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«Soy Juan Hidalgo nací en Las Palmas de Gran Canaria en 1927 y, por ahora, no pienso morirme. Como dijo mi abuelo Duchamp, los que mueren son siempre los demás», afirmó hace un par de años en una entrevista de los fondos sonoros del MACBA. El artista, con 85 años recién cumplidos, se mantiene en sus trece.
El artista grancanario cumplió el domingo 85 años y lo hizo en plena forma. «Estoy cojonudamente. Lo siento por los que preferirían que no fuera así, pero haré lo posible para seguir estando tan bien», contaba el creador en conversación telefónica desde León, horas antes de celebrar su cumpleaños con su familia política.
Su carácter sigue siendo el mismo que lo impulsó a derribar las barreras invisibles que acechaban a los creadores españoles en los oscuros años 60. El No-Do de 1965 en el que Matías Prats se mofaba del concierto que ofreció Hidalgo con el grupo ZAJ en Madrid donde el sonido de unas bolas cayendo y el del cepillado de las cuerdas de un piano formaban parte de la composición solo da una ligera idea del estupor y las burlas que tuvo que soportar el pionero de la performance en España. «Para mí fue un privilegio abrir puertas en la historia de la creación de distintos países. No todo el mundo está llamado a abrir un pequeño camino, con Marchetti, en ZAJ, conseguimos abrirlos», explica el cofundador del grupo que llevó sus composiciones de silencios, sonidos, acciones y objetos a Europa y, de la mano de su amigo John Cage, a varias ciudades de Estados Unidos y Canadá.
No obstante, esta feliz aventura artística no estuvo exenta de sufrimiento. «Los caminos del arte son muy difíciles y nada rentables. Cuando empecé, estaba fuera de onda. La gente pensaba que lo que hacíamos era tan raro que ni lo consideraban. Nadie iba a comprarte nada, ni a ayudarte. Eso cambió con el tiempo. Pero para seguir, tuve que tener mucho coraje y apretarme el cinturón. Ahí no ganaba ni cinco céntimos», comenta.
Aunque su padre le mandó a Barcelona a estudiar música, algo que aún le parece inexplicable, tampoco el joven Juan contó con muchos respaldos para emprender su incomprendida empresa. «Mi familia no me apoyó. A mi madre, cuando se separó, le cayó del cielo un dinerillo de mierda y me compró un billete de avión a París. Allí me apañé dando clases de español y con algún dinero que me mandaba ella, y lo poco que podía sacar de la música. Yo era transparente; huesitos y piel, como cuando tuve el cáncer de próstata. No tenía ni para copas, ni para sexo, no tenía ni barriga», recuerda.
Sus años centrados en la música quedan muy lejos. Pero dice que hay quien se empeña en resaltar este periodo para eclipsar el resto de sus facetas creativas. «Ya no me interesa tanto. Si no puedo aportar un trabajo un poquito nuevo y rompedor, no me interesa hacerlo», explica. No obstante, para él, la música, la fotografía, la acción y la escultura son un todo. «Cuando uno tiene un camino creativo, impregna todo lo que haces y puedes hacer música con olores, con imágenes o con formas. Pero me he cruzado afirma con gente maligna en los caminos del arte que han dicho: Juan es músico».
Ahora, con su fuerte carácter atemperado por años de estudio de la filosofía zen, Hidalgo sigue creando de forma más pausada y logra darle un sentido transgresor a objetos cotidianos o momentos de su vida.
Ya no se toma el gin tónic de la tarde, porque dice que la tónica no le viene muy bien. Pero por la noche, antes de dormir, toma un chupito de ginebra y dice que a él le asienta las madres.
RECONOCIDO PARA POCO La vida del joven Juan Hidalgo no fue un camino de rosas, pero como octogenario tampoco le está siendo fácil. Su arte apenas le da para vivir. En realidad, dice que, cuando vende una pieza, los beneficios le permiten producir la siguiente. «Ya no hay mecenas», lamenta. De hecho, junto a su marido, ha montado en su casa de Ayacata un criadero de extraordinarios perros y gatos sin pelo. «Soy como una madre que no tiene dinero y se dedica a fregar escaleras», dice el artista y experto en estos animales. Tampoco le han sido de mucha utilidad los reconomientos que ha recibido. «Soy premio Canarias de Bellas Artes, hijo predilecto de Las Palmas de Gran Canaria, tengo el Can de Oro del Cabildo de Gran Canaria... Si fuesen otro tipo de personajes nos echarían una mano. No somos muchos los reconocidos y hemos llevado el nombre de Canarias por el mundo. Deberían darnos alguna ayuda cuando nos hiciera falta. El Gobierno se queja solo me invita a un vino malo el Día de Canarias».
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