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Guillermo Gómez-Peña, el artista transfronterizo por excelencia

El performer mexicano, protagonista de una muestra en el CAAM, habla de sus estrategias para mantener la radicalidad del discurso artístico en una sociedad donde la transgresión y la rebeldía se han convertido en un espectáculo cotidiano

Jueves, 14 de junio 2012, 14:33

El artista mexicano radicado en EEUU, Guillermo Gómez-Peña, tiene una agenda apretada; el miércoles, conferencia en el CAAM; el jueves, performance en la galería Saro León y el viernes inaugura una retrospectiva de su trabajo en el museo de Vegueta.

En su intervención en el centro de arte habló de su relación con el Archipiélago. «Esta es mi cuarta visita a Canarias y la razón por la que me interesan las islas es porque las veo como una frontera múltiple entre Europa, África, el mundo árabe y Latinoamérica», dice este veterano artista que confiesa sentir cierto vértigo en el Archipiélago. «Estoy geográficamente en África, pero los canarios dan la espalda a África. Estoy culturalmente en España, pero aquí los usos y costumbres son distintos. Históricamente estoy en Latinoamérica. Aquí siento un desconcierto y un vértigo que me apasiona como artista», sostiene. Además, esta sensación está justificada. «Cruzar la isla es como atravesar un continente. Vi cañones, bosques, montañas, pueblos coloniales, y terminamos revolcándonos en las dunas de Playa del Inglés. Viajamos del Gran Cañón al Sáhara y terminamos cenando en Miami», dice el experto en fronteras.

No obstante, Gómez-Peña reconoce que la globalización está difuminando los límites territoriales. «Ya no creo en un estado-nación. Creo que hay un primer mundo en el tercer mundo y un tercer mundo en el primero. Hay comunidades emigrantes que están generando nuevas cartografías y las crisis económicas han generado otro tipo de fronteras».

De hecho, el papel del creador es muy importante en este proceso de transformación. «Como artistas estamos intentando hacer la crónica de este cambio vertiginoso», sostiene. En su caso, se está centrando en averiguar el origen de la violencia y, más concretamente, las razones del triunfo del crimen organizado en su país, México. «Quiero entender por qué en menos de 15 años se ha convertido en la capital de la violencia continental».

Gómez-Peña reconoce que es complicado hacer un arte político que no sea desactivado por el poderoso mercado artístico. «El mundo del arte es caníbal y se alimenta de la diferencia, de los extremos. Cuanto más venenosos y candentes sean estos bordes, más apasionantes son para el mundo del arte». Así y todo, confía en el papel del artista como creador de nuevos modelos de acción que puedan ser puestos a prueba en la realidad. De hecho, está convencido de que este objetivo es más accesible desde el trabajo colectivo. «Ahí es donde surge la importancia de la pedagogía radical del performer. En los últimos diez años, añade uno de los cambios principales que ha sufrido mi obra es que he pasado de creer que el acto transgresivo estaba en la obra misma, a pensar que es el proceso creativo, que incorpora comunidades y artistas jóvenes en la creación de una obra, lo que constituye el arte político». Por ello, tiene dos escuelas artísticas en México y EEUU, además de otras trashumantes, donde trata de compartir estrategias de creación y difusión de ideas con artistas jóvenes.

La institucionalización del performer, con fenómenos como el de Marina Abramovic, o su apropiación por parte de la cultura pop, como en el caso de Lady Gaga, pone las cosas difíciles a los nuevos creadores.

Además, la transgresión social ya no es patrimonio del arte. «El objetivo del performer no es la transgresión. Lo que sucede es que el artista articula las preguntas incómodas que no se articulan, por lo general, en otros territorios y por ello se le ve como transgresor», opina el artista que también reconoce que el cuerpo se ha espectacularizado tanto que ahora es difícil distinguir entre un desnudo mediático y una imagen extrema de un cuerpo politizado. «Es imposible».

UNA DANZA MACABRA. Guillermo Gómez-Peña gusta de moverse en distintos círculos. «Hay muchos mundos del arte. El secreto es tener un pasaporte que te permita cruzar de uno a otro».

Así, se autoproclama poeta, coreógrafo o performer según la ocasión. «Para mí es el mismo proyecto, pero lo que hago es cambiar de contextos y mundos artísticos. Esa es la sabiduría del nuevo artista rebelde», dice el creador que ha trabajado dirigiendo la campaña de los Verdes de California o de corresponsal de una radio pública en la frontera mexicana. «Haciendo lo que esté haciendo, es una extensión de mi arte y, a veces, tengo la posibilidad de ser un okupa en el Tate, en el Corcoran o en el Whitney, con la condición de que no quiero quedarme ahí. Quiero regresar y mantener el control de mis decisiones. Es una danza macabra continua, un juego faustiano en el que a veces ganas y otras pierdes».

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