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Lo publicó este periódico esta misma semana: el gasto por persona en alimentos ha bajado en Canarias un 19% desde que empezó la crisis y en estos momentos en los hogares isleños entra un 18% menos de comida y bebida que en el año 2008. Otro escalofriante dato que hay que sumar a los ya conocidos (un 34% de desempleados, otros tantos canarios pobres, uno de cada tres niños en peligro de desnutrición, los salarios más bajos, la cesta de la compra más cara...) y que refleja con toda crudeza que la pobreza se expande de manera incontrolada.
Cuando se empieza a reducir en la compra de alimentos, todos los sacrificios ya se han realizado. ¿Qué más quieren? Porque lo que nos dicen desde las más altas instancias es que aún quedan sacrificios por hacer, que más gente va a engrosar las listas del paro. Es como si se empecinasen en llevar hasta las últimas consecuencias una truculenta estrategia que persigue desvalijar a los más débiles. Y eso que el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) ha reconocido que las políticas de austeridad recomendadas subestimaron su impacto en el nivel de paro, en el consumo privado y la inversión y, por tanto, han generado un mayor grado de padecimiento a la mayoría.
Sin embargo, por lo que vemos, la confesión no ha traído el preceptivo propósito de enmienda. Continúan empeñados en que el «austericidio» no cese. Ahí están los datos. Desde 2009 no dejamos de recibir malas noticias y lo único que se crea desde entonces es escasez.
En un reciente informe publicado por la ONG Intermon Oxfam, en colaboración con otras como Médicos del Mundo, Cáritas, Unicef y la red Compañías de Jesús, titulado Crisis, desigualdad y pobreza, se señala que de no producirse una ruptura con las políticas de ajuste y recortes que llegan de Europa y que el Gobierno asume acríticamente, España llegará a tener 18 millones de personas en riesgo de padecer exclusión social para el año 2020, el 40% de la población, y hay peligro de perder tres generaciones de bienestar, derechos sociales y democracia.
En este estado de cosas, no vale decir que de no haberse tomado las medidas adoptadas estaríamos infinitamente peor, porque la realidad nos demuestra que vamos a peor.
Agustín Millares Cubas, en su obra Cómo hablan los canarios, contaba que «había en tiempos ya lejanos en el barrio de Vegueta un maestro latonero que cuando sentía jilorio agarraba el trombón (era músico de la Milicia Nacional) y atronaba la vecindad con formidables calderones. Ya los vecinos sabían lo que ello significaba: era que el maestro Severino tenía jilorio o lija: le mandaban un plato de tumbo o una cesta de peras y el recital cesaba inmediatamente».
Pues va yen, caballeros y caballeras, el trombón está sonando atronadoramente. A ver si espabilan.
¿Que qué es jilorio?, sentir un apetito formidable, devorador, rayano con el hambre.
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