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Sábado, 15 de marzo 2014, 09:19
Ese poema está inédito. No figura en los escritos editados de Leopoldo María Panero». Así de claro se expresa Antonio J. Huerga, editor del poeta fallecido la pasada semana en la capital grancanaria y responsable autorizado para gestionar sus derechos, cuando se le consulta sobre el breve poema publicado este lunes en las páginas de CANARIAS7. «Un ciervo herido es el que más salta/ lo oí decir a un antiguo cazador/no es sino por el éxtasis de la muerte/que actúa el freno», es el comienzo de esta pieza, sin fechar, mecanografiada en un papel con el membrete del Sanatorio Psiquiátrico Hermanos San Juan de Dios, en la localidad guipuzcoana de Mondragón, donde el escritor madrileño, fallecido a los 65 años en la capital grancanaria, estuvo internado. Se trata de una de las piezas de su autoría que figuran en una caja, hasta ahora desconocida y a la que ha tenido acceso este periódico, que Leopoldo María Panero abandonó antes de ingresar, con un régimen abierto, en el psiquiátrico de la capital grancanaria. En la misma figuran otros textos en verso, prosa poética, artículos y pequeños de ensayos, muchos con su firma y otros sin autoría definida. También, algunos, como el poema titulado Las linternas de la Luna, en el que se aclara que «fue escrito por José Luis Pasarin Aristi, Leopoldo María Panero y Mariano Íñigo, en el bar Noski de Arrasate, en un 14 de febrero cualquiera». Comienza así: «Tus ojos tienen la sed de los presos/y el amor de las salvas,/ y caigo bajo la luna/ que dibuja sola mi figura/en la celda del condenado a muerte (...)». Con esta firma conjunta figuran, también mecanografiados, otros dos poemas, titulados La cosa está triste y El beso de los ahorcados. Los tres, por supuesto, fruto de la estancia de este trío creativo en el mencionado bar Noski de Arrasate, ese «14 de febrero cualquiera». Entre los poemas sin firma figura uno titulado Octavo poema de la vieja, con el siguiente comienzo: «Las viejas sólo sabemos alabar al demonio/de los ángeles nos burlamos/pues nos recuerdan nuestros amores»; así como unas hojas de forma cuadrada, recortadas y grapadas, con pequeños poemas independientes que arrancan con el siguiente: «La visita se ha ido/sobre la mesa/el infierno de mis manos». Ante estos textos sin firma conviene tener en cuenta que entre estas pertenencias figuran un buen número de artículos y poemas que admiradores y amigos de Leopoldo María Panero le remitían para que éste los valorase. En la misma caja, todo un hallazgo en torno a la figura de este Novísimo de la poética nacional, figuran una serie de pequeños ensayos con su firma, como el titulado La moral como labia o los mandamientos del gitano, apuntes para una historia crítica de la moral en España. Contiene, como es habitual en sus creaciones, reflexiones contundentes, sin recato alguno, que resultarán ofensivas para algunos, junto a citas fruto de su enorme erudición, memoria inabarcable y sus interminables horas de lecturas. Sirve como ejemplo el comienzo de La moral como labia...: «Dícese de la labia que es, como el discurso del sofista, un discurso sin creencia, esto es un discurso sin centro: llámese a este razón, logo o Dios. La lógica es aquí sólo función y palabrería barata, a la que Mallarmé llamara palabra vacía». Un calado más literario muestra en La literatura y los límites. Acerca de tres poemarios, folio y medio mecanografiado también en el que habla sobre «el poema como desafío», del surrealismo, la poesía social y las vanguardias. En el mismo, incluye esta llamativa reflexión: «Ahora bien, el único poema que no tiene sentido es un mal poema, y aun aquel que no está libre de toda cadena semántica [así figura en el original]». La psiquiatría y la esquizofrenia integran estos demoledores textos con la firma de Leopoldo María Panero. En Muestrario de la monstruosidad, por ejemplo, fundamenta sus reflexiones a partir de su paso por el «sanatorio Santa Águeda-Mondragón», donde afirma que «no cesan de plantear venganzas y castigo contra lo humano, que la psiquiatría separó de ellos», mientras que dedica a su tutor en este manicomio guipuzcoano, el doctor Oliveros, el escrito titulado La palabra esquizofrenia o la destitución del sentido.
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