Increíble, pero cierto
Es obvio que los accidentes son imprevisibles, de lo contrario no lo serían. Es obvio que somos islas, de no ser así no estaríamos rodeados de agua por todas partes. Es obvio, también, que estamos en medio de uno de los pasillos marítimos con mayor tráfico de mercancías peligrosas, tanto que cuando el agrio debate sobre las prospecciones petrolíferas sus defensores se desgañitaron diciendo que no tenía sentido alarmarse por éstas cuando por nuestras aguas navegaban miles de barcos cargados con millones de toneladas de negro y contaminante crudo. Son tantas las obviedades que plantearlas tendría que estar fuera de lugar; pero no en esta tierra, donde lo obvio toma categoría de insólito.
Y de obviedad en obviedad, a las evidencias. Un pesquero ruso sufre un incendio en el Puerto de La Luz y alumbra todas nuestras vergüenzas. No soy quien para cuestionar las medidas adoptadas para extinguir las llamas en el barco, tampoco para criticar si debió de hacerse con este o aquel material, de una u otra manera o en qué lugar; sin embargo, sí para constatar lo mucho que no se ha hecho y ya debiera haberse realizado hace demasiado tiempo.
Increíble, pero cierto. Con todas las obviedades ya señaladas, seguimos sin tener un plan de contingencia ante un supuesto de contaminación marina grave. O mejor, está hecho, pero no aprobado; es decir, que lo mismo da que da lo mismo, lo que quiere decir que nuestras costas siguen indefensas ante eventuales derrames de crudo. Y eso que nuestra economía se soporta en el sol y la playa.
Increíble, pero cierto, que un pesquero ruso, denunciado en Senegal por pesca ilegal pero que encuentra refugio en nuestros puertos, sirva para recordarnos que no tenemos, ni nos preocupamos en formar, personal especializado para hacer frente a accidentes como el que estamos sufriendo. Y tampoco medios, ni coordinación entre las instituciones.
En el mes de abril de 2014, hace ahora un año, el vuelco de un buque menor, se supo bastante más tarde, provocó un derrame de combustible que pringó las playas de Castillo del Romeral y el Águila y obligó a su cierre. Era en vísperas de Semana Santa y se temió que el piche pudiese enfangar la zona turística del sur grancanario.
Tres mes más tarde fue la playa de Cabrón y la Punta de la Sal las que se colmataron de negrura y pestilencia. A día de hoy siguen sin conocerse las causas y el responsable. En ambos casos se constataron la falta de planes de actuación y medios, debiendo ser los ayuntamientos afectados los que apencasen en la limpieza.
Ahora nos viene la ministra de Fomento, porque la sombra del Prestige es alargada, y nos dice que la Administración hará todo lo que esté en sus manos para aliviar cuantos efectos puedan producirse por la contaminación. ¡Bueno estaría que no lo hiciera!; pero, es que ya tenía que haber estado hecho, porque lo obvio no se proclama.
Sinceramente, encomendarnos a que la mierda vaya mar adentro a ver si, otra vez, escapamos locos, y vuelta a echar días p’atrás, es una insensatez, una más, que tiene fecha de caducidad. Que ya lo dice el refrán, el que juega con fuego, o con petróleo, se termina quemando o pringando.
@VicenteLlorca