimiento de la importancia y la trascendencia que tienen para el ser y el sentir de esta populosa y cosmopolita capital. Pongamos ya en la mesa grande de esta urbe el mantel de nuestras tradiciones sobre el que, tras tantos siglos, sigamos celebrando una devoción, una alegría y una historia que es la propia de Las Palmas de Gran Canaria.

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